Alice
Vale, era una blanda.
No había tardado nada en perdonar a Aidan por su traición, pero en mi defensa diré que él era mi debilidad. Siempre lo había sido y siempre lo sería. No sé si era por esas vibras de golden retriever que daba, o porque me entendía a la perfección, o porque estaba ayudándome de forma desinteresada..., pero me era complicadísimo seguir enfadada con él. Y más cuando se ponía en modo científico y me soltaba un montón de información que no me importaba ni un poco, porque me causaba mucha ternura.
Llegué un poco tarde a clase, por lo que no pude hablar con nadie hasta que llegó el primer descanso. Pero no hablé con quién deseaba, porque tenía que ir al departamento de geología a dejar lo que había recolectado el domingo. Allí me encontré con Ryan, uno de los portavoces de geología y que, por cierto, era el único que me había pedido absolutamente todos los apuntes de las asignaturas de letras. Estaba claro que él y la literatura no se llevaban bien.
―Hola, Ryan ―lo saludé tras dar dos golpecitos en la puerta para llamar su atención. Él se dio la vuelta y sonrió.
―Hola, Alice. ¿Cómo va eso? Me han dicho que vas a los nacionales de natación. Enhorabuena.
―Gracias, gracias. ―Sonreí―. Oye, ayer fui a Holm Oak Forest y, como el otro día escuché que ibais escasos de gemas en bruto y carbón, os he traído algunas cosillas que encontré.
Juraría que los ojos se le iluminaron al escucharme decir aquello. Me sabía mal mentirle, porque Ryan me caía genial, pero no podía decirle que me estaba chantajeando y que no hubiese ido a hurgar entre el fango para conseguir turba si no fuera por ello.
―¿Lo dices de verdad? ―preguntó acercándose a mí.
Yo asentí con la cabeza mientras colocaba mi mochila sobre una de las mesas. La abrí, y saqué todas las bolsas herméticas que Aidan había traído de su casa. Y menos mal, porque no llevaba nada más que la mochila de las excursiones.
―Toma. Hay carbón bituminoso, subbituminoso y turba, y unas cuantas piedras preciosas en bruto. Siete tipos, mínimo.
―Joder, Alice, esto es genial ―murmuró mirando los trozos de pegmatita. Luego fijó su mirada en mí―. No sé qué decir.
―Un gracias es suficiente. ―Reí.
―Por supuesto. Mil gracias ―dijo pasando su brazo por mis hombros para darme un corto abrazo―. Eres la mejor. No sé cómo devolverte este favorazo. ¿Qué tal si te invito a un helado esta tarde?
―No hace falta, de verdad.
―Insisto.
―Tengo entrenamientos toda la semana...
―Pues el fin de semana. Venga ―me dio un leve codazo, acompañado de una sonrisa con un hoyuelo monísimo.
―Bueno, está bien. ¿El sábado por la tarde?
―Te tomo la palabra. ―Me guiñó un ojo y yo cerré la mochila rápidamente.
―Nos vemos entonces.
Me despedí con un gesto rápido con la mano y salí de allí.
Desde Russ que no había quedado con ningún chico a solas fuera de lo académico y, aunque esa salida sería meramente amistosa y solo con el fin de recompensarme por el favor, me resultaba un tanto incómodo y, sin duda, poco emocionante.
Pero Ryan me caía demasiado bien como para rechazar su propuesta de helado.
Además, el helado me encantaba.
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Medidas Desesperadas ©
Teen FictionAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...