15.Ella.

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15. Ella.

Llegamos justo en la hora mágica, y pude haber tenido 15, 30, 76  u 86 años, pero es no importaría, porque cualquier edad se colisionaría viendo ese lugar, el color del dia y de la noche fundiéndose.

El mundo fue demasiado grande como para ser cierto, y demasiado pequeño como para ser mentira, porque toda la existencia se podría tornar etérea y grande al mismo tiempo, y lo podía tomar entre mis dedos, porque el sol alrededor de mi meñique tenía sentido, y la luna tenía un contraste parecido a un dibujo, al igual que la neblina que había intervenido en nuestro futuro pero ahora coincidía de una manera exacta, precisa.

Tomás se había quedado atrás, cambiándose de zapatos, mientras yo caminaba hacia la península de la planicie.

Pero de alguna manera todo tuvo sentido sin que pudiera llegar a entenderlo aún, sobre todo ahí, cuando no había ninguna palabra entre líneas que me interesara ver, cuando aquellas piernas no habían estado a punto de rozarme, y quizás por eso tomé aquella decisión, quizás por eso no me di la vuelta abruptamente cuando Tomás me tomó por los hombros y me hizo un poco hacia adelante, haciendo que el abismo se hiciera algo intrigante en lugar de mortífero, también cuando se sentó a mi lado, sus piernas pegadas contra su pecho, abrazadas por sus manos, y se volvió hacia mí.

— ¿En verdad eres tan cabrón que no me vas a pedir perdón?

—Tamara, ¿con qué cara y con qué expectativa te voy a pedir perdón?— preguntó, sonando casi indignado. 

—Pues con una mejor que esa, por lo menos— le dije.

—Es que, es que lo que hice estuvo del asco— se volvió hacia mí—. Vi cómo te tornabas en contra de Victoria, lo mucho que te frustraba no tener familia, y aun así te aconsejé como si no supiera. Fui un pendejo y... Y me chocaba. Te veía cansa por todo eso y no hice nada. Y no me lo tomes a mal, pero en serio te viste bien jodida estas últimas semanas.

— ¿Y qué si ya te estoy perdonando?

Sse quedó callado, viéndome fijamente, de aquella manera en la que reconocía que sabía quién era, de aquella manera en la que se hacía demasiado presente, en la que me hacía dudar más todas las verdades que sostenía, menos la realidad, lo tangible, lo único de lo que me podía sostener.

—No—negó con la cabeza—. No me perdones. Por favor. En serio, no me perdones.

— ¿Y desde cuándo acá hago lo que tú me dices?

Él no apartó la mirada hacia el monte Roraima y se llevó su dedo hacia su labio, pellizcándolo y torciéndolo.

—Lo sabía y te lo pude haber dicho.

—Tomás, ¿es que estás estúpido o qué?— lo volteé a ver, extenuada.

—Sí, la verdad es que lo estoy, y mucho.

—Pues sí. Estás pendejo, eres un cabrón y un estúpido, pero se me hace que yo soy más estúpida y por eso lo hago. Es que qué chingados. Te estoy diciendo que te puedo perdonar aunque tú no has hecho ni madres, y tú andas ahí tirándote y diciéndome que no—sacudí la cabeza—. Ahorita no estoy para dramas, créeme, y mucho menos para rodeos. Estoy dispuesta a perdonarte. Está bien por mí. Pero, pero mi confianza no va a venir luego, luego, sólo para que lo sepas, pero estoy dispuesta a intentarlo.

—Sí, ya sé eso, Tamara, pero...

—Pero me vas a tener que mostrar que lo sientes—le corté—. Me vas a demostrar que tú vales la pena. Pero si ni para eso eres, ni para qué la verdad. Simplemente no seas un imbécil de ahora en adelante. Eso es todo lo que me importa.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora