Aidan
Me despertó un ronquido demasiado fuerte de Tom.
Os juro que jamás en mi vida había escuchado a alguien roncar con tanta fuerza. Una persona de diecisiete, dieciocho como mucho, no podía tener esos ronquidos tan fuertes de forma natural. Debía tener algún problema respiratorio o algo por el estilo, porque no me lo podía explicar.
Traté de rodar hacia el otro lado para ver la hora en mi móvil, pero algo me detuvo. Chocolate. No tuve qué buscar mucho para saber que ese aroma venía del pelo de Alice. El día anterior había podido ver por fin la razón por la que siempre le olía el pelo de esa forma; el champú de chocolate.
Alice estaba tumbada en la misma posición que yo, de espaldas a mí, acurrucada. Con la nuca contra mi garganta, abrazándola, con nuestros muslos apretados y su trasero pegado a mi regazo, presionando mi erección matutina.
«Joder».
Era la primera vez que sentía una erección inoportuna, pero a mi cuerpo pareció darle exactamente igual la inoportunidad de la situación, porque en cuanto el cálido cuerpo de Alice se presionó contra mí, la erección creció. Y mi mano se presionó contra su vientre. Y mi nariz se hundió en su pelo.
«Joder, joder».
La respiración profunda de Alice vino acompañado de un pequeño movimiento, trayendo con él un contoneo en mi regazo. Todo vestigio de sueño que pudiese tener, desapareció a medida que mi erección crecía.
«Esto no está nada bien», pensé. Y no porque no quisiera que las cosas tomaran ese tono, sino porque Alice dormía.
Respiré con fuerza, conteniéndome de hacer algo de lo que luego me arrepintiera, como moverla contra mí para encontrar la fricción perfecta...
Pero entonces movió las caderas hacia atrás, jadeando al mismo tiempo que a mí se me escapaba un gruñido. Me rozó el pene un solo segundo y lo volvió acero.
―Alice ―exhalé.
―Aidan...
Sin poder contenerme, extendí los dedos por su vientre, casi tocándole las costillas. Debería frenarme, pero saber que estaba siendo consciente de todos y cada uno de sus movimientos, hacía que me fuera imposible. Deseaba tenerla más cerca.
Su mano se deslizó por la mía y la apretó.
―Pensé que estaba soñando ―susurró provocándome una risa. Pero ésta desapareció cuando presionó de nuevo su trasero contra mí.
―Joder ―jadeé.
Se había puesto el bikini que llevaba de repuesto y eso hacía que no hubiera apenas tela entre nosotros. Si al menos esa braguita le cubriera el trasero entero y el sujetador no fuera minúsculo, quizá podría dejar de imaginarme mil mierdas con las que no debería fantasear.
Me presioné contra ella con suavidad, buscando de nuevo el contacto y ambos gemimos. Era la primera vez que alguien me hacía sentir de esa forma con un roce tan superficial. Pero era Alice. Podía provocarme lo mismo con menos.
―¿Esto está... bien para ti, Alice? ―susurré en su oído, acariciando su torso con mi palma abierta, temiendo que se echara atrás.
Pero no me respondió; no pudo ni tomar aire para hablar. Tom llamó a la puerta con fuerza y tanto ella como yo nos sobresaltamos.
―¡No habéis dado señales de vida y en cinco minutos tenemos que estar en el comedor, tortolitos!
―¿Como que cinco minutos? ―murmuré dándome, ahora sí, la vuelta hacia la mesita de noche. Di dos toques en la pantalla del móvil y vi que no se equivocaba―. Joder, vamos tarde.
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Medidas Desesperadas ©
Ficção AdolescenteAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...