Experimentos que buscaban crear alguna mejora en un grupo marginado de infantes, destinados a crecer dentro de jaulas y sufrir mientras aun respiren, terminó por crear desalmados con un único latir en sus corazones y venas: sed de venganza.
Lee Feli...
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El pequeño niño se arrinconaba contra una de las esquinas de la habitación, sintiendo como su corazón estaba a punto de reventarle contra el pecho y el estómago le daba vueltas. Mientras más veía la sangre, más rápido quería salir corriendo.
De sus ojos no paraban de brotar lágrimas, las cuales se deslizaban hasta tintar su boca de un sabor salado, logrando mezclarse con la sensación metálica que quedó gracias al líquido carmesí fluyendo desde su labio roto.
Un hombre—casi que un desconocido—se para en frente del padre de aquel niño, tomándolo por la nuca y acercándolo a él, casi escupiéndole en la cara al momento de hablar.
—¿Sigues sin saber dónde está mi puto dinero, Bang?— susurró, dandole toques amenazadores con el tanque del arma en la frente.
—Por favor, s-solo necesito unas semanas más, lo prometo. No me hagan daño, por favor...
—Eres un desgraciado— lanzó entre risas—. ¿Cuántas personas más necesitan pagar con sus vidas por tus míseras deudas?
—Y-yo n-no...
—¿Qué acaso tu esposa ya no fue suficiente?— señaló al cadaver en el piso— ¿Quién más debe morir para que pagues? Tu mejor amigo, tu hermano, ahora tu mujer... ¿Quién sigue? Lo es acaso...— giró su rostro con caútela hasta el pequeño arrinconado—... ¿tu hijo?
—No le hagas nada, haré lo que sea, lo juro...
—Ya tuviste la oportunidad de hacer lo que sea durante varios meses— quitó el seguro, haciendo al señor Bang temblar—. Haré su vida miserable, creéme que lo haré. Es una promesa, Woong, y a diferencia de ti, yo siempre cumplo mi palabra— sin mucho más que decir, simplemente disparó directo en su sien.
Aquel niño ya había olvidado donde estaba realmente, olvidó cómo pensar, cómo moverse o si quiera el cómo respirar. Su cuerpo estaba sostenido sobre sus pies, pero en su cabeza no existía nada.
—¿Qué hacemos con él, jefe?— habló otro de los bien uniformados hombres dentro de la casa.
Ese llamado "jefe" se mostró pensativo, fijando su mirada por unos segundos en el pequeño. Después, soltó una pequeña risa al aire.
—Déjenlo vivo— terminó por decir con bastante gracia.
—¿Lo dejaremos vivir y ya está?— su jefe le asintió como respuesta— Usted sabe que no sobrevivirá ni una semana.
—No lo dejaremos aquí— ya estaba decidido—, lo llevaremos a Crissomania, el orfanato.
—Señor... está consciente de lo que pasará en ese sitio, ¿cierto?
