Capítulo 37: Lejos de todo.

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Acelere mientras mantenía mi vista fija, pérdida en la autopista

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Acelere mientras mantenía mi vista fija, pérdida en la autopista. Mark había cedido ante mi decisión de estar sola, sabía que lo necesitaría.

Lo necesito.

Mi mente no dejaba de pensar. Quería que parará, que se detuviera, desearía que existiera un interruptor, para poder apagar mi mente, mi corazón, todo. Pero aún que más lo desearía no había tal cosa, la culpa comenzaba a apoderarse de mí, esos pensamientos autodestructivos.

Marioneta.

Matrimonio.

Divorcio.

Muerte.

Amor.

Deber.

Decepción.

Decisión.

Soledad.

Culpa.

Dolor.

Palabras que se repetían constantemente, hacían que el nudo de mi garganta creciera, quitándome la capacidad de respirar con tranquilidad.

Volví a acelerar, no pensaba en dónde iría, no había lugar. Solo sabía que debía ser lejos. A algún lugar donde gritar y que nadie me escuchará. Después de varios minutos me salí de la carretera, me adentré en el terreno desolado.

Todo estaba oscuro. Mi única luz eran las luces del auto. Detuve el auto, tomé aire, lo mantuve y luego solté. Mis brazos sobre el volante, lo golpeé varias veces llena de frustración. Lo único que podía pensar es qué pasaría cuando volviera, quien me estaría esperando. O cómo serían las palabras de Tía Charlotte hacía a mí.

No soporté más y salí del auto. Necesitaba aire. Llene mis pulmones de aire frío, ya había comenzado a oscurecer, no sé cuánto tiempo había pasado, sinceramente pero no era algo que me importara en este momento.

Mire a mi alrededor y nada. Vacío, nada más que tierra rodeándome.

Soledad.

Tranquilidad.

Tal vez libertad.

Pero por qué me sentía de esta manera. Tan miserable, tan culpable, con tanto dolor dentro de mi pecho, no podía seguir más, no quería seguir aguantando. Finalmente lo solté, grité.

Grité, hasta el punto de que sentía que me desgarraba por dentro. El dolor emocional era menor, el dolor físico crecía en mi garganta. Seguí gritando mientras que mis ojos se llenaban de lágrimas, llenas de dolor, frustración y culpa.

Mis cuerdas vocales dolían, pero seguí. No quería parar, no pare por cinco años, ¿por qué lo haría ahora?

¿Por qué?

¿Por qué?

Porque duele. Pero no era suficiente, no comparado con lo que tenía dentro. No con todo lo que he guardado, no en estos cinco años, si no desde que Tía Charlotte tomó mi tutela. Todo el dolor que había sentido durante años, no se comparaba al que sentía.

Todo simplemente salía, mis gritos y lágrimas me rompían. Debía romperme y dejar salir todo.

Mi cuerpo se comenzaba a sentir agotado. Me acerque al auto, apoye mi cuerpo sobre este, pero no era suficiente, mis rodillas se doblegaron, mi cuerpo todo el suelo frío y tierroso, mi ropa se ensuciaba, pero para este punto era lo que menos importaba, apoye mi espalda en la puerta del auto, mis brazos descansaban a cada lado abatidos.

Mi corazón saltaba en mi pecho. Dolía, seguía doliendo como mi garganta ahora seca. Intentaba salivar lo mejor que podía. Mis ojos ardían, pero las lágrimas no dejaban de salir, sin llanto, solo se deslizaban por mis mejillas rojas y húmedas por estas mismas.

Estaba cansada. Estaba desecha. Solo quería volver a casa. ¿Pero a qué casa? ¿Tenía a donde volver? Lo pensé por varios minutos y aún no sabía la respuesta. De alguna manera debía pasar la noche, habían muchos hoteles por ahí.

Me levanté del suelo, ya se había hecho de noche, hacía frío. Podía ver las luces de los demás autos en la carrera a lo lejos. Sacudí mi ropa un poco, abrí el auto para subirme, limpie mi rostro, no podría conducir con mis ojos llenos de lágrimas.

Emprendí mi camino de vuelta a la ciudad. Mi teléfono comenzó a sonar, Mark estaba llamando, no contesté. Y lo único que pasó por mi mente fue

Lo siento.

Lo siento.

Quería contestar, debía estar preocupado por la hora. Pero no podía, mi voz se quebraría a penas contestar, y no quería que él me escuchara de esa manera. En este momento no. Mantuve mi vista en la autopista, debía tener cuidado, estaba oscuro y aún faltaban algunas partes de los arreglos que estaban haciendo, podía ver las maquinarias y materiales por la orilla del camino.

Me detuve al ver que el otro auto lo hizo. Mis ojos ardían, comenzaban a hincharse y no era para menos, trague saliva y mi garganta ardió. Mañana no podría hablar seguramente.

Coloqué mi pie sobre el acelerador al ver que el otro auto avanzaba, cuando algo fuerte golpeó el auto. El fuerte ruido hizo doler mis oídos y en segundos el auto daba vueltas hacía la barrera de contención y materiales de construcción. Los vidrios rotos raparon mi rostro mientras todo daba vueltas, el fuerte impacto hizo doler todo mi cuerpo, no podía sentir nada más que dolor.

Mis ojos no podían ver nada, las luces de los otros autos me deslumbraban, mi vista nublada, el pitido de mis oídos no me dejaba escuchar, mi cabeza bombeaba, no podía pensar claramente, todo era dolor.

Dolor insoportable.

Mis ojos no podían mantenerse abiertos. Y poco a poco se fueron cerrando mientras que las voces distorsionadas se acercaban, hasta el punto de que no oí nada.

Negro.

Eso era todo.

Silencio y oscuridad absoluta.

Esposa PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora