16. Ella.
El equinoccio de primavera desde la isla, a la distancia, escondidos entre los escombros, no era tan irreal como parecía serlo desde un plano completamente paralelo al que habíamos estado días atrás, donde el viento y las hélices nos había arrastrado hacia las manos y las caras conocidas. Era neutro, con los matices de las personas llegando y desplazándose hacia su área designada tornándose turbios, con voces y vestigios de la explotación humana observándolos al igual que la muñeca harapienta a mi lado.
Y todo se tornaba aún más fúnebre al saber que tendríamos que esperar en esa misma posición hasta las hasta las nueve de la tarde, cuando todo estuviera listo y el sol se hubiera escondido, escuchando las voces del pasado vitoreando en los pasillos.
Pero saben, no había estado lloviendo, no hacía frio y no estaba nublado. De hecho, podría asegurar que había sido el mejor día de invierno de toda la estación. Y por la misma razón nunca se diría que ese lugar sería propicio para lo que estaba a punto de suceder.
Por el momento, lo único unánime e incuestionable que estaba haciendo era seguir las instrucciones, cuando lo único que quería hacer era romper esos patrones asignados, codificarlos a unos completamente diferentes y ser ignorantes.
Cada uno de nosotros se cambió en un despectivo cuarto. Mis manos estaban temblando y moviéndose como una mano haciendo garabatos cuando me puse mis bermudas de elastano y mi camisa de tirantes, escondiendo en mi sujetador un cuchillo, un gas pimienta y un taser. Me puse un poco de relleno de silicona, para así darle forma a mi pecho.
Recogí mi cabello en la cebolla alta que Victoria me había enseñado a hacerme, sólo en caso que tuviera que correr. Bajo el mandato de esta misma, ahora era rubia, para así poder pasar desapercibida, y también me había aclarado las cejas. Aparte de eso, me había puesto pupilentes de color azul.
Siguiendo su mismo tutorial, me había logrado maquillar uniformemente para hacer que mi rostro y mi cuello se viera más pálido, contorneando mi cara y aplicándome un suave rubor para cambiar la forma de mi rostro. Aparte de eso, con dificultad y con ayuda del pulso de Tom, me había logrado hacer una larga línea arriba de mis ojos, seguida por una corta, agregándoles intensidad, junto con unas sombras oscuras, para que mis ojos se vieran más pequeños, diferentes. Para terminar, me había aplicado un color rojo cereza en mis labios, un tono que nunca usaría. Sin siquiera verme al final en mi espejo compacto, salí del cuarto y, pasando por los ripios, me dirigí al cuarto donde estaba Tom, intentando cerrar el vestido rojo que me había puesto sobre mi traje.
Nada en mi era llamativo: ni mi estatura, ni mi maquillaje, ni mi cara. Me veía diferente. Neutra. Y eso era lo que queríamos. Lo único llamativo eran mis zapatillas para correr negras, pero no podían verse tan fácilmente.
Solté una carcajada.
Tom estaba recargado contra una pared con letras japonés escritas, viendo a la ciudad muerta, abandonada décadas atrás. Estaba vistiendo un traje escueto. En él no habían cambiado muchas cosas: su cabello ahora era cobrizo, y su tez, contraria a la mía, intentaba verse oscura. Sin embargo, el grosor sus cejas seguía deleitando su personalidad, pese a que sus ojos ahora fuesen oscuros.
No sabía por qué la misión era en ese lugar. No sabía por qué las luces a la distancia cada vez brillaban más y por qué no parecía poder quedarme sujeta a ese lugar en el que estaba, cuando el vacío debajo de mí sólo parecía estar tironeándome cada vez con más fuerza. No sabía por qué la gente se desplazaba a diferentes grupos, congregaciones y apartados de la isla. No sabía nada, y eso me frustraba. Las cosas que había podido sostener en mi mundo por algunos segundos cada vez se hacían más grandes, creando una supernova que se alejaba cada vez más, llevándose consigo misma la verdad.
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2. Agente TF01, pandemónium.
RomansaSinopsis de la segunda parte. ¡NO LEER SI NO HAS LEÍDO LA PRIMERA PARTE, CONTIENE MUCHOS SPOILERS! La agencia, las personas que trabajan para ella, el mundo y las familias están pasando por un pandemónium. Tamara pensaba que, d...