Alice
El estrés se había traducido en un poco de caída de pelo y un resfriado que comenzaba a sospechar que era gripe. No sabía que era posible desarrollar eso en una sola noche, pero así había sido.
Desperté el último día de exámenes como si me hubiese atropellado un camión. Uno con un remolque lleno de decepción, dejándola sobre mí en contra de mi voluntad. Me dolía la cabeza, los músculos, la garganta y tenía unas ganas de vomitar que no sentía desde que Rose me obligó a ver una película bastante gore durante las vacaciones de primavera.
Me obligué a levantarme de la cama, deseando no hacerlo a cada movimiento de mi cuerpo, y me vestí con lo que más fácil fue ponerme: un vestido gris de algodón de manga corta que me llegaba hasta las rodillas. Sería más fácil quitármelo cuando llegara a casa; tenía planeado pasar por la piscina al acabar la última entrega, pero no me veía capaz de dar una brazada. Y ni hablemos de la voltereta bajo el agua. Creo que podría desmayarme.
Desayuné obligada por mi hermana, que me vio tan mala cara que no me dejó salir sin tener algo en el estómago. Ella no tenía que ir a la universidad ese día, así que me llevó en coche.
―¿Solo tienes dos exámenes? ―me preguntó mientras aparcaba en el estacionamiento del instituto.
―Sí, y cuando acabe debo ir a entregar dos proyectos.
―¿Los dos exámenes son seguidos o hay media hora de descanso como siempre?
―Una hora en medio. ―Suspiré, echando la cabeza hacia atrás―. No me encuentro nada bien, Kat.
Se inclinó hacia mí y posó sus labios en mi sien, como mamá hacía cuando éramos pequeñas.
―Creo que tienes unas décimas de fiebre. Gripe, probablemente. ―Abrió la puerta del coche y me miró―. Vamos.
―¿Como que vamos? ―murmuré saliendo yo también.
―¿De qué es el último examen que tienes?
―Historia y geografía.
―Con la señorita Coleman, imagino.
―Sí.
―Vamos. Hablaré con ella y le pediré que te haga el examen tan pronto acabes el primero, así te podrás ir a casa antes.
―No hace falta...
―Por supuesto que sí. Deberías estar descansando, Ali.
Y, tal y como dijo, me acompañó al instituto. Algunas personas la miraban porque la conocían, ya que solo hacía dos años que se había ido del instituto, otras lo hacían con curiosidad precisamente por lo contrario. Lou y Rose me esperaban en lo alto de las escaleras, como siempre, y cuando me vieron aparecer con Katherine vi que sus rostros transformaban la sonrisa en preocupación.
―Kat, hola ―saludó Rose antes de mirarme―. ¿Qué te pasa y por qué pareces un folio de lo blanca que estás?
―¿Has enfermado? ―murmuró Lou con una mueca.
―Está en la mierda ―confirmó Katherine sin que yo tuviera que decirlo―. Voy a decirle a la señorita Coleman que le deje hacer el examen al acabar el que tiene ahora y luego me la llevaré a casa.
―Es lo mejor... Si quieres, danos a nosotras los proyectos para entregar y lo haremos antes de marcharnos.
―Gracias, chicas.
Ellas nos acompañaron a buscar a la señorita Coleman, que recibió a mi hermana con un abrazo. Katherine tenía a todos los profesores del instituto en el bolsillo desde que estudió aquí, igual que mi hermano Brandon. Eran buenos estudiantes, ambos destacaban en sus respectivas disciplinas (ella en las matemáticas, él en la natación igual que yo) y sabían cómo camelarse a las personas. La profesora no mostró disconformidad alguna con la sugerencia de Katherine y me pidió que fuera al aula cinco para hacer el examen con los de décimo.
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Medidas Desesperadas ©
Ficção AdolescenteAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...