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Alexia había vuelto a los dieciocho años

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Alexia había vuelto a los dieciocho años. Tenía energía, la piel le brillaba, se reía despreocupadamente, le quitaba hierro a las cosas. Las jugadoras y el cuerpo técnico la observaban perplejos mientras la seleccionadora hacía su cuarta broma del entrenamiento, siendo incapaz de dejar de reír ante su propio chiste.

Había recuperado energía por la mañana, la noche anterior, después de comer, en el baño, en su habitación, en la suya... Incluso una vez tonta en uno de los vestuarios de árbitros del campo de entrenamiento en Brasilia, su nueva sede para los octavos y cuartos de final, si todo salía bien.

—¡Patricia! —exclamó Alexia, con las manos en la cintura imitando una pose ridícula. Patri no pudo evitar perder la concentración al oír su nombre completo, aunque el balón se mantuvo en sus pies, pues el resto del equipo se volvió hacia la seleccionadora de la misma manera—. Hazte un par de regates más vistosos, que siempre te veo hacer el mismo y así no te van a subir las estrellas en el Fifa.

La mallorquina alzó una ceja. No sabía si debía reír. El resto de jugadoras intercambiaron miradas igualmente confundidas. ¿Alexia acababa de corregir la poca creatividad de aquel día en el regate con una broma? Aquella mujer estricta, seria y enfocada que las observaba en silencio y les dedicaba correcciones duras estaba sentada con las piernas cruzadas en un lado del césped, cerca de la portería observando entre comentarios graciosos los uno contra uno que había propuesto. Se había transformado en una versión más ligera de sí misma, por momentos incluso parecía despreocupada.

Aitana se fue de su defensora y tiró a portería, intentando ajustarla al palo. El disparo salió ligeramente desviado, haciendo que el balón pasara a medio metro de Alexia, que alzó las dos cejas.

—Como alguna me pegue un balonazo dará vueltas al campo hasta la hora de comer.

La centrocampista pestañeó varias veces. Después, se giró hacia Ona, que simplemente eligió echarse a reír, no sólo por la extraña actitud de su seleccionadora, sino también por la sensación intranquila con las que las jugadoras recibían sus bromas, como si alguien la hubiera suplantado.

Alexia no dejaba de sonreír. Había algo liberador en dejar de lado su habitual gravedad, en permitirse ser quien había sido antes de las lesiones, antes de la presión, antes de la pérdida. Se sentía como si alguien le hubiera quitado una mochila de diez kilos de la espalda. Claro, había problemas que aún existían, pero todo aquello... aquello parecía más llevadero desde que dejaba que le quitara la ropa.

—¡Venga, Mapi! —gritó en dirección a Mapi León, que acababa de fallar un pase fácil—. ¿Es que te has dejado las piernas en la habitación o qué?

Esta vez, Tere Abelleira no pudo evitar soltar una carcajada que rompió la tensión en el ambiente, mientras Mapi se excusaba levantando una mano y negando con la cabeza, sin poder evitar una sonrisa. Mapi, al igual que las demás, sabía que aquello era completamente nuevo. Alexia jamás se había tomado nada con tanta ligereza o al menos, eso era lo que ella recordaba. Probablemente, ninguna de las jugadoras que ahora ocupaban la plantilla de la selección española recordarían que precisamente así era como Alexia Putellas bromeaba y disfrutaba en sus primeros años en el fútbol de élite, mucho antes de que ellas hubieran compartido vestuario con la rubia y, sobre todo, antes de que Elena se fuera.

Volver a casa || Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora