29.Él#1:

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29. Él#1:

Nos detuvieron subiendo las escaleras.

Era un señor de estatura media, coreano, por sus rasgos.

En ese momento me di cuenta cómo se estaban distinguiendo los agentes de la OCU entre los otros.

Tenían puesto la insignia de la OCU, un escudo que se constituía de tres líneas, una morada, otra azul y una amarilla, y tenía un machete en su mano.

Algo le dijo a Kiku, y ella asintió, poniendo su mano sobre su arma. Lentamente, se volvió hacia mí, frunció el ceño y luego se volvió hacia Kiku.

Ella le dijo algo con brusquedad, y él le contestó con el mismo tono, tomándola por la muñeca con brusquedad. Di un paso hacia adelante, sin saber bien qué podría hacer. Le dijo algo más, algo ininteligible, casi como si estuviera escupiendo, y ella le contestó, esta vez con firmeza, disipando todos instintos de carisma que antes había tenido.

El hombre escupió en el suelo y se fue negando con la cabeza, molesto.

Me volví hacia ella, indagando con la mirada.

-¿Qué tanto me quieren matar?

Ella elevó ambas cejas, sonriendo con ironía.

-No tanto como a tu mamá.

Tomándome fuertemente por las muñecas, me dirigió fuera de del edificio.

Ella pasaba intacta por la OCU, y aunque yo era un blanco para la AEU, no me hacían nada por el alarme. Terminamos saliendo incólumes por una puerta, las armas bajándose al vernos, sistemáticas, los hombres fijando su mirada en mí.

Era peor de lo que pensaba.

Las tiendas estaban quemándose, la tierra estaba manchada de sangre, y con un simple atisbe pude ver a la distancia una persona empalada, su cuerpo desnudo siendo atravesado en dos, su cabeza hacia atrás.

Pestañeó.

Annika me apretó mi muñeca, haciendo reaccionar.

Me volví hacia ella, bajando la mirada, y ella dio un asentimiento, apretando mi mano para que dejara de temblar.

Y era casi como si fuéramos demasiado densos, como si todo nos repeliera al caminar, haciéndose hacia un lado, porque de esa manera parecía casi fácil, como si fuera algo demasiado lejano, paralelo, como si la sangre a nuestro alrededor no estuviera pasando, o como si el fuego no se estuviera cayendo sobre los cuerpos que se tendían en el suelo, inertes, con la compañía de los casquillos tirados.

Me dirigió hacia la entrada del bosque y yo, manso, sumiso, asustado, la seguí sin dudarlo.

Nos comenzamos a adentrar por la zona más aislada de la isla, donde estaba la vegetación, y ella me soltó las manos. Me pregunté si nos estábamos dirigiendo hacia la isla artificial, a la que nunca había ido, pero comenzamos a ir hacia arriba, en el relieve de la isla, la parte más alta, donde estaba el acantilado y el comienzo de las cuevas subterráneas, lo sabía porque un día Tomás me había llevado.

Entonces escuchamos un crujido.

Annika puso su mano enfrente de mí, parándome, y buscó mi mirada. Nos comenzamos a deslizar con delicadeza sobre las hojas, y escuchamos un gemid amortiguado cuando sin querer pisé una varilla. Al identificar el sonido, me pegó contra un tronco y se agachó un poco, pudiendo ver así qué estaba sucediendo.

Una mujer estaba forcejeando contra una mujer, presionando ambas de sus manos contra el tronco, sobre su cabeza. La mujer de tez de color, con los ojos rasgados y cabello oscuro. Al comienzo pensé que era mexicana, pero luego pensé que quizás era de Asia meridional, por sus rasgos, y puesto a que muchos habían llegado a la agencia tras el desastre del mes anterior. El hombre era también era de tez oscura, y dijo algo, con un distinguido acento australiano.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora