— Bueno, es todo por hoy jóvenes. Pueden salir. — el profesor Villa comenzó a borrar lo que había escrito en la pizarra.
La mayoría de alumnos empezó a salir del salón todos empalmados y otros pocos se quedaron a platicar esperando a sus amigos que terminaran de guardar sus cosas.
Yo por mi parte hacía lo mismo, sólo que a mí nadie me estaba esperando. Mis amigos estaban en su otra clase y debía ir a buscarlos a su salón, pero eso no era mis intenciones ahora.
— Buenas tardes, profe. — dije colgando mi mochila.
— Buenas tardes, Mariana. Hasta mañana.
Asentí a manera de respuesta.
Salí del salón, comenzando a caminar por el pasillo a dirección de mi locker, pues el edificio de inglés era el único que contaba con este pequeño almacén individual.
Guardé el gran libro de quinientas páginas dentro del locker, junto con otras libretas que no eran precisamente de esta materia pues honestamente me daba flojera cargar tanto peso en mi mochila.
Una vez todo perfectamente acomodado, quise cerrar la puertita. Pero en un movimiento rápido pasó por escasos centímetros de mi rostro, dando un portazo.
— Marianita. — dijo con un tono de voz juguetón y con una mano jugando a revolver mi cabello.
Ay, no.
— Ah, eres tú. — dije aburrida.
— ¿A poco no te alegra verme otra vez?. — preguntó, cómo si no fuera la cosa más obvia del mundo.
— Suficiente tengo con verte ocho horas, no quiero más, gracias. — dije con un ligero toque gracia.
Comencé a caminar apresurando mi paso al escuchar que me venía siguiendo.
Este tipo no se cansaba de molestarme, ni él, ni los chiflados de sus "amiguitos".
Él siendo hijo de quién es, supongo que no tenía la suficiente atención en casa, por eso era así. Porque claro, aquí todo Zapopan sabía quién era su papá.
Jesús Alfredo Guzmán parecía el típico chico popular de la preparatoria, solo que era para nada atlético y en realidad era muy inteligente. Pero en sí, su círculo de amistades le "exigía" ser todo lo contrario a lo que pudo ser.
En fin... Esa era su culpa, de nadie más.
— Eres bien mula, cerebrito. — sus pasos apresurados resonaron por el pasillo vació.
— ¡Ya!. ¡¿Qué quieres?!. — dije un poco, bastante harta y volteé al sentirlo a la par mío.
— Uyy. — puso una sonrisa de lado — Andamos de malas, ¿O qué?.
— ¿Se te ofrece algo?. — pregunté ignorando lo anterior.
— Si nomás quería saludarte bien, Marianita. — conforme empezó acercarse más, yo retrocedía.
Hasta que en un cierto punto ya me tenía acorralada a la pared.
Tenía su mirada puesta en mí, podía sentir como detallaba mi rostro con su mirada.
— ¡Bro!. ¡Alf!. — se escucharon las voces de aquellos chiflados, haciéndolo sobresaltar.
Rápido se separó de mí, asomando su cuerpo completo al pasillo. Ya que la gran vitrina de trofeos y fotos nos tapaba.
Les hizo una seña y chifló, provocando que enseguida se escucharan sus pasos corriendo por el pasillo.
— Ma-rra-ni-ta. — tarareó Kevin.
— ¿Ya también te quieres comer a mi compa, Marranita?. — dijo Alejandro con burla, provocando la risa de los otros dos.
Rodeé los ojos.
Bendito dios, ya casi se acababa el semestre.
— Con permiso... Tontos. — dije marchándome.
A lo lejos escuchaba como hacían sonidos de cerdos y se reían.
Como me caían mal.
Nunca consideré que tenía un problema de peso. Pensaba que mi cuerpo estaba bien, que no tenía ningún problema de sobrepeso.
Claro que yo no estaba tan delgada como las demás chicas con cuerpos irreales, porque yo tenía un poco más de atributo, pero no me incomodaba. Estaba en mi peso ideal.
Aunque he de confesar que los comentarios de los demás sobre mi cuerpo, si me llegaban hacer sentir mal.
...
Suspiré dejando caer mi mochila al suelo.
Caminé hasta la cocina y ahí dentro estaba mi madre con Chabelita, quien nos ayudaba con la casa. Ambas estaban cocinando no sé qué, pero olía delicioso.
— Hola mami, hola Chabe. — dije saludándole a ambas cuando entré.
— ¿Cómo te fue mi amor?.
— Bien, todo bien. — le sonreí.
— Qué bueno. ¿Ya tienes hambre?.
— S... Nop. No mucha.
Asintió. — ¿Irás hoy al gimnasio?.
— Sip. Más de rato. — tome una manzana del frutero — Voy arriba. Necesito quitarme el uniforme.
— Bueno, no tardes en bajar. Ya casi está lista la comida.
— Sipis. — dije antes de salir corriendo a las escaleras.
Aventé la puerta al abrirla y solo avancé unos cuantos pasos a la cama para tumbarme en ella.
No había mañana que la extrañara, cuando me levantaba.
Los recuerdos de hoy se hicieron presentes.
Suspiré.
— Lo que tienes de guapo, lo tienes de tonto.