Capítulo 10: Bésame.

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Mark me sacó de ese lugar sin decir ninguna palabra

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Mark me sacó de ese lugar sin decir ninguna palabra. Su rostro no reflejaba nada, era una roca. Aunque ahora sé lo que siente Mark cuando hago eso.

Mi mejilla ya no dolía tanto, el ardor se iba apagando, pero el color rojo se apodera de mi mejilla.

Un golpe así no era nada comparado a la regla gigante de madera que utilizaba antes.

Al llegar a casa me llevó directo a la cocina, me sentó en uno de los bancos y abrió la nevera sacando una compresa de hielo. Se acercó a mí y la colocó en mi mejilla.

Me queje por lo helado que estaba. Se agachó flexionando sus rodillas para poder estar a mi altura y poder poner bien la compresa.

Con su mano libre deslizó sus dedos por mi rostro sacando unos cabellos que caían, colocándolos detrás de mí oreja.

Mi corazón otra vez me traiciona. Mi ritmo cardíaco late con fuerza y el dolor de mi mejilla se desvanece.

—¿Aún duele? —preguntó, quise responder, pero en cambio mis labios sólo temblaron. —Tranquila. Estamos en casa, ella no puede lastimarte aquí. —Me estaba consolando.

Asentí con un pequeño movimiento de cabeza.

—Gracias.

—No hay nada que agradecer. Sabes que mi trabajo es cuidarte, además no dejaría que pasara de nuevo y también lamento no haber llegado a tiempo para detener el primer golpe. —Podía sentir su culpabilidad. Estaba triste por el golpe en mi mejilla, pero no era su culpa.

Nada de esto lo era.

En cambio, era mi héroe. Me ha salvado tantas veces de hundirme.

—No te culpes. No es tu culpa, además ya no duele. —Dije llevando mi mano a su rostro.

Sus ojos me examinaban, pero no de la manera que todos lo hacían. Era como si fuera algo atesorado, como un tesoro. Las yemas de mis dedos rozaron su mejilla. Y mi corazón latió con fuerza.

(💍)

Mire mi reflejo en el espejo. Esto era lo que ella había creado, no era yo. O al menos no la verdadera.

Pasó años creando esto. Y lo odio. Lo detesto, cada centímetro.

Ser la mujer perfecta no es un logró, es una tortura que se me fue asignada. Aunque ella me cuido y me prestó su compañía en mi soledad, al final las cadenas de oro siguen siendo cadenas.

Saqué los aros que colgaban de mis orejas al igual que el collar en mi cuello, los dejé en su respectivo lugar en mi joyero. Desabotoné mi ropa y me deshice de ella.

Mire mi cuerpo en el espejo. Era perfecto, sin ninguna mancha, sin vellos o algo que no lo hiciera ser perfecto.

Solo era una mentira.

Esposa PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora