1.Ella.

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1.            Ella.


Lo primero que robé del negocio fue una camisa de recuerdo.

Lo segundo fue la tableta, porque era lo más cercano.

No alcancé a tomar un celular, porque en ese momento el hombre de la tienda ya se había vuelto hacia mí, señalando las cámaras y hablando en un ininteligible idioma para mí, sólo palabras entrecortadas, sus manos contra el mostrador y tirando los chicles hacia el suelo. Un niño se asomó por la puerta, frunciendo el ceño.

Sacó una pistola demasiado grande para su cuerpo.

Gǒu pì— dije, antes de salir corriendo hacia el concurrido mercado.

El olor ya era una costumbre, al igual que los surtidos colores en cada uno de los puestos, con las alfombras colgando desde el techo con nudos asimétricos y de lana. Seguí corriendo, y no hubo necesidad de saltar hacia otro tejado o evadir algún disparo, porque no importaba qué tan estereotipados estuvieran, eran considerados.

Lógicos.

Racionales.

Pisé un puesto de especies, y los colores neutros divagando por el suelo: curry, jengibre, cilantro, pimienta negra y caracteres desconocidos. El hombre se puso de pie, evidente y naturalmente molesto. Miré hacia atrás, encontrándome con el otro hombre que me estaba persiguiendo, y lancé las pocas monedas que tenía para irme de regreso al señor de las especies, porque yo no era lógica.

Seguí corriendo, zigzagueando a las personas y los estantes repletos de comida, hasta que llegué a las orillas de un rio, aun siendo perseguida por el hombre, sin pistola. Las canoas estaban sobre el lago, con hombres de largas túnicas cortando lo que parecían ser más especias y examinándolas.

Ladeando un poco mi cabeza, di un paso hacia adelante, saltando hacia la primera canoa. Un joven se volvió hacia mí, confundido. Hice una señal de marinero y salté hacia la siguiente canoa, la que estaba repleta de lo que me parecieron mandarinas. El señor que estaba recogiendo agua elevó la mirada y dijo algo, con una afable mirada. Le sonreí un poco, me incliné un poco en señal de despedida, y salté hacia otra barca. Caí en la esquina, y estuve a punto de tropezarme hacia el agua, pero me repuse rápidamente cuando dos hombres se pusieron de pie y me balancearon.

Salté a la siguiente canoa antes de que me reprendieran.

La siguiente fue tierra de nuevo, y me volví hacia atrás, donde estaba el hombre con la pistola, al otro lado.

Me encogí de hombros, lastimera.

Apuntó y disparó.

Falló.

Le lancé una mirada y, negando con la cabeza, me di la media vuelta y comencé a correr, ahora hacia la civilización.

Tardé un tiempo en encontrarla, porque por alguna razón había llegado a pensar que sería buena idea encontrar internet en uno de los cinco países que no tenían acceso a él.

Era en una amplia casa de cristales, con amplios matorrales, caminos pedregosos y, posiblemente, de gente emblemática que iba saliendo por la cochera, así que sonaba bien entrar a esa.

Era distinguible en ese barrio: pantalones holgados grises con líneas de color vino, una camisa café y tenis, para correr mejor, junto con una mochila cruzada de color amarillo fosforescente, porque me gustaba ser precavida.

Lo malo es que no sabía cómo hackear una red de internet desde una tableta, así que trepé la barda, desde la esquina, y me dejé caer en los matorrales, escuchando cómo crujía. A la distancia escuché los pasos acercándose hacia mí, y me pegué contra la pared, notando la falta de práctica que tenía por esas dos semanas desde que me había marchado de la AEU.

Los pasos se alejaron, y pude ver a dos hombres sosteniendo dos armas contra sus pantalones. Me puse de pie lentamente y caminé hacia el interior de la casa. Vi a las mujeres que trabajaban ahí, y tomé uno de los vestuarios que estaban en uno de los cuartos de sirvientas, cerca de la entrada trasera.

Me cambié rápidamente, y me dirigí hacia lo que parecía ser el cuarto principal. No había nadie. Me dirigí hacia el escritorio, donde parecía provenir el internet, y busqué la contraseña. La puse y me dirigí de nuevo hacia la salida, procurando tener señal. Llegué hasta el cuarto de las sirvientas, y entré a internet, escondiéndome debajo de la cama. Abrí el internet, recordando lo malo que era para esto. Creé una cuenta falsa en internet después de buscar cómo hacerla, aun consciente de que podían rastrear mi dirección. Finalmente, siendo un hombre de setenta años, viviendo en Ghana y, por alguna razón, con un código postal mexicano, con la cuenta creada y una cuenta alternativa al azar, escribí la dirección.

Con mi nueva cuenta, escribí el primer destinatario, diciéndole lo siguiente, aquellas palabras en inglés que por más de dos semanas había estado redactando en mi mente:

Me estabas siguiendo. Sé por qué lo hacías, pese a que no sé la razón de eso. Pero ahora sé que quieres lo mismo que yo, y creo que podemos ponerlos de acuerdo para lograrlo si decides contactarme de regreso.

Soy el agente TF01. Y no estaría tan mal trabajar contigo, Yevgeny.

Envié el correo, cambié el teclado a chino mandarín,  me troné los dedos y escribí el segundo mensaje.

Sé que quieres que colabore con ustedes. Pero yo también quiero algo. Ya tienes mi dirección. Si estás interesados, te veo aquí mismo mañana a las 12, zona horaria de la ubicación.

Soy el agente TF01, y sé que me buscas, Shen.

 


(Para los que no hayan leído, Shen es el director de la OCU)

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora