14. Él#2

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14. Él#2.

Nos dejaron a primera hora del domingo en Santa Elena de Uarien, y de ahí nos dirigimos al Paraitepuy, en el cual sólo había un grupo de estudiantes de arqueología que iban al Roraima. Acampamos ahí, y a las cinco de la mañana del día siguiente Tamara ya estaba despierta, con su cabello recogido en una alta coleta, una camisa blanca y de cuclillas sobre las piedras, sus manos sobre sus rodillas y esperando que los frijoles estuvieran listos, y pensé de lo fácil que sería acostumbrarme de eso.

-No vale la pena llevar el sartén- dijo, entrecerrando sus ojos-. Podemos usar una piedra o algo así.

Así que dejamos el sartén, recogimos nuestras cosas, firmamos en la oficina de control de Inparques, y, con pasos perdiéndose entre los otros, nos dirigimos hacia nuestro destino tácitamente a las seis de la mañana, con el amanecer alzándose al mismo tiempo que se vertió con el media día.

Al principio parecía que nos habíamos equivocado de rumbo, con el Tepui escondiéndose en las colinas por un momento, pero seguimos caminando, subiendo una colina hacia un mirador que nos dio la vista periférica de la vegetación que nos rodeaba. Volvimos a retomar nuestro camino, viendo el jardín de rocas, con un cruce fungoso y de arboledas de por medio, haciéndonos perder un poco el camino. Pasamos un tronco que dividía el camino con un río, con el sol cayendo sobre nosotros al mismo tiempo que el camino reapareció, las mesetas arriba, las cascadas mostrándose, hasta que llegamos al Río Tek a las once y media de la mañana. Dejamos nuestras cosas en la esquina, notando que el río tenía una corriente fuerte, las mesetas viéndonos, y me comencé a quitar mis zapatos al mismo tiempo que Tamara se quitaba los suyos. Me quité mi gorra, las calcetas, las cuales me tenía que cambiar, y me comencé a quitar mi camiseta al mismo tiempo que Tamara comenzó a quitarse la suya.

- ¿Te sabes el mito del Roraima?- me preguntó repentinamente y me sorprendí, porque ella extrañamente me dirigía la palabra, y yo era demasiado maricón como para hacerlo.

En sus movimientos y en sus decisiones, sobre todo en su falta de sarcasmo, podía notar lo absorta que estaba en sus pensamientos; nuestros cuerpos rozandose entre discrepancias, moviéndose furtivamente, una barrera de silencio entre los dos, a la que a mí me gustaba llamar de espacio por el miedo que sentía. Aun así, no parecía estar enojada con los demás, y no entendía la razón. Eso me molestaba. Turbaba. Desconcertaba.

- ¿Cuál?-le pregunté, volviéndome hacia ella y entrecerrando los ojos, viendo cómo es que se desabrochaba los pantalones. Jugué a ser el indiferente como normalmente lo hacía frente a la pueril confianza que me tenía-. ¿El de la Pangea o el de la cosmovisión?

-Un tronco del Árbol Caído de todos los frutos, el Wazacá-chistó, respirando profundamente. Me sabía el mito, pero quería que ella me lo contara. Ella, vistiendo una camisa interior, un sujetador deportivo y una licras, se comenzó a meter al agua-. Ma'nápe y sus hermanos, Akuli y Anzikilán, tenían un chingo de vienes del árbol del origen, bendito o algo así. Así que, avaro, avaro, Ma'nápe decidió ir a cortarlo pese a que Akuli le dijo que si lo hacía iba a haber hambruna y una inundación. Lo intentó hacer con un hacha, pero el méndigo no pudo, así que invocó a unos árboles de tronco blando, y el Wazacá comenzó a cortarse. Entonces Akuli llegó de la nada, bien encabronado, e intentó evitar el desmadre y los presagios llenando las cortadas del árbol con miel. Pero el maldito de Ma'nápe siguió y siguió nombrando árboles hasta que llegó a la papaya y dijo...

- ¡Palulu-yeg!- dije yo, sin mucha conmoción, y me comencé a meter al agua, a unos pocos metros de ella.

-Y el vil Wazacá se quedó balanceado con una capa de corteza bien delgadita. Y de la nada llega este Anzikilán, el otro hermano, y dijo...

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora