XVII

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Irene Paredes y Ana-María Crnogorčević estaban frente a la puerta

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Irene Paredes y Ana-María Crnogorčević estaban frente a la puerta. Habían dejando las maletas de Alexia, que su madre les había encargado llevar con ellas en la entrada, confiando en que nadie se las llevaría en los cinco minutos que pasarían allí.

Irene estaba furiosa, pero Ana Mari lo estaba todavía más. La suiza golpeó la puerta con los nudillos. Irene se lo había advertido, con todas las letras. Esa no era una situación cualquiera y ellas no iban a tomárselo como tal. Se trataba de algo grave. Por ello, en cuanto Ana Mari se enteró de lo ocurrido había sido la primera en proponer una pequeña parada antes de visitar a su amiga en Manchester.

Ana-María Crnogorčević tenía ya 37 años. Se había retirado en un equipo inglés, no tantos años atrás, pero había decidido volver a Barcelona para trabajar en las etapas formativas en el club. Muchas de sus compañeras, después de retirarse, habían decidido quedarse y el poder continuar rodeada de personas que habían sido tan importantes en su vida la hacía feliz. Allí también había conocido a su prometida, Neus. Ellas eran su familia y no iba a permitir que nadie les hiciera daño.

Irene Paredes había recibido una llamada de la suiza en cuanto la voz de Elena se había elevado por encima de la de todos los demás periodistas. Ambas habían estado pendientes de la presentación de su amiga, de su vuelta al fútbol. Ana Mari no había podido evitar que la ira la invadiera cuando Irene la informó de lo ocurrido en Zaragoza. Alexia Putellas tenía pocos puntos débiles, muchos menos que puedan realmente afectarla y sólo uno que puede destrozarla de esa manera.

Elena Garay abrió la puerta, todavía en ropa de trabajo. Aquel día había llegado pronto a casa, por supuesto nada tenía que ver con poder ver el primer partido de Alexia al mando de los Red Devils. La sonrisa plasmada en su cara fruto de la emoción de haber visto cómo las geniales estrategias de la catalana habían dado la vuelta al partido, desaparecieron en el mismo instante que reconoció a las dos mujeres que habían llamado a la puerta.

Asustada y sabiendo que la conversación que estaba a punto empezar no sería banal, Elena salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí, dispuesta a escucharlas desde los escalones de su entrada y sin dejar que su familia la escuchara.

No dijo nada. Se limitó a observarlas. Tragó saliva. Vio las maletas, las miró a ellas. Apretó los labios.

—¿Qué es lo que estás haciendo, Elena? —Ana Mari se cruzó de brazos mirándola desafiante.

Se lo imaginaba. No podía decir que no. Elena Garay sabía desde el primer momento que la había cagado cuando se levantó de esa silla, que ya había hecho daño suficiente marchándose, que Zaragoza había sido la gota que había colmado el vaso y que debería haberse escondido, no dejarse ver, tener la vergüenza suficiente para no pasearse como si nada.

—Te avisé, te dije que te alejaras de ella.

—Lo siento mucho, Irene. Yo no quería que me viera, no pretendía...

Volver a casa || Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora