Capítulo 11 | Regionales

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Aidan

La feria científica fue una mierda.

Un iluminado con complejo de Walter Jaeger pensó que era una idea genial hacer una demostración en directo de su nuevo detector de monóxido de carbono. Los experimentos con CO se limitan mucho debido a los numerosos riesgos asociados con su inhalación. Deben hacerse en espacios controlados para evitar problemas.

Tal y como predije que ocurriría en cuanto informó de lo que iba a hacer, acabamos todos evacuados y algunos teniendo que recibir atención sanitaria urgente. ¿Alguien puede explicarme cómo un grupo de amantes de la ciencia, que se suponía que éramos los visitantes de la feria, no alertaron de que lo que iba a hacerse era la hostia de peligroso? Solo fuimos cinco personas las que lo hicimos.

La estupidez humana no tiene límites.

Eran las siete de la mañana del domingo. Estábamos en casa del tío (o del primo, ni idea) de Rajesh. Nos había prestado el apartamento en lo que él estaba de viaje, pero antes de acceder quedarme en ese lugar no pensé que era una caja de cerillas. Tenía una cama, un sofá y poco más. Había dormido sobre la alfombra, que tenía mejor pinta que el sofá, en el que no cabía tumbado. Jonas, sí. Por eso se lo quedó él. Llevaba despierto desde hacía media hora, tiempo que había usado para ir al baño y cambiarme la ropa por una muda limpia.

―Chris ―susurré a su lado. Él había dormido conmigo en la alfombra.

―Mhm...

―Me marcho ya, tengo que estar en la piscina en una hora.

―Vale, tráeme dos ―balbuceó.

Pues muy bien.

Decidí que lo mejor era dejar un mensaje en el grupo que teníamos, llamado Mentes Científicas. Lo había elegido Chris y, aunque no pareciera muy original, hacía referencia a una serie a la que él y su hermana mayor estaban viciados: Mentes Criminales.

Tuve la suerte de poder ubicar la piscina desde ese punto de la ciudad. Tenía toda la pinta de estar llena, puesto que tenía poco aforo y solo con tres familiares de cada nadadora ya llenaban el lugar. Más suerte tuve al encontrar un sitio vacío.

Traté de localizar al grupo del East Falls y no me costó mucho, ya que era el más numeroso. Eran cinco, a falta de Kate que no participaba en muchas competiciones. Las tres llevaban el bañador rojo característico del instituto y un gorro de distinto color cada una. El de Alice era blanco. Vi que buscaba a su familia con la mirada, pero en cuanto reparó en mí, sonrió y me saludó con la mano.

¿Me buscaba a mí?

La música de los altavoces se detuvo y anunciaron el pronto inicio, haciendo así que todas las nadadoras fueran a sus trampolines. Había diez carriles, diez nadadoras, diez trampolines. Cinco de ellos eran ocupados por el East Falls; era el primer año que teníamos tanta participación.

Los y las nadadoras que llegaban a los regionales no eran elegidos por nadie, sino que la organización se basaba en las mejores marcas de las competiciones de la temporada en curso. La nadadora con la marca más alta era una chica de Salt Lake City y le seguía muy de cerca, a solo décima y media, Alice.

Alice y Stella, la primera, habían competido de forma tan directa desde Infantiles mayores, de los 13 a los 14 años, hasta el momento. Cuatro años en los que dos de ellos Alice había salido ganadora.

Y yo solo esperaba que ese domingo llegara la tercera, puesto que, aparte de ser la campeona Júnior de Utah, iría a los nacionales en junio. Y de allí, podría incluso optar a formar parte del equipo olímpico, con mucha suerte. Y quizá se replantearía de una buena vez el dedicarse a esto profesionalmente, porque era la hostia de buena y no se esforzaba en disimular que no le parecía para tanto.

Medidas Desesperadas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora