Alice
Aidan no lo sabía, pero estaba enfadadísima con él.
Esos minutos en el laboratorio fueron maravillosos. Sentí un orgullo increíble al ver lo que había hecho en solo unas semanas y lo bien que había funcionado. Además, no negaré que me sentí de una forma indescriptible al saber que había sido la primera persona en la que había pensado para enseñárselo. Como antes. Pero no se sentía así, no se sentía como si volviésemos a ser A.C. y A.W.
Éramos Aidan y Alice. De diecisiete y dieciocho años respectivamente. Reconciliados. Pero de forma distinta.
Sin embargo, sabía que se estaba pasando mis peticiones y mis deseos por el lugar que todos sabemos.
Cuando Chris llegó al laboratorio y yo tuve que irme, vi lo que estaban haciendo en sus ratos libres del laboratorio. Al pasar por la mesa de Chris, él dejó rápidamente su mochila sobre ella, pero alcancé a ver lo que había encima aunque él pensara que no. Las cartas de C con las huellas tintadas de azul y una lista con nombres tachados. Seguían haciendo aquello a mis espaldas y los detestaba por ello.
Entendía que querían ayudar y adoraba que me sintieran merecedora de ello, pero si les había pedido que se quedaran al margen, era porque no quería que ellos, que tenían el historial más limpio de todo el instituto y que gracias a sus notas habían conseguido becas completas para estudiar lo que ellos querían, se vieran perjudicados.
Lo único que quería era que me dejaran hacer la mía y, a unas muy malas, asumir la derrota, lo cuál hice desde el momento en el que cumplí el primer punto de la lista.
Quedaban pocos días para la jornada del deporte y ya estaba inscrita como voluntaria de forma no oficial. El penúltimo punto, puesto que todavía tenía que limpiar la maldita fuente. Hasta que no llegara la máquina de agua a presión, no podría hacer nada. Era obvio que no podría limpiarla con una esponja y un cepillo.
Antes de bajar a la piscina, pasé por mi taquilla para dejar los libros que no debería usar. Lo que más temía sucedió. Un papel doblado con la W escrita en una de las caras visibles. El pasillo estaba casi vacío, solo dos o tres alumnos caminaban por ellos, así que la leí allí mismo.
«Tic, tac, W. Tic, tac.
Sigo viendo cantidad suciedad en la fuente de los jardines y el pasillo 4 de la biblioteca vuelve a esta igual o peor que el día que fuiste a ordenarla. Creo que lo mejor sería, evidentemente, mantenerla ordenada, ¿no crees?
Por aquí te dejo un extra de motivación, por si la necesitaras.
Atentamente,
C.»
Y bajo la nota diez fotos pequeñas. Cinco de ellas, mías dejando exámenes bajo las gradas o yendo a buscar el dinero, y cinco más de alumnos. Me entró el sudor frío.
Me estaba dejando claro que sabía a quiénes había vendido y que no dudaría en usar esas fotos en ningún momento. Aparte de chantajeada, también me sentía humillada. Me daba la sensación de que no sería la última vez que me escribiría para decirme que repitiera algún punto.
Metí la nota dentro del bolsillo de mi chaqueta del club de natación, la cuál era un uniforme para mí los días de lluvia y viento como ése, y cerré la taquilla. Antes de darme la vuelta, vi que me pasó por el lado Siena. ¿Sabéis qué fue lo raro? Que me vio y no me dijo nada, ni siquiera me saludó.
Extrañada, decidí pasarlo por alto y preguntarle más tarde si tenía algún problema para mí, y me marché hacia la piscina. De camino, leí cuatro veces más la nota para ver si podía sacar algo de ella, pero nada.
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Medidas Desesperadas ©
Novela JuvenilAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...