Capítulo 17 | Lago y estrellas

937 128 18
                                    

Alice

Cuando me metí en la cama de Aidan esperé de todo corazón que fuera igual que cuando teníamos doce años.

Pero no, no lo fue.

Abrí los ojos antes de que sonara la alarma que me había puesto en el móvil. De caras al armario, de espaldas al cuerpo de Aidan, que estaba pegado a mí completamente. Com-ple-ta-men-te. El corazón me iba tan acelerado, que ni su respiración contra mi cuello fue capaz de oír. Su brazo envolvía mi cintura y el otro descansaba bajo mi almohada, mientras su pelvis se encajaba a la perfección contra mí.

Debería haberme levantado, pero no lo hice.

Era tan agradable sentir el cosquilleo que me provocaba su respiración en mi nuca y el tacto de su mano sobre mi abdomen desnudo, que me podría quedar allí todo el día. Ojalá no tuviésemos que preparar el comedor, porque si no...

Me acurruqué bien contra él, agarrándome a su mano y cerrando los ojos de nuevo. Todavía dormido, Aidan reforzó su agarré y me apretó todavía más contra él. El bulto que sentí nada más despertarme se endureció contra mi trasero. Sentí mi cuerpo arder y tuve que reprimir un gemido. Junté mis labios y me aferré a su mano, enlazando como pude mis dedos a los suyos.

Desde luego que no estaba siendo como cuando teníamos doce años.

Ni de lejos.

Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Cómoda pero inquieta a la vez; excitada. Me sentía a punto de morir de la vergüenza, pero realmente quería que volviera a moverse, que me juntara a su cuerpo de nuevo, volver a sentirlo.

Como si hubiese escuchado mis deseos, no solo me agarró con más fuerza, sino que juntó todavía más su cuerpo al mío, como si fuese posible. Y se me escapó un jadeo. Su respiración seguía siendo pausada, lenta. Seguía dormido. Por muy a gusto que estuviera y por muchas ganas que tuviera de quedarme con él, no podía seguir de esa forma, y más si él no estaba siendo consciente de lo hacía.

Poco a poco me fui despegando de él y salí de la cama.

No fue hasta que me metí en la ducha cuando me di cuenta de lo endurecidos que tenía los pezones y de lo que me habían afectado esos pocos minutos con Aidan. Me obligué a darme una ducha fría y, cuando salí, estaba más que despejada.

No sabía si me gustaba sentirme de esa forma con Aidan.

Por mucho que deseara que volviéramos a ser A.C. y A.W., lo veía prácticamente imposible. El único sentimiento hacia Aidan preadolescente que compartía con la Alice preadolescente era la admiración; siempre lo había admirado mucho, por lo sociable que era, su amabilidad nata, lo increíblemente inteligente que era y lo bien que se le daba hacer absolutamente cualquier cosa. Lo que estaba sintiendo en esos momentos, distaba mucho de lo que sentí por A.C..

Me metí en mi dormitorio con el cuerpo envuelto en una toalla y a paso rápido. Ya en la intimidad de la habitación, me quité la toalla y me sequé todo el exceso de agua de mi pelo. Como seguramente esa mañana nos bañaríamos en el lago, sustituí mi ropa interior por un bañador y me puse un vestido cómodo. En vez de mis botas de montaña, me calcé las deportivas.

Salí del dormitorio dispuesta a despertar a Aidan mientras me acababa de trenzar el pelo. Justo en ese momento salió Tom de su habitación, todavía vestido con un pantalón de pijama y una camiseta de manga corta con una frase de humor de geólogos que no entendí.

―Buenos días. ¿Por curiosidad duermes abrazado a una sopladora de hojas? ―pregunté mientras me dirigía al dormitorio de Aidan.

No me hizo ni caso.

Medidas Desesperadas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora