Alice
Iba a ayudarme a encontrar el autor del chantaje.
Tuve que obligarme a confiar en él, porque no conocía a ese Aidan Cramer. Conocía al niño y al preadolescente; al que se colaba por mi ventana para ver la película mala que echaran en el canal abierto esa noche o el programa de crímenes que nos prohibían ver nuestros padres, al que venía a buscarme las tardes de calor para ir a nadar al lago o saltar desde la cascada más pequeña, al que divagaba ante cualquier tema científico, al que me prometió que nunca dejaríamos de ser amigos.
Ese Aidan ya no estaba.
O al menos yo no lo veía.
El primer punto de la lista que cumplí fue el de no sentarme en la última fila.
El chantajista sabía que me sentaba en la última fila para poder grabar la clase con mi móvil (sin imagen, solo la voz) y así poder tomar los apuntes más completos. En clase solo apuntaba lo que el profesor pasaba las diapositivas y en casa lo completaba con los audios. Por eso me había pedido que no me sentara allí.
Podría hacerlo igual si no fuera porque no nos dejaban tener estuches ni mochilas encima del pupitre. Al estar al fondo, podía tener el móvil debajo de mi libreta sin problema. Pero allí, no.
En la clase de Español, me senté en primera fila, dado que las otras estaban ocupadas. Detrás de mí, él. Aidan.
―Dame tu móvil.
Me giré hacia él, justo cuando el profesor de Español entró por la puerta.
―¿Perdona?
―Dame tu móvil. Yo me encargo de grabar la clase.
―Pero...
―Alice, dámelo ―pidió de nuevo, sabiendo que en cuanto el profesor Márquez dejara su maletín en la mesa, ya no podríamos formular palabra.
Así que le hice caso. Puse la grabadora lista para que solo le diese al play y se lo di. Él puso el móvil bajo una de sus tres libretas y yo sonreí agradecida. No pude darle las gracias porque el profesor dejó con fuerza su maletín, lo cuál muteó la clase como si hubiese pulsado un botón para ello.
🗒️🗒️🗒️
Salimos de clase de español y, en vez de irme con Lou y Rose a la de Matemáticas, fui con Aidan, que me esperaba en la salida. Me dio el móvil mientras emprendíamos camino al final del pasillo, donde se ubicaba nuestra próxima clase.
―Gracias ―susurré guardando la grabación y metiéndome el móvil en el bolsillo―. No tenías por qué...
―Se olían tus nervios, Alice. No es nada. ―Se encogió de hombros―. ¿Cuál será el próximo punto?
―No sé por qué punto seguir. Creo que, ahora en el descanso, iré a hablar con Georgia de Arte para ofrecerme voluntaria para ayudarles esta tarde. Es la única que tengo libre; el resto me toca entrenar.
Asintió con la cabeza.
―¿Has averiguado algo? ―le pregunté curiosa. Negó con la cabeza.
―He tratado de descubrir algo a partir de todos los puntos, pero no puedo sacar nada en claro. Con esta lista, no benefician a un solo grupo, sino a muchos. Debemos empezar por recopilar nombres de las personas beneficiadas. ―Justo en ese momento llegamos a la clase de Matemáticas―. Quedamos tras la cena en tu habitación o en la mía, y empezamos.
―En la mía, que el otro día casi me mato cruzando a la tuya. Esa rama no creo que aguante mucho peso más.
―Yo peso más que tú ―se quejó.
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Medidas Desesperadas ©
Teen FictionAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...