Aidan
No me gustaba ni un pelo Siena.
Estaba en mi lista de sospechosos subrayada y en mayúsculas. La razón por la que había decidido molestarse con Alice era la mayor memez que había oído jamás y algo me decía que había más mierda bajo esa alfombra.
El día siguiente de ese momento (o momentazo, diría yo) en el vestuario 9, volvía a estar en el laboratorio. Esa mañana los del departamento de geología me habían dado, después de que yo lo pidiera, una de las rocas con fluorita que trajimos del bosque que les sobraba. Había sido la gema que más le había gustado a Alice y había decidido limpiarla, cortarla y pulirla para ella.
Quería que fuera un regalo de graduación, pero la sorpresa casi se truncó en el momento en el que se presentó en el laboratorio. Asomó la cabeza después de llamar a la puerta y sonrió un poco. Tenía el pelo mojado.
―¿Se puede?
―Claro, pasa ―dije mientras me quitaba las gafas de aumento y las dejaba sobre mi cabeza.
Me quité los guantes mientras ella cerraba la puerta y los tiré a la basura. Cuando me fijé bien en ella, vi que no solo tenía el pelo mojado. Toda ella estaba empapada.
―¿Pero qué te ha pasado? ―murmuré con el ceño fruncido, levantándome. Se abrazó a sí misma, encogiéndose levemente de hombros.
―La puta máquina de agua a presión se ha disparado de golpe y me he mojado. Al salir con tanta fuerza, me ha tirado hacia atrás y he caído dentro de la fuente...
―¿Te has hecho daño? ―pregunté acunando sus mejillas.
―No lo sé. ―Suspiró y apoyó su frente en mi barbilla―. Ha sido... Me siento tan humillada.
―Odio esto. No tendrías que estar pasando por esta mierda.
―Quiero que acabe ya.
Su voz temblorosa me hizo saber que, o estaba llorando, o quería hacerlo. Y Alice casi nunca lloraba. Se me rompió un poco el corazón al escucharla. Negué levemente con la cabeza y llevé mis manos detrás de su espalda. Palmé con cuidado para ver si notaba algo o se quejaba ante mi tacto. No lo hizo hasta el momento en el que llegué al lugar que más temía: su cabeza. Me miré los dedos y vi que había sangre.
―Joder, Alice.
―No es nada. Yo solo venía a preguntarte si tenías una muda de ropa o algo. Las chicas están en clase y no puedo...
―Tienes una brecha en la cabeza. Hazme el favor de despreocuparte por la ropa.
Dejé las gafas sobre la mesa, me quité la bata y agarré a Alice de la mano, tirando de ella hacia la salida. Ignoré sus quejas y sus "no es para tanto" hasta que llegamos al final del pasillo, donde estaba la pequeña enfermería del instituto. Allí estaba la señora Weston, la mujer que llevaba más años que la tos atendiendo la enfermería.
―¿Pero dónde te has metido, Alice Wagner? ¿En la fuente de los jardines? ―preguntó la señora Weston al vernos.
―Literalmente, de allí he salido.
―Oh.
―Tiene una herida en la cabeza ―le expliqué cuando la mandó a sentarse en la camilla. Alice lo hizo.
―Veamos...
―No es para tanto, en realidad, señora Weston.
Ella, como es obvio, la ignoró por completo. Le hizo todas las pruebas de consciencia, movilidad, memoria, oculares y demás, y cuando verificó que el golpe había sido superficial, le curó la herida.
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Medidas Desesperadas ©
Fiksi RemajaAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...