Alice
Iba de camino a tachar mi último punto de la lista de C. Tocaba presentarme voluntaria para ser una vendedora más de comida de los partidos de fútbol americano y baloncesto de forma oficial. Nunca había asistido a ningún partido de esos, por lo que no tenía ni la menor idea de dónde se ponía el puesto de comida. Ni siquiera sabía qué se vendía.
Llegué al departamento de deportes, que lo tenían aislado en los vestuarios del gimnasio, donde jugaban los de baloncesto y donde antes vendía los exámenes. Me dijeron en la secretaría que buscara a la señora Phillips, la entrenadora del equipo femenino de baloncesto y la encargada, entre otros, de organizar la jornada del deporte. La encontré sentada con los pies sobre su escritorio. Al verme, no se molestó en bajarlos.
―Hola, entrenadora Phillips.
―Wagner.
―Me han dicho que necesita voluntarios para la venta de comida durante los partidos de baloncesto y fútbol. Así que si quiere puedo...
―Siéntate.
Obedecí. Porque a la señora Phillips era mejor no llevarle NUNCA la contraria. Si nos quejábamos de que Sackville era un gruñón, esa mujer no tenía ni punto de comparación.
―Sabes que no estoy para bromitas, Wagner.
―Pero si yo...
―Al punto.
―¡Eso intento! ―Me desesperé―. Le digo que no estoy de broma. Si me puede dar un poco de información, se lo agradecería un poco.
Ella, que parecía no creerse que fuera en serio que una persona se postulara voluntaria para vender comida, como si fuese la peor cosa del mundo, me extendió un papel.
―Se han reducido los tiempos de los partidos para así no privar a ningún deporte de protagonismo, por lo que serán cuarenta y cinco minutos de fútbol, y media hora de baloncesto. Por lo tanto, tendrás que estar de ocho a nueve y media, quizá hasta a y cuarenta y cinco si hubiera incidentes, cosa que no ha habido nunca.
―Entiendo.
Yo debía estar en la piscina a las diez y media, por lo que tendría tiempo de sobra.
―Aunque es mejor que llegues a las siete y media para que te ayuden a ponerte el traje ―dijo mientras señalaba el papel que teníamos enfrente, con toda la información.
―¿El traje?
Y, en efecto, lo que me señalaba era un traje.
Más bien un disfraz.
Enorme.
De encina. La mascota del instituto; un puto árbol.
―No sabía que tendría que ponerme esto...
―Llévatelo y piensa si quieres hacerlo, porque no quiero sorpresitas. Venga, fuera, Mi tiempo es oro.
«Será caradura... Si estaba viendo vídeos en su móvil con los pies sobre la mesa», pensé mientras me levantaba. Como seguramente no le haría ni caso si me despedía, salí sin más de su despacho y me marché hacia los jardines, donde casi me rompí la cabeza la última vez.
Además, de forma literal.
Dejé caer mi mochila en el árbol de siempre, contra el tronco, y me senté usándola de respaldo. Cuanto más miraba el folleto que me había dado la entrenadora Phillips, más ganas de llorar me entraban.
El supuesto objetivo del chantajista, llamémosle C, era ayudar al instituto con las tareas que había en esa lista. Lo entendía, y hasta no me parecería tan mal quitando el hecho de que me estaba chantajeando a mí y a medio alumnado del East Falls. Sin embargo, conforme cumplía los puntos y él (o ella) me escribía para hacerme saber que debía mantenerlos y no solo hacerlos una vez (como las toallas u ordenar los libros), o me hacía cumplirla sola a sabiendas de que había cosas imposibles de hacer sin ayuda, o lo del disfraz de árbol, me hacía replantearme un poco su verdadero objetivo.
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Medidas Desesperadas ©
Novela JuvenilAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...