C: 161 - ESTO NO PODÍA ESTAR PASANDO DE NUEVO

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Narra William:

William: Caes mal, miope. -rodé los ojos-

-Harry miró alternativamente a Cédric, a mi y a la Copa. Después de varios segundos donde parecía tener una especie de delirio, nos miró a ambos-

Harry: Vamos los tres. -propuso-

Cédric: ¿Qué?

William: ¿Los trres? -pregunté confundido-

Harry: La agarramos los tres al mismo tiempo. Será la victoria de Hogwarts. Empataremos... Claro, y Durmstrang. -me miró-

William: No le darré la victorria a Hogwarts. La quierro parra mi, digo, parra Durmstrang. -dije ofendido-

Cédric: ¿Es... estás seguro? -miró al azabache-

Harry: Sí. -afirmó- Sí... Nos hemos ayudado mutuamente los tres, ¿no? Los tres hemos llegado hasta aquí. Tenemos que agarrarla juntos.

-Por un momento pareció que Cédric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió-

Cédric: Adelante. Vamos.

-Agarró a Harry del brazo, por debajo del hombro, y lo ayudó, mientras paso mi brazo rodeando sus hombros para ayudarme, de igual forma, para caminar hacia el pedestal en que descansaba la Copa.

Al llegar, los tres acercamos las manos a las relucientes asas-

Harry: A la de tres, ¿de acuerdo? -propuso-

William: Cuenta. -dije nervioso-

Harry: Uno... dos... tres...

-Cédric, Harry y yo agarramos las asas de la Copa. Al instante, sentí una sacudida en el estómago. Mis pies despegaron del suelo.

Sentí que no podía aflojar mi mano que sostenía la Copa de los tres magos. Me llevaba hacía delante, en un torbellino de viento y colores,  Cédric iba en medio de ambos, parecía más tranquilo que nosotros dos.

Sentí que mis pies daban contra el suelo por fin. Mi pierna herida flaqueó, y caí de bruces. Mi mano, por fin soltó la Copa de los tres magos-

Cédric: ¿Dónde estamos?

-Cédric sacudió la cabeza. Se levantó, ayudó a Harry a ponerse en pie, después a mi, y los tres miramos en torno.

Habíamos abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que habíamos viajado muchos kilómetros, porque ni siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo.

Nos encontrábamos en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia, cuya silueta se podía ver tras un tejo grande que teníamos a la derecha.

A la izquierda se alzaba una colina. En la ladera de aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua y magnífica.
Cédric miró la Copa y luego a ambos-

Cédric: ¿Les dijo alguien que la Copa fuera un traslador?

William: No. -dije confundido-

Harry: Nadie. -dijo mirando el cementerio. El silencio era total y algo inquietante- ¿Será esto parte de la prueba?

Cédric: Ni idea. -parecía nervioso- ¿No deberíamos sacar las varitas?

William: Sí. -asentí-

-Los tres sacamos nuestras varitas al instante, pero también en ese momento, volví a sentir otra vez la extraña sensación de que nos vigilaban.

Harry: Alguien viene. -dijo de pronto-

-Escudriñando en la oscuridad, vislumbramos una figura que se acercaba caminando derecho hacia nosotros por entre las tumbas.

Por la distancia, y mi falta de lentes gracias a mi mala vista, no podía distinguirle la cara; pero, por la forma en que andaba y la postura de los brazos, pensé que llevaba algo en ellos.

Quienquiera que fuera, era de pequeña estatura, y llevaba sobre la cabeza una capa con capucha que le ocultaba el rostro.

La distancia entre nosotros se acortaba a cada paso, permitiéndonos ver que lo que llevaba el encapuchado parecía un bebé... ¿o era simplemente una túnica arrebujada?

Harry bajó un poco la varita y echó una ojeada a Cédric y a mi. El Hufflepuff le devolvió una mirada de desconcierto mientras que yo no sabia qué hacer.

Los tres volvimos a observar al que se acercaba, que al fin se detuvo junto a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de nosotros.

Durante un segundo, Harry, Cédric, el hombrecillo y yo no hicimos otra cosa que mirarnos. Y entonces, sin previo aviso, mi cicatriz empezó a dolerme.

Fue un dolor más fuerte que ningún otro que hubiera sentido en toda mi vida. Al llevarme las manos a la cara la varita se resbaló de entre mis dedos.

Se me doblaron las rodillas por mi herida reciente y caí al suelo. Entonces escuché otra caída más, a lado de Cédric, Harry también caía como yo.

Me quedé sin poder ver nada, pensando que la cabeza iba a estallarme tarde o temprano. Desde lo lejos, por encima de mi cabeza, escuché una voz fría y aguda que decía-

X: Mata al otro.

-Entonces escuché un silbido y una segunda voz, que gritó al aire de la noche estas palabras-

X: ¡Avada Kedavra!

-A través de mis párpados cerrados, percibí el destello de un rayo de luz verde, y escuché que algo pesado caía al suelo, a mi lado. El dolor de la cicatriz alcanzó tal intensidad que sentí arcadas, y luego empezó a disminuir.

Aterrorizado por lo que vería, abrí los ojos escocidos. Cédric yacía a mi lado, sobre la hierba, con las piernas y los brazos extendidos.

Estaba muerto.

Durante un segundo que contuve toda una eternidad, miré la cara de Cédric, sus ojos abiertos, inexpresivos como las ventanas de una casa abandonada, su boca medio abierta, que parecía expresar sorpresa.

Y entonces, antes de que mi mente hubiera aceptado lo que veía, antes de que pudiera sentir otra cosa que aturdimiento e incredulidad, alguien me levantó.

El hombrecillo de la capa había posado su lío de ropa y, con la varita encendida, nos arrastraba a Harry y a mi hacia la lápida de mármol. A la luz de la varita, vi el nombre inscrito en la lápida antes de ser arrojado contra ella.

TOM RYDDLE.

Maldición, esto no puede estar pasando de nuevo.

El hombre de la capa hizo aparecer por arte de magia unas cuerdas que sujetaron firmemente a Harry y a mi, atándonos a la lápida desde el cuello a los tobillos. Podía oír el sonido de una respiración rápida y superficial que provenía de dentro de la capucha.

Harry forcejeó, y el hombre lo golpeó. Lo golpeó con una mano a la que le faltaba un dedo-

Harry: ¡Tú! -dijo jadeando-

William: ¿Qué? -pregunté débil- ¿Lo conoces?

Harry: Es Colagusano. -gruñó-

William: ¿Quién es Colagusano? -pregunté confundido-

-Y entonces, el hombrecillo que había terminado de sujetarnos, no contestó, estaba demasiado ocupado comprobando la firmeza de las cuerdas, y sus dedos temblaban incontrolablemente hurgando en los nudos.

Cuando estuvo seguro de que ambos habíamos quedado tan firmemente atados a la lápida y que no podíamos movernos ni un centímetro, ese tal Colagusano sacó de la capa dos tiras largas de tela negra y nos la metió a Harry y a mi en la boca.

Luego, sin decir una palabra, nos dio la espalda y se marchó a toda prisa. No podía ver bien, estaba muy débil como para poder enfocar la vista unos segundos más, y entonces, mi vieja amiga, la vista borrosa, llego a mi.

Miré todo negro, sentí que mi cuerpo dejo de dolerme al menos un intervalo de tiempo. Ya no había soportado más-.










MALDICIÓN II ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora