Aidan
Ese día no desperté con los quejidos de Migas, desesperado por salir de mi habitación o molesto por los rayos del sol, sino con una caricia en mi erección mañanera. Gruñí adormilado. Sentí unos suaves besos en mi cuello, oreja y mejilla, y sonreí. La risita de Alice llegó a mí, lo que hizo que mi sonrisa se ensanchara.
―Hola, hola ―susurró en mi oído. Y además, lamió mi lóbulo con lentitud, lo cuál ayudó a crecer mi erección.
―Buenos días.
―Y tan buenos...
Me reí por lo bajo y por fin abrí los ojos y la vi, radiante, sonriendo pícara, con solo un top deportivo y unas braguitas cubriendo su cuerpo.
―Pensé que ya no estarías cuando me despertara ―admití por lo bajo, deslizando mis manos por su espalda, bajándolas hacia sus nalgas.
―Quería despedirme antes de marcharme.
―Mhm...
Yo no quería que se marchara. Me daba exactamente igual que ese día tuviésemos exposiciones de dos proyectos cada uno, o que por la tarde tuviéramos los entrenamientos combinados de natación para la jornada del deporte. Quería que nos quedáramos allí, en mi cama, todo el día. Todo el mes, a ser posible.
Las caderas de Alice se mecieron contra mí y ninguno de los dos se molestó en ocultar un gemido. Entre que estaba recién despertado y que el solo simple hecho de tenerla encima me excitaba como pocas cosas, me sentía en el quinto cielo. Traté de besarla, pero mis labios aterrizaron en su comisura cuando volvió a moverse contra mi erección.
―Cielos ―exhalé.
Se movía con lentitud, con movimientos largos y sensuales que iban a acabar conmigo. La detuve en el momento en el que metí mi mano entre nuestros cuerpos, buscando ese punto de unión que me estaba volviendo loco.
―Aidan ―gimió contra mi boca cuando mis dedos alcanzaron su centro.
Recibió mi mano de buen gusto, moviéndose con frenesí contra ella. Aparté las braguitas sin dudarlo y la acaricié bien.
―¿Esto es por mí? ―susurré, besando su mejilla y tanteando la humedad con mis dedos.
Jadeó, mas no dijo nada.
Retiré mi mano con rapidez y, antes de que pudiera quejarse, nos di la vuelta para meterla debajo de mí. Me miró sorprendida, pero con la misma sonrisa pícara con la que me había despertado. Agarré el borde de las braguitas y la miré a los ojos.
―¿Puedo?
―Por favor.
Las bajé poco a poco, dejando un recorrido de besos desde su ombligo hasta casi sus tobillos. Alice se estremecía debajo de mí y yo... Yo apenas podía controlar la excitación que sentía en esos momentos. Besé su pubis, mordí su cadera y lamí un par de pequeñas estrías de su vientre.
Era preciosa.
Como hecha para mí.
Y no sabía ni por dónde empezar con ella.
Subí de nuevo a sus labios y, antes de que pudiera besarla y deslizar mi mano por su cuerpo, los pasos de mi padre subiendo las escaleras nos alertaron. Nos miramos a los ojos.
―Aidan, se te va a hacer tarde. ¿Estás despierto?
―Sí, sí, estoy despierto, papá ―grité mientras hundía la cabeza en el cuello de Alice, que se rio por lo bajo―. Solo tengo que vestirme.
―Bien.
Alice acarició mi cabeza con sus uñas, con cuidado, y depositó un beso en mi hombro desnudo. Negué con la cabeza. No quería moverme de allí.
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Medidas Desesperadas ©
Fiksi RemajaAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...