Aidan
El domingo procuré despertarme temprano, solo para estar pendiente de cuándo las cortinas del dormitorio de Alice corrían hacia un lado. Era el día que ella quería ir a por las piedras y el carbón, y sabía de sobras que no querría mi compañía. Pero iba a ir con ella, quisiera o no. Alice no solo era torpe, también tenía el sentido de la orientación donde todos sabemos y, a parte, no tenía ni idea de cómo diferenciar los tipos de carbón.
Cuando las cortinas de su habitación corrieron hacia un lado, me vestí y acabé de preparar la mochila con todo lo que nos podría hacer falta. Desayuné y, pocos minutos después, cuando escuché la puerta de su casa cerrarse, salí también.
―Buenos días ―saludé mientras me colocaba a su lado. Ella me miró entre mal y fatal.
―¿Qué haces?
―Acompañarte.
―No respetas nada, Aidan.
―No quiero tener que prepararme un discurso para tu funeral, porque ambos sabemos que vas a perderte o a caerte cascada abajo.
―¿Pero por quién me tomas? ―espetó―. He ido mil veces al bosque y nunca me ha pasado nada.
―Si vas a mentirme, al menos no lo hagas con cosas que he vivido contigo. ¿O tengo que recordarte la vez que te perdiste y tuve que ir a buscarte con los guardabosques y acabaron evacuándote con un helicóptero? ¿O cuando una cría de bisonte te embistió? ¿O cuando casi te partes el fémur por querer escalar para llegar a una cueva? Puedo seguir, si quieres.
―Dios, eres insufrible ―susurró, dándose por vencida―. Está bien. Pero como vuelvas a reprocharme algo, te lanzo a ti cascada abajo.
―Oído, jefa.
Los ojos en blanco no tardaron en llegar.
Yo debía admitir que ir de expedición geológica me emocionaba bastante. De pequeño me gustaba ir a las minas a buscar piedras preciosas solo para fotografiarlas con la cámara analógica e identificarlas, para luego enseñárselo a mi padre, que era (y seguía siendo) gemólogo. Hacía, fácilmente, siete u ocho años que no lo hacía.
De camino al bosque, saqué el libro de gemología que mi padre había publicado hacía dos años.
―En nuestra zona hay muchas piedras preciosas ―le expliqué, pasando por alto su cabreo―. Berilo, granate, hematita, calcita, calcedonia, amatista, fluorita, casiterita, durangita, bixbyíta, topacio... No creo que encontremos ninguna en la superficie, seguramente habrá que escarbar un poco o picar. O podemos buscar pegmatitas, rocas sedimentarias o depósitos aluviales.
Cuando miré a Alice a la espera de algún comentario, objeción o respuesta, solo me encontré con su ceño fruncido.
―¿Pegma qué? ¿Depósitos de qué?
―Pegmatitas y depósitos aluviales.
―¿Y eso son...?
―Las pegmatitas son rocas ígneas ―la miré―, o sea, que se forman a partir del magma...
―Sí, hasta ahí llego.
―Pues son rocas ígneas de grano grueso que se forman en la etapa de cristalización de un magma. En ellas puedes encontrar muchos minerales raros y valiosos, como el berilo, el granate, la fluorita, entre otros muchos. Lo que me temo es que nos va a costar encontrar tres tipos de carbón.
―¿Por qué? Si hay minas de carbón...
―Sí, pero, dejando a un lado que las más ricas tienen el acceso restringido, las minas en las que podemos entrar son cuevas poco seguras.
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Medidas Desesperadas ©
JugendliteraturAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...