32. Ella.

600 93 7
                                    


32. Ella:

Fuimos a lavarnos mientras la gente comía, buscando más provisiones para nosotros.

— ¿Ya se te bajó el hinchazón de los golpes?— le pregunté a Tom, cruzándome de brazos y viendo cómo Zared se comenzaba quitar su camisa, dejando notar la gasa que le habían puesto. Cuando se comenzó a bajar los pantalones, me volví hacia Tom, comenzando sentir de nuevo aquella vívida preocupación, donde sus cicatrices se hacían nítidas y sus ojos se hacían más oscuros a causa de la luz.

Se encogió de hombros.

—Me molesta más la comezón que tengo en el cabello.

—Eso te pasa por imbécil— le dije, cruzándome de brazos, indiferente.

Él se volvió hacia mí, sonriendo torcidamente, y buscó mi mirada.

—Casi parece que te importa.

—Pues claro que me importa, estúpido— le dije—. Porque la verdad es que no sé qué haría con Zared si de la nada te vas. Ese niño no me hace caso, sólo a ti.

—Es porque eres mujer.

—Y tú un pinche machista— le dije, negando con la cabeza y comenzando a caminar hacia adelante, donde estaba Zared. Sin embargo, Tomás alargó sus manos, puso ambas manos sobre mi cintura, a la altura de mi ombligo, y me atrajo hacia él, pegando mi espalda contra su pecho desnudo.

Por un instinto, ahora controlado, hice mi costado hacia atrás, pero él me interrumpió, tomando mi muñeca cuando la alcé para apartarlo.

Elevó ambas cejas y yo sonreí un poco.

Él también sonrió.

— ¿Qué?— le dije, conteniendo una sonrisa.

—No— dijo, dándome la vuelta y apretándome hacia él—. Sólo quédate así tantito.

Me quedé estática, respirando profundamente y siendo precisamente consciente de cada una de nuestras respiraciones, del roce de su piel sobre la mía, rítmica y sosegate. Hice mi cabeza hacia atrás, viendo las estrellas minuciosamente calculadas, el mundo ficcioso que lograba crear esa preciosa mentira en la que nos encontrábamos envueltas, brazos sofocantes y sutiles.

Lo escuché moverse, y después sentí algo presionando contra la parte superior de mi trasero.

—Tomás...

—Es mi rodilla. Me estoy rascando el tobillo.

—Por lo menos déjame abrazarte bien— le dije, lentamente.

Me aparté y me le quedé viendo unos segundos antes de poner mis manos alrededor de su cuello. Entrelacé mis dedos en su cabello. Él puso su mano alrededor de mi cintura. Ambos acomodamos nuestras cabezas en las curvas de nuestros cuellos, y pensé en todas esas piezas que pudieron haber encajado en ese lugar, con rasgos diferentes bifurcando ojos similares, bocas asimétricas y estaturas desiguales.

Podría ser una necesidad, una carecía, pero eso me llevaría a la neutralidad. En cambio, las estrellas ahora eran reales, y el agua podría llegar a ser salada y no el producto ficticio. Inclusive Zared podría cambiar, ser algo más, algo menos.

Tom me dio un beso en mi hombro desnudo, dejando sus labios sobre mi piel. Bajé mi mano, rozando sus omoplatos, piel cálida y joven, nueva y tersa, zigzagueando con la punta de mis dedos la curva de su espina dorsal. Cuando llegué a la curva sacra, deslicé mi mano hacia adelante, presionándola contra su abdomen con un poco de vello oscuro, acariciándolo y sintiendo cómo su pecho subía y bajaba.

—Me están sudando las axilas— le dije al oído, subiendo mis manos hacia su pecho.

Se quedó callado unos segundos.

—Sí, algo así.

Me aparté un poco y me le quedé viendo, torciendo mis labios y ladeando la cabeza, alzando una ceja al mismo tiempo. Él sólo me vio con suspicacia.

—¡Está fría!— se escuchó un grito a la distancia.

—Niño del demonio— me apresuré a decir, apartándome de Tom y dándome la media vuelta, cojeando hacia donde estaba Zared. Me quité mi sujetador deportivo, lo tiré hacia las piedras y, hacia atrás, grité—: Estoy haciendo esto porque sé que no eres un maldito pervertido. No creas que lo haga con cualquiera.

—Y yo esto porque sé que quieres verlo— me contestó y, en cuestión de segundos, me arrebozó y se lanzó hacia el agua, dándome una corta mirada a su tonificado cuerpo el cual, aparentemente, había infravalorado.

Me apresuré y me tiré al agua antes de que él saliera. Me di cuenta que, efectivamente, estaba fría. Sólo nos estábamos metiendo ahí porque estábamos seguros de que el agua, que pese a que era potable, no estaba tan contamina, y nuestras cortadas no eran tan profundas como para infectarse.

Zared se me quedó viendo fijamente. Bajó su mirada hacia el contorno de mis pechos, frunciendo el ceño, y después hacia más abajo, donde podía ver mi pubis desde un ángulo que Tomás no podía.

—¿Por qué tu cuerpo es diferente al mío?— preguntó, repentinamente—. Tomás y yo tenemos el mismo.

Me volví hacia Tom, quien me lanzó una mirada expectante.

—¿Por qué, Tamara?— preguntó Tomás.

Le lancé una mirada.

—¿Cómo te lo explico sin depravar tu mente, Zared?— le pregunté, intentando desviar el tema.

—¿Qué es depravar?

—Convertir algo bueno en malo.

—Ah— asintió—. ¿Pero por qué tu cuerpo es diferente? ¿Y cómo es que si es diferente como quiera eres inteligente, le ganas a los hombres y corres rápido? ¿No sería tu cerebro también diferente y no serías capaz de hablar de la misma manera que los que tienen el cuerpo normal?

Me quedé callada, por primera vez sin saber qué decir. Tom, en cambio, soltó una carcajada, tomó a Zared y lo cargó, sentándolo sobre sus brazos. Él, plácidamente, puso su brazo alrededor de su cuello.

Para Zared, Tom y yo éramos sus humanos. Al igual que Driek, pero ellos no eran tan cercanos.

—Vas a ser un gran hombre— lo felicitó Tom, sonriendo y mojándole el rostro, haciendo que él sonriera un poco. Extrañamente sonreía. Le sacudió el cabello—. Eres un gran hombre.

—Porque alguien a quien todos llaman Dios lo decidió así— dije—. O eso dicen. Puede que alguno de nosotros mutó en algún momento histórico y antes nos podíamos reproducir de otra manera. Quizás sólo somos abominaciones.

Pero como siempre, Zared sólo había escuchado para la última palabra que no entendía.

— ¿Quién es Dios?

—Alguien que está muy aburrido— le dije, porque eso era lo único que sabía de Él, no empezaría de hipócrita y le diría cosas a un niño intentando que las creyera sólo por creerlas.

—En palabras comunes, quien te creó, el que hizo el Origen de todo. Luego le pides a tu papá que te explique eso, mejor báñate.

—No— nos cortó él—. Pero si Él nos creó, ¿no tendría que haber alguien más que lo creó a Él? Y no veo por qué tendría que haber un Origen, porque entonces de ser Origen también habría otro, ¿no? Yo me acuerdo de mi papá y Massimo. Eso es todo.

—Zared— le cortó Tomás, antes de hundirlo—. Que te bañes. 










2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora