5. Ella:

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5. Ella:

— ¿Cómo sabes?— le pregunté, notando lo cerca que estábamos.

Fruncí el ceño, confundida.

—Vi a alguien en la ventana—susurró—. Es en serio.

Subí mis pies y los pegué contra el pecho de Tomás, separándolo de mí.

Se alejó, quedando sentado en el borde de mí cama, y  dejó caer su cabeza hacia atrás, resoplando.

— ¿Y crees que eso te da derecho a invadir mi cama?— le pregunté—. Chingada madre, Tomás. La lógica no es lo tuyo.

Él bufó.

Tomé las sabanas y las envolví alrededor de mi cuerpo, un poco apenada, un sentimiento demasiado foráneo cuando venía a él. Respiré continuamente, intentando recuperar una habitual respiración. Finalmente, puse mi cabello detrás de mi espalda, agitándola y gimiendo, desesperada. Me puse de pie y caminé hacia la bolsa que estaba enfrente de mí, donde tenía mis cosas, y tomé unos pantaloncillos. Mientras me los ponía, elevé la mirada, notando que Tomás me estaba viendo directamente.

—Eso es de mala educación— le dije, batallando en subirlos por mis caderas, las cuales normalmente eran un problema, y él rio con ironía—. Son caderas. Sirven para almacenar parásitos por nueve meses que se alimentan de ti y te drenan la sangre.

Pese a que ya teníamos ese tipo de confianza entre los dos, no me pareció habitual en ese momento, sobre todo recordando sus dedos por mi cuerpo y el dolor aun presente entre mis piernas. Dejé caer mi cabello enfrente de mí, tapando el color carmesí que súbitamente estaba en mis mejillas, y poniéndome a la defensiva por la misma razón.

—Está bien. No voy a volver a despertarte en la fase MOR— dijo él, tomando mi cabello y haciéndolo hacia atrás, como si pensara que de esa me estaba ayudando.

Subí la mirada, extrañada.

— ¿Qué estás haciendo...?

—No sé. Te digo que me pongo medio drogado en las noches— dijo, y dejó caer mi cabello. Resoplé—. Te espero abajo.

Lo escuché salir rápidamente, y terminé de subir los pantalones saltando sobre mis propios pies. Agarré la liga que tenía en mi muñeca y acomodé mi cabello en una cebolla, siendo consciente de que me habían quedado algunos gallos, tomé una cuchilla y me dirigí hacia la habitación de Eliza.

Los pasillos y la estancia estaban iluminados por la luz de dos velas de color rojo y blanco, que hacían que la luz que entraba por la puerta abierta las cegara.

Ella estaba recargada contra la jamba de la puerta, envuelta con una sábana, y tenía su cabello rubio cayendo por sus hombros, sobre su camisa de pijama, lo único que vestía.  Por la puerta abierta pude ver que había una camioneta de los soldados afuera, pero no había nadie más afuera.

—Massimo salió— dijo Eliza, bostezando y tomando un reloj que tenía en sus manos, presionándolo contra sus dedos.

—¿A dónde fue o qué?— pregunté.

—¿A dónde fue?— preguntó Tomás al unísono, acercándose hacia un sillón y sentándose en el respaldo. Me dirigí hacia donde estaba él, y me senté a su lado, subiendo las piernas hacia el respaldo y abrazándolas.

La mirada de Tomás se dirigió hacia ellas, cauto, pero entonces subí mi pie y le pegué en su rodilla, negando con la cabeza.

Él bostezó y se dejó caer en mi hombro.  Por alguna razón, no lo aparté.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora