36. Ella.
Pasó turbiamente, a cortos lapsos, con manos alargándose en gajos.
Los gritos no cesaron.
Zared se vio envuelto en nuestros brazos, con la adrenalina convirtiéndose en la realidad, lo que lo atrajo a quejarse simultáneamente a su sangrado no tan abundante.
Mayi terminó haciendo todo, en conclusión.
Éramos demasiadas manos, demasiadas bacterias y el aire estaba lleno de infecciones. Así que ella se dirigió a un cuarto, agarró los guantes y lo operó, algo en lo que ella era buena, mientras Tom y yo nos quedamos afuera, con Pipiada a nuestro lado.
Le hicimos una transducción de sangre.
No era mortífero porque no le había dado a la aorta.
Ninguno preguntó nada. Tomás sólo se quedó ahí, tomando mi mano, hasta que la noche cayó, Mayi salió y asintió, haciéndonos saber que todo había estado bien.
Buscamos otro lugar para descansar. Aparentemente, justo lo temido, estaba sucediendo: esa isla artificial estaba siendo habitada por personas. Los edificios tenían informes, en algún momento había tenido electricidad, e inclusive había algunas habitaciones. Sin embargo, se sentía demasiado morboso dormir sobre sabanas que habían sido utilizadas, en camas que no eran nuestras, y temíamos que los edificios podrían ser una trampa. Aun así, Tomás y yo tomamos camisas, una para él, una para mí, y otra para Zared.
Nos acomodamos en un callejón, y ese era el turno de Mayi durante la noche. Zared tenía que descansar. Por eso no podíamos seguir.
Zared estaba acostado en mi regazo, dormido. Le comencé a quitar los mechones que caían por su frente, ondulados, y me di cuenta que él era tan desconocido para mí como parte de un ensueño, con aquellos labios gruesos, tez amarilla y ojos amplios.
—Ni siquiera podemos protegerlo a él— le dije a Tom, tocando una de las mejillas de Zared y el contorno de sus labios, una piel tan nueva y con tantas historias escritas al mismo tiempo.
Tom se quedó callado unos segundos, acomodando las cosas que nos habíamos permitido sacar de los edificios y los apartamentos: linternas, algunos cuchillos, gasas, alcohol, y comida, la cual no podíamos dudar de ella. Agua también, pero la hervíamos, tal y como lo estaba haciendo él, poniendo un libro y quemándolo.
En cuclillas, se volvió hacia mí.
—Va a estar bien— me aseguró.
Seguí acariciando el rostro de Zared y levanté su nueva camisa, la cual le quedaba grande, para revisar su herida, la cual Mayi había cauterizado.
—No pensé que fueras de eso— le dije—. De esos que dice lo siento cuando alguien se muere, que hace promesas basándose en las acciones de alguien más, ya va a pasar cuando alguien está mal, o que dice que las cosas van a estar bien cuando...—hice una breve pausa, encogiéndome de hombros—. No pensé que fueras de esos.
Se volvió hacia la fogata, y prendió otro libro, un diccionario japonés.
—No soy— dijo—. No soy de esos. Pero algunas veces no te das cuenta y te ves arrastrado hacia las palabras triviales. No sé. Es que algunas veces las palabras se atoran, se tropiezan y son innecesarias en muchos casos. No sé qué más decirte. No quiero mentirte, pero tampoco quiero desanimarte.
Me quedé callada, viendo las flexiones de su cuerpo, los omoplatos debajo de su camisa, y cuando él se volvió hacia mí, suspiré, asintiendo.
—Pero tú y yo estamos bien— le dije, lentamente. Se me quedó viendo, tomando su mano entre la otra. No dijo, ni siquiera asintió, como si estuviera esperando que dudara eso. Pero no lo hice, y lo supe en el largo silencio que se hizo entre los dos, con aquella infinita noche y todos los sonidos artificiales haciendo presión, presión, acercándonos, que no lo dudaba. Asentí, perpetuando la mirada—. Tú y yo estamos bien, Tomás.
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2. Agente TF01, pandemónium.
RomanceSinopsis de la segunda parte. ¡NO LEER SI NO HAS LEÍDO LA PRIMERA PARTE, CONTIENE MUCHOS SPOILERS! La agencia, las personas que trabajan para ella, el mundo y las familias están pasando por un pandemónium. Tamara pensaba que, d...