Aidan
Me gustaría decir que me desperté con el cantar de los pájaros y los rayos de sol acariciándome el rostro, pero en realidad lo hice con los maullidos de mi gato, que miraba por la ventana, cuya persiana estaba bajada a la mitad, precisamente para que la luz de fuera no me molestara antes de que sonara el despertador. Miré mi móvil. Quedaban dos minutos para que tocara la alarma.
―Gracias, Migas ―protesté, sentándome en la cama―. ¿Qué pasa?
Me respondió con un maullido que traduje como un «ven ahora mismo». Estirazé un poco mi cuerpo al ponerme de pie y Migas volvió a maullar con un «lento y humano, lo tienes todo». Me acerqué a la ventana para ver a qué maullaba y entonces lo vi.
El walkie-talkie amarillo.
No debía hacer mucho que lo había dejado en la ventana, porque cuando lo cogí todavía no estaba caliente por el sol. No pude evitar sonreír al mirarlo. Ese había sido nuestro medio de comunicación, de habitación a habitación, cuando no teníamos móviles.
Vi que estuviera encendido y, cuando quise probar a hablar por él, sonó la alarma, distrayéndome de mi tarea.
🗒️🗒️🗒️
Mi día de investigación había comenzado en la clase de latín, a primera hora.
La profesora estaba enferma, por lo que nos asignaron uno de guardia. Normalmente, cuando no había un profesor y no era época de exámenes, nos dejaban salir de clase, por lo que yo solía marcharme al laboratorio. Sin embargo, ese día no nos dejaron, por lo que fue una hora muerta entre cuatro paredes.
Como todos ya conocían mi amor por todo campo científico, puse la excusa de que, en el laboratorio, estaba haciendo un proyecto biotecnológico por lo que necesitaba recaudar una serie de datos de algunos alumnos "al azar".
Así que fui pasando mesa por mesa, con mi ordenador portátil en la mano, para preguntar a los siete alumnos de la clase que estaban entre los treinta restantes de la lista de sospechosos.
Les pregunté cuáles eran sus asignaturas, qué nota media tenían en cada una, cuáles se les dificultaba más y si estaban en alguno de los departamentos beneficiados de la lista de W.
Cualquier persona que supiera qué era la biotecnología, sabía que las preguntas que les estaba haciendo no tenían ninguna relación con ese campo, pero nadie dijo absolutamente nadie. Menos Jonas, que obviamente sí entendía del tema.
―¿Y esto por qué? ―me preguntó curioso.
―No te lo digo, que se gafa. Pero te adelanto que es un segundo proyecto de Bio.
―¿Qué hay del biosensor de toxinas?
―Ahí está, en proceso. Este nuevo es para cuando lo acabe.
―Si puedo ayudarte, ya sabes dónde encontrarme.
―Gracias, tío. ―Palmeé su hombro y seguí con mi interrogatorio al resto de alumnos.
Cuando les hube preguntado a los siete, la tabla que había improvisado durante ese rato, se había completado. De los siete, solo eliminé dos de la lista de treinta. El resto seguían siendo sospechosos, incluso alguno pasó a serlo más.
Por ejemplo, Jeff. Excelente en todas las materias, coincidía en todas las asignaturas con Alice, menos en una y estaba en teatro, geología, era ayudante en la biblioteca y era uno de los vendedores de comida de los partidos.
O TJ, que no solo tenía matrículas de honor y coincidía en todas las asignaturas con Alice menos en tres, sino que también estaba en arte, era asiduo en la biblioteca, su tía era una de las trabajadoras de la lavandería del instituto, pasaba mucho tiempo en los jardines (por lo que tenía vista plena de la fuente que Alice debía limpiar y, ojo al dato, era uno de los alumnos que se encargaba del marcador en los partidos de baloncesto. Eso era importante porque significaba que tenía acceso a la sala del marcador, que estaba en lo alto de la pista, con vista plena del gimnasio y podía haberla visto dejar los apuntes desde allí.
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Medidas Desesperadas ©
Genç KurguAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...