6. Ella:

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En la mitad del camino, mientras me dirigía hacia atrás de la casa, me volví hacia atrás, encontrándome a Tomás aun ahí, viéndonos a los dos.

No era que esto fuera injusto. Yo era injusta, pero con el tiempo me había dado cuenta que esa era la única manera de sobrevivir.

Y él era demasiado alto a la distancia, pero demasiado pequeño al mismo tiempo, y todo esto se distorsionaba porque no quería tener más recuerdos, no de él y todo lo que abarcaba su vida, porque era difícil entender y explicar cómo él seguiría moviéndose y hablando cuando yo no estuviera ahí, no desde un punto de vista egocéntrico, sino desde un punto de vista espacial, donde eso y el tiempo colisionaban, los segundos se reprimían y todo estallaban hasta alargar los segundos en años, los años en un desconocimiento y, finalmente, en un recuerdo.

Eso que seríamos después de esta noche.

Torcí mis labios y pensé en sonreírle, pero eso era muy poco propio de nosotros, así que sólo le hice la señal de V de Victoria y me di la media vuelta.

Nerses primero me dirigió hacia la cima del poblado, donde tuvimos que subir una pequeña cumbre por unos quince minutos, con su derbake sobre su cabeza y diciéndome algunos comentarios momentáneamente.  Algunas veces hacia algunos comentarios en lo que pensaba que era español, así que sólo asentía, reía o le decía que no entendía lo que estaba diciendo lo cual, naturalmente, lo hacía reír y creaba todo un circulo viciosos viviente.

Finalmente, después de traspasar la selva en la noche, una muy mala idea, llegamos a la cima de la cumbre. En la cumbre había un pequeño relieve que daba hacia una pequeña compuerta de madera. Nerses se agachó y la abrió, haciéndome casi dar cuenta de todo el tiempo que pudo haber pasado ahí, qué tanto conocía esta selva.

Debajo de la compuerta había lo que parecía ser un pasillo.

Fruncí el ceño.

—Seguro— dijo, sonriéndome para tranquilizarme.

Bajé. Con una lámpara que teníamos, comenzó a iluminar todo lo que estaba a nuestro alrededor: las ruinas y los rostros pedregosos de las personas mercadas y pulidas por los años y años y manos que ahora se podían encontrar debajo de nosotros. La luz fue iluminando poco a poco, mostrando con nitidez cada uno de los trazos: las líneas cruzadas sobre las columnas, letras trazadas con significados ignorantes ante mis ojos, las luces cambiando de color al igual que el tiempo, trascendiendo demasiado rápido, lento, rápido, lento.

Para.

Llegamos a otra puerta de madera.

Nerses, sonriéndome un poco, abrió la puerta, y el viento de la selva inundó el pasillo. Mi piel se erizó y Nerses sostuvo la puerta para que siguiera mi camino.

Por primera vez vi aquel templo del que tanto murmuraban en el refugio, aquel que solamente en la hora del ocaso y la hora más oscura de toda la noche se iluminaba: los rayos del sol caían sobre el templo, rompiendo cada una de las ramas que estaban a su alrededor y, por ranuras, la luz se filtraba e iluminaban las palabras que estaban minuciosamente talladas en las paredes, como si fueran oro.

Era lo mismo con la luna, sólo que está iluminaba más allá, en las oscuridad, de un color plateado todos aquellos detalles y cada uno de los rasgos de las figuras humanas y animales, como si estuvieran construyéndose en ese momento, porque el aire se estaba convirtiendo en palabras, y las palabras en acciones y las acciones en personas, aquellas que parecían estar de nuevo enfrente de mí con puño y dedos ensangrentados, cayendo y trotando de un lugar a otro, buscando en los lugares más recónditos y muriendo en el camino justo para llegar a ese momento, donde solté una carcajada y me dejé caer en una de las escaleras, viendo la torre enfrente de mí.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora