C (anónimo)
La vi de lejos y supe que no iría a las gradas del gimnasio a vender perritos calientes y nachos rancios vestida de encina. Igual que no lo había hecho durante el partido de fútbol americano.
Caminaba tan tranquilamente por el pasillo, con la chaqueta blanca del equipo de natación y una falda negra que le cubría menos de la mitad de las piernas. Era una chica guapa e inteligente; lástima que su futuro se viera truncado por haberse dedicado a regalar aprobados a todo el curso. Y, seamos sinceros, se lo había ganado.
Al vender exámenes y apuntes a todo el mundo, no solo se estaba lucrando con la desesperación de la gente, sino también desvalorizaba el trabajo de los profesores y los alumnos que sí pasábamos horas tomando apuntes, sí estudiábamos hasta el agotamiento absoluto, sí íbamos a ciegas a los exámenes. Algunos nos esforzábamos para sobresalir entre los demás, y por culpa de gente como ella nos veíamos eclipsados y minimizados. Los alumnos de 10 seguíamos siéndolo, pero ya no había distancia con el resto.
Faltaba media hora para que empezara la competición de natación y, sinceramente, todos sabíamos qué pasaría. Subiría a al trampolín, con ese ridículo gorro granate, saltaría al agua y lograría la mejor marca de la competición. Aplausitos, medalla, copa y a casa.
Pero ese año no iba a ser igual.
Porque otras personas merecían ese logro más que ella.
Iba a ser peligroso, porque quizá me vería, pero tenía que arriesgarme.
🗒️🗒️🗒️
Alice
Me habían encerrado.
Alguien me había encerrado en una puta despensa llena de botes de pintura, rodillos, pinceles, sacos de cemento y otras herramientas cuyo nombre desconocía. Y sin luz, que era lo peor de todo.
―¡Eh! ¡No hace gracia, venga! ¡Que tengo que estar en la piscina en diez minutos!
Escuché una risa femenina alejarse y pateé la puerta. La verdad es que fue una patada de mierda, que dio hasta pena, pero no quería lesionarme; el mes siguiente eran los nacionales. Golpeé la puerta con fuerza, aunque en el momento en el que me metieron dentro de ese cuartito no había nadie en el pasillo. O al menos yo no lo había visto. Estuve un buen rato golpeando la puerta y pidiendo ayuda, pero acabaron por dolerme los nudillos y paré.
No tenía nada.
Ni un poco de agua, ni comida, ni el móvil.
Y no había desayunado todavía. Iba a hacerlo con las chicas en los vestuarios. Llevaba quince horas sin probar bocado y la barriga llevaba pidiéndome comida desde hacía rato. Y yo allí, encerrada en contra de mi voluntad.
«Como esto lo haya hecho Aidan para evitar que fuera a la cancha de baloncesto, no le vuelvo a hablar en su maldita vida», pensé mientras golpeaba una última vez la puerta.
¿Que lo veía capaz de encerrarme? Sí. Él o las chicas. Sin embargo, no podía enfadarme con ninguno de los tres (cuatro, si incluía al bueno de Chris) porque no tenía ni la menor idea de lo que había ocurrido. Un segundo me detenía a beber en la fuente y al otro me encontraba dentro de un mini cuartito que olía a pintura de hace veinte años.
Me obligué a calmarme. ¿A quién no le encanta un espacio cerrado, eh? A todo el mundo le apasiona, ¿verdad? ¡¿Verdad?!
Genial, ya empezaba a hiperventilar.
🗒️🗒️🗒️
Aidan
―¿Dónde mierda está mi chica de oro? ―preguntó Elías por décima vez en los últimos veinte minutos.
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Medidas Desesperadas ©
Fiksi RemajaAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...