21.Ella.

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21. Ella:

Desapareció en cuestión de segundos.

Desvaneciéndose en el vaivén.

En el tiempo.

En las piedras golpeando iracundamente contra la muralla.

Con el fuego a la distancia.

Con los pasos lejanos.

Y con mi cuerpo cayendo en forma de flecha hacia el agua, ganando más velocidad, con el lacerante dolor en mi pierna menguándose ante la adrenalina.

Y no dolió.

Por un segundo, no dolió.

Después, solté un gemido debajo del agua, sintiendo cómo mi rodilla se contraía y mis músculos se engarrotaban de nuevo, mi hueso salido rozando contra mi pierna sana. Las cosas comenzaron a estallar, moviéndose demasiado rápido, demasiado lento, demasiado fuertes, demasiado estáticas, deslizándose con demasiada delicadeza, velocidad, turbación, el agua entrando en mi boca, la marea arrastrándome hacia la muralla de la isla, el inicio de las piedras.

Avisté, a la distancia, aquella mano agitándose en el aire, dando una brazada.

Tomé una bocanada y me hundí, guiándome a tientas y sobre mi instinto. Volví a subir, buscando la silueta de nuevo, en la misma dirección. Sin embargo, esta vez la encontré a mi derecha. Me volví a hundir y nadé hacia allá, adolorida y sin aliento. Subí, buscando aquel cuerpo entre el agua, sintiendo el agua salada deslizándose por mis ojos.  Me hundí y abrí los ojos, dejando caer los lentes de contacto. Ahora encontré la misma mano a la izquierda, desplazándose con una velocidad sobrehumana hacia la derecha, izquierda, enfrente, atrás, abajo, acercándose y alejándose de mí al mismo tiempo, perdiéndose así en la distancia. Comencé a negar la cabeza, contraindicada a dejarme perder por mi demencia.

Por la presión.

Por el estrés.

Por el dolor.

Tomé otra bocanada y nadé hacia donde estaba el submarino.

A dos metros de distancia, tomé otra.

Fue la última que tomé.

Tomó mi pierna herida, hundiéndome. Forcejeé con mi otra pierna para subirme, sofocada por el dolor y soltando chillidos, cuando sentí que esas mismas manos me comenzaban a jalonear hacia arriba, subiendo al mismo tiempo. Terminaron sobre mi cabeza, enterradas entre la maleza de mi rubio cabello, presionándome, a punto de acabar con mi oxígeno.

Abrí los ojos, pausándome por un instante, sólo existiendo, sin saber si lo podría hacer algún segundo más.

Un segundo más, un segundo más, eso era todo lo que tenía que existir.

Subí mi brazo y le propiné un codazo en su ingle. Él se soltó, sólo por unos segundos. Aproveché ese tiempo para salir, quedando, por primera vez, a la misma altura, con él viendo hacia atrás, cansado.

 Se volvió hacia mí, propinándome un puñetazo sobre mí ya reciente cortada maxilar, y yo me hice hacia atrás, escupiendo sangre y tosiendo agua, el sabor salado pegado a mis labios. Él tomó de nuevo mi cabello, volviéndome con brusquedad hacia él, y pude haberlo visto a los ojos si mi cabello no me estuviera tapando la cara.

— ¿Dónde está?— preguntó en español, con un rústico acento marcado.  Me sujetó con más fuerza, levantó el cabello que caía por mi frente y, por instinto, le escupí en la cara. Fue ahí cuando encontré su mirada, aquel color pardo que le había heredado a Driek. Olvidé qué acababa de decir. Parpadeé rápidamente, estática, y no pude evitar comenzar a sonreír, lo que lo molestó e hizo que me apretara más. Buscó mis ojos, entrecerrándolos en la oscuridad—. ¡Escuché que Gerardo decía...!

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora