Aidan
Bajé a la lavandería, sabiendo que Alice estaría doblando toallas. Estaba aprovechando sus horas muertas para completar la lista de C y ya solo le faltaba, a parte de las toallas semanalmente, limpiar la fuente de los jardines y vender la comida en los partidos de la jornada del deporte. Cuando llegué, vi que doblaba a una velocidad increíble; llevaba muchos días haciéndolo.
―Es increíble que no doble las toallas en mi casa, y sí aquí ―susurró para sí misma.
Con los auriculares puestos y la música a tope no me escuchó llegar, así que me encargué de dar una fuerte palmada al aire para que reparara en mí. Alzó la cabeza asustada y, todo seguido, me lanzó una toalla a la cara.
―Si quieres matarme, envenéname con alguna de esas cosas químicas con las que juegas. No me hagas pasar por un infarto, por favor. Ya no sé cómo decírtelo.
―Perdona. ―Sonreí y se quitó los auriculares―. ¿Cuánto llevas aquí?
―Hora y... ―Miró su móvil― cuarto, más o menos.
―Has tenido suficiente por hoy. Vamos, ven conmigo.
―¿Dónde?
―Hay una cosa que me hace ilusión enseñarte.
Alcancé a ver su sonrisa ladina antes de que se diera la vuelta para recoger su mochila del suelo.
―Espero que valga la pena que deje de hacer mi actividad favorita del mundo, chico de ciencias. Vamos.
Salimos del recinto de la piscina mientras me contaba que todavía no había podido limpiar la fuente porque la hidrolimpiadora no funcionaba y el instituto le había dicho que estaban a la espera de que llegara cualquier día de la semana.
Llegamos al instituto y subimos al segundo piso.
―¿Me llevas al laboratorio? ―preguntó mientras buscaba la llave en mi bolsillo.
―Sí.
―Uuh... ―La miré de reojo y vi su sonrisa emocionada―. Supongo que lo que me enseñarás no es cómo activar una maqueta de un volcán en miniatura con un gas altamente corrosivo como cuando teníamos once, ¿no? Paso de acabar en urgencias, que en un rato tenemos entrenamiento.
Lancé una carcajada y abrí la puerta. El laboratorio estaba vacío, ya que Jonas y Chris estaban en clase, y Rajesh enfermo. Ella entró dudosa, puesto que no había pisado ese lugar nunca. Como siempre, me puse la bata blanca para que ningún profesor me echara la bronca al verme dentro sin ella y le di la mía de repuesto a Alice.
―Es la primera vez que me pongo una cosa de estas ―murmuró con una risa mientras le ayudaba a ponérsela.
Y le quedaba enorme.
Pero estaba preciosa de todas formas.
―¿Qué vas a enseñarme? ―preguntó frotándose las manos mientras nos acercábamos a mi mesa de trabajo. Moví el cursor para encender el ordenador portátil.
―Es una chorrada, pero...
―Nada de lo que hagas aquí es una chorrada, Aidan. No desvalorices tu trabajo si es algo que te gusta. Si me lo enseñas, es porque vale la pena.
Y para mí la valía.
Pero en ese momento, cuando la vi avanzar hacia mi mesa, curiosa y con ganas, me entró el pánico. Había ido a buscarla casi involuntariamente, porque al lograr que mi biosensor funcionara a la perfección después de muchas y muchas semanas, la primera persona en la que pensé que me hacía ilusión enseñárselo, era Alice.
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Medidas Desesperadas ©
Teen FictionAlice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W123, vende apuntes y exámenes de años pasados a los alumnos de su instituto. Y todo va estupendamente bien, hasta que una nota anónima llega...