37.Él#2:

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37. Él#2

—Madres. Esto va a estar divertido— dije, mirando a mí alrededor, las altivas autómatas alzándose, encendiendo sus ojos al soltar un sonido crepitante, fundiéndose con el sonido de los carros comenzando a andar, el cielo tornándose a un turbio color anaranjado, un color que nunca podría verse en otro lugar. Junto con eso, el caos.

Tamara soltó una carcajada sardónica, y me volví hacia ella unos segundos, apretando mis labios.

De repente, el caos se convirtió en una entropía.

Subí aún más, apoyándome con fuerza sobre las escaleras y poniendo mis manos sobre la orilla de la alcantarilla, y salí a la calle.

Segundos después, ella se paró delante de mí.

—Vamos tener que entrar a un edificio— le dije, comenzando a caminar.

Una autómata se dirigió hacia nosotros, y la tomé con fuerza alrededor del cuello, torciéndole el cuello. Tamara imitó mis movimientos con otra autómata, y la lanzó contra la mía, turbándolas. Ambas quedaron en el suelo, y les aplastamos el rostro, torciéndolo. 

—No entiendo por qué lo dejamos— me dijo, caminando entre los robots y autómatas con normalidad al igual que yo, golpeándolas ligeramente, con un gesto de cansancio. Tomó a una autómata en sus brazos, la lanzó contra el capo de un carro. Otra autómata se lanzó sobre ella. A punto de lanzarme para quitarla, ella puso sus brazos alrededor de su cuello, se dio la media vuelta y estrelló su rostro con fuerza hacia el suelo. El cuerpo de la autómata, segundos después de que Tamara se apartara, cayó al suelo.

Sacudí la cabeza. Golpeé contra un carro a una autómata que intentó morderme. La autómata cayó hacia el suelo, donde se quedó tendida.

—Ellos no iban a poner darle el respeto.

—Pero Zared...— jadeó—. ¡Quítate!— le gruñó a un robot antes de lanzarlo por una alcantarilla que estaba abierta. Sacudió la cabeza, disgustada, y seguimos zigzagueando juntos a los carros y a las autómatas.

Harto de tener que caminar por autómatas y robots, me subí a un carro y le tendí la mano a Tamara. Ella  la tomó y subió, situándose sobre el asiento delantero y subiendo. Vi cómo cojeaba, sin acostumbrarme al miedo de qué le podía suceder si lo seguía haciendo.

—Tamara, tienes que descansar. No fuerces tanto la rodilla.

—Y tú tienes que comer.

Me le quedé viendo, tensamente, y ella suspiró.

No. Yo no necesitaba eso. Necesitaba que Zared comiera por mí, que tuviera la energía que yo podía crear por mí mismo, y que Tamara y él durmieran las horas que yo no había dormido.

Saltó hacia otro carro, impulsándose con fuerza y cayendo sobre el frente del carro sobre su rodilla. Apretó sus labios cuando cayó, y alzó su rodilla, logrando que soltara un chasquido. La hizo hacia arriba y hacia abajo simultáneamente, y asintió.

—¡Tamara!— le grité—. Te vas a chingar la rodilla si sigues haciendo eso.

—Tomás, me vale madres mi rodilla ahorita, entiende. Lo que nosotros tenemos que hacer es sacar a Zared de aquí— dijo —. No va a durar aquí así. Y sabes qué viene después de las autómatas.

Venenos sintéticos.

Volvió a saltar.

—Chingada madre— dije y, detrás de ella, la comencé a seguir, con un ritmo más lento.

Seguimos nuestro cruce de carro, subiendo y bajando, golpeando una y otra autómata que se ponía enfrente de nosotros, el sudor goteando por nuestras frentes.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora