XX

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Jorge Vilda se había levantado con dolor de cabeza y había estado tratando de masajearse las sienes y detenerlo, todo lo que llevaba de día

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Jorge Vilda se había levantado con dolor de cabeza y había estado tratando de masajearse las sienes y detenerlo, todo lo que llevaba de día. Suspiró.

Los últimos días estaban siendo un poco caóticos. Había mucho movimiento y nerviosismo a su alrededor. Tenían que hacerse muchas reuniones, muchos ajustes, mucho trabajo con la prensa... Todo por aquellos malditos papeles que se habían publicado en el diario SPORT. Todavía estaban buscando al culpable. Aquellos no eran unos documentos que dejaran por ahí en cualquier parte. Eran sensibles, peligrosos. Y quien fuera que los hubiera cogido, los había metido en problemas.

En la mesa, además de él, había, probablemente, veinticinco personas más. Se trataba de un comité de crisis, o algo por el estilo había entendido el seleccionador. Sólo sabía que debía estar sentado y atender a lo ocurrido, que alguien se la había jugado.

—¿Y qué pretendéis? ¿Espiarlos a todos a ver lo que hacen? —Se quejó uno que apenas había visto nunca en uno de los extremos de la mesa.

—Por supuesto que no, pero igual habría que tener un poco más de cuidado —replicaron desde el otro lado.

—¡Habla por ti! Parece que lo estás buscando.

—Lo que no sé es por qué tenemos esos papeles guardados en un primer momento. ¿Para que alguien los encuentre?

—Nadie debería haberlos buscado.

—Nosotros también necesitamos registro de lo que estamos haciendo.

La conversación avanzaba en reproches y acusaciones de un lado a otro, bajo la atenta mirada de Jorge Vilda, que observaba sin inmutarse, con ambas manos entrelazadas sobre la mesa.

—Da igual cómo haya ocurrido —La voz de Luis Rubiales hizo enmudecer a todos los presentes—, el caso es que ha pasado y ahora tenemos que enfrentarnos a ello. Se nos está vendiendo como una organización incompetente y llena de corrupción.

—Esto puede dañar nuestra reputación de manera irreversible —añadió un hombre rubio que había visto acompañar al presidente de la federación en numerosas ocasiones.

Si él no recordaba mal, se trataba de Jon Portela, una especie de matón con buena disposición a aplaudir las palabras que salían de la boca de su jefe. No podía juzgar a Luis, ¿a quién no le gustaría estar protegido por un tío de casi dos metros con una complexión física similar a la de un armario que se ríe de todos los chistes que haces?

—Está claro que alguien está trabajando en nuestra contra. No es casualidad que justo ahora se filtren estos documentos. Todos juntos, uno tras otro, en intervalos de tiempo casi idénticos. Estamos ante un patrón. Es un ataque organizado.

Frente a ellos dos, estaba sentado Aleix Bosch. Era gallardo, sin duda. Siempre engalanado en una camisa impoluta, con aspecto pulcro en cada uno de los detalles visibles. La barba afeitada, el peinado sin un pelo fuera de sitio, la mirada indescifrable, fría, calculada.

Volver a casa || Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora