Capítulo 6 | Compuestos de hidrógeno, nanosensores y códigos

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Aidan

Me sentía en deuda con Alice, así que no podía hacer otra cosa que ayudarla en todo lo que estuviera en mi mano. Ya no solo por eso, también por lo desesperada y nerviosa que parecía estar en todo momento. Además, estaba con la cabeza en las nubes, lo cuál le pasó factura en el último entrenamiento de natación. Todo el mundo escuchó a Elías gritar. Que tu mejor nadadora de estilo libre no cumpla con los mínimos debe ser frustrante, pero más lo debía ser para Alice.

Estaba en el laboratorio que nos prestaban al club de Ciencias cuando los chicos entraron charlando sobre la feria de la semana siguiente.

―¿Cuánto tiempo llevas aquí? ―me preguntó Rajesh, palmeándome la espalda.

―Solo media hora ―murmuré concentrado.

Estaba trabajando en un biosensor eficaz y económico que, si podía acabar de desarrollarlo bien, podría evitar muchos problemas de salud en un futuro cercano. Era (o sería) un nanosensor capaz de identificar metales pesados, pesticidas químicos y varias micotoxinas perjudiciales para el hombre. Mi idea era que, solo perforando levemente un alimento con el sensor, se pudiera saber si había alguno de esos elementos dañinos para la salud y en qué cantidad.

La OMS me lo agradecería algún día.

Si es que lo lograba.

Sobre mi mesa de trabajo, a parte de mi ordenador para programar el dispositivo, el mismo biosensor y mi microscopio favorito, tenía un surtido de alimentos contaminados que mataría a cualquier persona que se atreviera a comérselos.

Yo era el único de los cuatro que no se inclinaba hacia la Química. Lo mío era la Ingeniería Biomédica, aunque me interesaba cualquier campo científico. Rajesh también tocaba todos los campos, incluido el mío, aunque lo suyo era más la Química.

―Tapa todo esto, que tengo un hambre que me muero ―murmuró Jonas, yendo a por su matraz de balón favorito. Siempre se preocupaba de correr a por él y que no se lo quitaran.

―Muerto vas a acabar si te comes esto ―le dije mientras me colocaba sobre la cabeza las gafas que usaba en el laboratorio―. Estoy cansadísimo. Voy a por algo de comer. ¿Queréis algo?

Ante la negativa de los chicos, cogí dinero de mi mochila y me fui a la cafetería del instituto, donde solíamos almorzar y muchos pasaban allí los ratos libres. En ese momento había algunas personas esperando su próxima clase con alguna bebida o un sándwich entre manos. Yo me compré una botella de agua y un trozo de pizza de queso y tomate, mi favorita.

Salí de la cafetería, pero no pude dar muchos pasos más porque choqué con un cuerpo que se había abalanzado encima de mí a una velocidad importante. No salió volando porque la agarré de la cintura.

―Me cago en... ¡Aidan! ―exclamó Alice cuando se recompuso.

―¿Dónde vas con tanta prisa?

―Llego tarde a clase de lengua. Toma ―se descolgó la mochila, la abrió y sacó un papel de dentro―. He estado en las taquillas del vestidor 9 este rato que tenía libre. He puesto doce códigos; los he apuntado todos aquí.

―Oh, perfecto. ―Tomé el papel de entre sus manos. Ella se quedó allí, quieta, mirándome las manos―. Alice.

―¿Sí? ―Alzó la mirada a mis ojos.

―Llegas tarde.

―Sí. ¡Sí! ¡Adiós! ¡Muy chulas las gafas!

Y no tuve ni la oportunidad de decir nada más, porque se marchó corriendo escaleras arriba, de dos en dos. Desapareció de mi vista en tres segundos. Se me escapó una sonrisa.

Medidas Desesperadas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora