Alice
Me despedí de Aidan con un millón de besos en la puerta de su casa, después de horas estudiando y de mucho, mucho trabajo físico. Habíamos cenado en su cama, también, gracias a su madre que nos había preparado unos sándwiches a petición nuestra. Me hubiese quedado allí más horas, pero debía irme a la piscina con las chicas.
―Algo me dice que ya tienes pareja para el baile del sábado ―canturreó Lou, señalando mi collar, en cuanto me vio.
―Sí ―murmuré feliz―. ¿Sabíais esto?
―Sí, nos lo dijo. ―Sonrió ella.
―La recogí yo en el bosque y la ha pulido para mí. Es que no puede ser más perfecto este chico ―susurré mientras acariciaba la piedra con mis dedos.
―Todos los tíos son ranas, amiga mía. Aprovecha que uno te ha salido bien ―me dijo Rose con una risita que yo le seguí.
Finalmente había decidido ir a ver las cámaras y contarle al entrenador Sackville lo ocurrido. Rose había insistido por activa y por pasiva que podíamos confiar en él.
Llegamos al despacho de Sackville, el de la piscina, y llamamos. Él nos dio paso después de un segundo. Allí, tras el escritorio, estaba sentado con su usual outfit compuesto por un pantalón corto deportivo y una camiseta blanca con el escudo del instituto.
―Desembuchad, y luego os muestro.
Claro, conciso.
―¿Promete que no dirá nada? ―murmuré insegura.
―Soy una tumba, Wagner. Dispara.
―Llevo meses vendiendo apuntes a los compañeros para sacarme un sobresueldo, porque mis padres han invertido todo mi dinero y el que ellos habían ahorrado para mi universidad en levantar el laboratorio que han abierto y que les ha funcionado como el culo. O sea, mal. Alguien me ha pillado y me ha estado chantajeando durante las últimas semanas. Por si no fuera poco, el día de la jornada deportiva alguien me encerró en un armario para que no compitiera y creo que fue la misma persona.
―Vale, lo de los apuntes lo sabía, pero no el resto. Hostia, el chantaje y el encierro son graves, Alice. Puedes denunciar al consejo y...
―No puedo hacerlo. Ya me he ganado su silencio, todo ha terminado. Ahora solo... ―Respiré hondo, echándome el pelo hacia atrás―. Solo necesito saber quién es para quedarme más tranquila.
―Está bien, yo... Está bien. Pero que conste que no me parece bien que no denuncies.
―Espera ―exclamé al darme cuenta de lo que había dicho segundos antes―. ¿Cómo que sabía lo de los apuntes?
―Hay cámaras en el vestuario 9.
―La hostia ―susurré palmeando mi frente, ganándome un par de risas.
―Sí, bueno, que conste que los besuqueos con Cramer los pasé y no osé mirar más por si el asunto aumentaba de intensidad. No me van esas cosas.
―Ay, cielos...
―No te preocupes, anda. Vamos a ver esto. ―Me sonrió tranquilizadoramente―. Taquillas, ¿verdad?
―Sí, por favor.
―¿Os colocáis detrás de mí?
Y lo hicimos corriendo. Él tecleó cuatro cosas, buscó la cámara número quince y la pinchó. Le pedí que revisara quién había estado delante de mi taquilla desde que se había abierto la puerta del instituto. Avanzó a toda prisa, viendo a todo el mundo pasar de largo, hasta que vimos a dos personas detenerse en mi taquilla y meter el papel.
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Medidas Desesperadas ©
Fiksi RemajaAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...