capítulo doce

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Namjoon

Realmente no podía dormir, me removía de un lado a otro, incluso las cobijas me pesaban. Si me arropaba, tenía calor; y si no lo hacía me daba frío. MiRan me quitaba el sueño de una manera tan enferma que me da pánico admitirlo.

Le di tantas vueltas al asunto que no sé cómo el hilo de mis pensamientos se convirtió en una densa nube de incoherencias. La furia, la culpa, la tristeza; todo drenó de mí. Algo ocupó su lugar en mi mente, algo perverso, dejándome atónito de siquiera pensar algo cómo eso. Quisiera arrancarme los ojos y quemarme las manos antes de volver a hacer una cosa como esa.

Ella es mi hermana. Casi mi hija.

Pero no pensé eso —o al menos mi subconsciente no razonó ese aspecto— cuando la idealicé en un sueño. No soy ciego, debería serlo, pero no lo soy. Ha crecido y lo notamos, que finjimos no darnos cuenta es otra cosa. Me había rehusado a bañarla desde hace unos meses, cuando mis ojos se dirigían a esas partes de su cuerpo que nadie puede admirar. Pero las veía.

Mi mente evocó su imagen cuando tuve que complacerme yo mismo, a punto de alcanzar la liberación. No soy activo sexualmente y después de la secundaria, dudo que recuerde cómo se liga, y ahora, al parecer, soy pederasta. Pensé en mi hermana menor —con una enfermedad neurológica—, mientras me masturbaba, después de tener un sueño húmedo con ella. Maldita sea.

Eres un adulto, Namjoon. ¿Con que moral vas a reñir a tus hermanos? Ninguno tiene moral. Hace unas horas le di una paliza a Hoseok por esto ¿y ahora?

—¿Daddy?

—¡Ay, no! ¡No, no, no! ¡Por favor, no!

Me quejé, no podía verla ahora.

—Lo siento, no quería despertarte, Nam.

La luz que se colaba por la puerta entreabierta me dejaba apreciar su figura. Con solo dieciocho años ya era curvilínea, y su rostro. Tan dulce, tan... Inocente.

Ella se mantenía de pie, estática en el umbral sosteniendo una cobija en sus brazos ocultos en su espalda y la mirada baja.

—Ya estaba despierto, bebé, no te preocupes.

Me levanté y le hice espacio en la cama pero ella no se movió hasta que la guié de la mano y la llevé hasta el lado derecho (el lado opuesto al que yo usaba, por supuesto). Ella se recostó y yo puse una almohada como barrera entre los dos. Fue en vano, tan rápido como la puse ella la quitó y se acomodó en mi pecho.

Mi corazón me recordó que era hombre bombeando gran parte de mi flujo sanguíneo hasta mi miembro; prefiero amputármelo.

—¿Por qué no puedes dormir, bebé? ¿Todavia te sientes mal? Apuesto que el malestar de hace semanas no se te quitó y no me quisiste decir. Te dije que...

—Tengo un sueño raro. Se repite mucho.

Me interrumpió.

—A veces son pesadillas, otras veces no sé lo que son.

—¿Tienes muchas pesadillas ahora?

Esta situación le afecta, lo sé y pensar que no puedo hacer mucho para ayudarla me parte el corazón (no el mismo macabro que bombea mi sangre adonde no debe).

—Supongo.

Se encogió de hombros y yo fruncí el ceño.

—¿Supones? ¿De qué tratan tus sueños?

Se alejó de mi torso y tuve que reprimir un temblor al sentir frío donde antes estaba ella. Jugó con sus dedos sobre su regazo, supe que tenía miedo de hablar.

Sí, Oppa [Resubiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora