capítulo diecisiete

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Hoseok dejó las llaves con un estruendo sobre la isla al entrar en el departamento de Namjoon; creyó vivir un déja vú cuando vió a MiRan irradiar nerviosismo al ir por ella a la escuela, luego se encerró en su cuarto, donde transcurrió la tarde sin molestarse en hablarle.

—¡Bebé, ya llegué!

Avisó Namjoon mientras se adentraba en la modesta sala de estar aparentemente vacía.

—¡No dejes el saco en el mueble para algo tienes perchero, Namjoon!

Gritó Hoseok en un susurro.

La manía por el orden de Hoseok era costumbre, así que la dejó pasar.

—¡Después lo pongo! ¿Por qué susurras?

Rió un poco al ver la posición en que se encontraba Hoseok.

—¿Qué andas fisgoneando? ¿Su conversación con sus amigos imaginarios?

Hoseok estaba frente a la habitación de la chica con la cara contra la puerta, despertando la curiosidad de Namjoon.

—No escucho nada, por lo general, ve sus dibujos animados a todo volumen y hoy ni siquiera los escuché. Algo malo está pasando.

—Pensé que yo era el paranoico. Relájate y quítate de ahí, pareces demente.

Le dió un ligero empujón y tocó la puerta, al no escuchar respuesta se atrevió a abrir muy despacio, con intención de hacerle saber que iba a entrar.

—Hola, bebé. ¿Qué tal tú día?

Suavizó a tal punto su voz que salió como un silbido. La niña distraída jugaba con unas muñecas haciéndolas vagar de un lado a otro, con la mirada ausente de cualquier emoción. Namjoon al instante comprendió la preocupación de su hermano. Se acercó con afán de obtener una respuesta de su parte. Necesitaba ganar su confianza, en automático pensó que estaba molesta con él, también existía esa posibilidad.

Se arrodilló frente a ella y al instante, la vió bajar la mirada hasta detallar la alfombra. Con su dedo índice alzó el delicado mentón de la niña, quien no tuvo otra opción que corresponder a su llamado.

—¿Qué tienes, princesa? ¿Te fue mal en la escuela?

Los músculos de sus delgados hombros se tensaron y por instinto se alejó de Namjoon. Frunció el ceño y negó con la cabeza. Él decidió no insistir más, tomando su silencio como la respuesta que buscaba, un rotundo sí.

—Bueno, iré a preparar la cena. Te llamo en un rato para comer.

—¿Hobi se quedará?

Susurró sin verle a los ojos.

—Solo si tú quieres, bebé.

—Sí, por favor.

Él asintió aunque MiRan se negaba a verlo, dejó un beso en su coronilla y salió de la habitación con la voluntad magullada.

—Sabía que esa jodida escuela sería mala idea, Hoseok. Lo sabía.

Hoseok lo siguió hasta la cocina y repuso:

—Quizá no le pasó nada en la escuela. Quizá vió algo, escuchó algo y sabe lo de... Lo que nosotros...

—¡Ya! No lo menciones. No creo que sea eso. ¿Y si es eso? ¿Y si nos odia?

La voz se le quebró para ese punto. Incapaz de continuar con el hilo de esa conversación se apresuró en saquear la alacena y preparar la comida favorita de MiRan, esperando animarla complaciendo a su apetito.

¿Qué demonios le ocurre? Ambos querían saber.

Entre azotes de ollas, salsa derramada y cubiertos que terminaron en el piso, Namjoon pudo terminar la cena en treinta minutos. Ninguno de sus comensales se explicaba cómo hacía de una sencilla porción de fideos, un desastre de esa magnitud. MiRan suele ayudarlo a cocinar, pero... No pensaría en eso.

—Joon, no puedes ser tan susceptible. Es solo un tomate, ¿acaso picar tomates también hace arder los ojos?

—¡No seas idiota, Hoseok!

Ambos pararon de reír en cuanto la niña se apoyó en la isla de la cocina junto a Hoseok, mirando en dirección del chef en turno. No se veía tan decaída, pero ellos la conocían mejor que nadie. Sabían que tenía algo que no se atrevía a decir y no podían permitir que se volviera una costumbre.

—Antes de que me regañen, lo siento.

—¿Por qué deberíamos regañarte, cielo?

Preguntó Hoseok, envolviéndola en un medio abrazo para animarle a proseguir.

—Es que yo.

«No lo digas. No te atrevas a decirlo o te irá muy mal». MiRan se sobresaltó al escuchar esa voz en su mente, sus hermanos se alertaron temiendo lo peor.

—¿Te hicieron algo? Sabes que puedes, no, debes contarnos.

Exigió Namjoon.

Los tres presentes estaban inquietos por una razón en específico, sabían que algo andaba mal pero desconocían por qué.

La menor se limitó a buscar refugio entre los brazos de Hobi, quien apoyó la barbilla en su coronilla y la estrechó fuerte contra él.

¿Qué pasaba? ¿Lo sabrían cuando ya fuese muy tarde?

[...]

Estallaron risas en la mesa de los Shin.

—Tía, me, me, alegro de que no te guste cocinar. ¡Es-s-to sabe horrible!

Añadió el menor de la mesa, Young-Suk, mientras cedía ante las risotadas igual que sus padres.

—¡Oigan al menos lo intenté! Les haré vomitar mi comida y no los recibiré cuando inaugure mi restaurante.

Prometió alzando su tenedor, señalando en modo de inofensiva amenaza.

—Mientras no dejes la clínica, todo está bien. Ya sabes, hermanita, no te deseo mal, pero, ¿si quiebras?

BaeSoo probó un poco del filete guisado que cocinó y lo devolvió al plato simulando una arcada.

—Pues, Dong-Geun, me parece que viviré con ustedes por el resto de mi vida. Definitivamente esto es horrible.

Se unió a las risas y luego se aclaró la garganta para preguntar algo que le inquietaba desde hace meses.

—¿Suk?

El niño asintió en su dirección, en señal de que le prestaba atención.

—Me comentaste que te llevas bien con la niña que tiene una condición diferente en tú salón, ¿cierto? MiRan.

Young-Suk volvió a asentir y su tía continuó.

—¿Cómo le va a ella en la escuela? ¿Se lleva bien con sus compañeros?

—Pues. Pues ella...

A alguien más se le activaron las alertas. Young-Suk siempre confía en lo que sabe y habla sin ningún tipo de inseguridad, además de que es un niño tan honesto como dulce y amigable. Pero en ese momento, la duda inundó en sus facciones y tanto sus padres como BaeSoo notaron la vacilación en el elocuente niño que conocían bien.

—¿Pasa algo, Suk? ¿Cuál es el problema? Es obvio que hay uno. Mírate nada más el rostro, a leguas se ve que escondes algo.

Preguntó JaeRin alternando la mirada entre su cuñada y su hijo. Conocía la historia de esa niña y escuchaba a Suk hablar a diario de ella.

—No es nada, má', descuida. Y sí, tía, se lleva muy bien con todos y somos buenos amigos.

Dijo con voz monótona en afán de restarle importancia al asunto y encubrir su titubeo con aparente aburrimiento.

«Eso hacen los amigos. Guardar silencio para proteger a sus amigos. ¿La estoy protegiendo o la estoy poniendo en peligro?». Tal cuestión lo tenía abrumado.

Sí, Oppa [Resubiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora