CAPÍTULO 5 CONFRONTACIÓN

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Carlos
No pensé que poder ver a Sandra fuera tan difícil, de primer momento me negaron el permiso, pero haciendo unas llamadas y moviendo contactos, me concedieron unos minutos al día siguiente.

Ahora estoy a punto de tenerla frente a frente y estoy ansioso, la verdad es, que no sé qué esperar.

Por fin me dicen que puedo pasar, un guardia me escolta, llevándome por varios pasillos, ya no es el mismo lugar a dónde me llevaron la vez anterior, este es un lugar peor, huele mal, es sombrío y las celdas están sobre pobladas, quizás se deba a que es fin de semana, y las infracciones se multiplican.

Paso a otra área, no es el destinado a las celdas y sé en ese momento, que la llevaron ahí para hablar conmigo, no es el lugar en donde la tienen habitualmente.

El guardia abre la puerta y me permite pasar, entro y lo primero que veo, es a ella sentada en una silla, no hay nada más en la habitación. El guardia cierra la puerta dejándonos solos. La miro y no puedo creer que sea ella, está irreconocible, ha bajado bastante de peso, demasiado diría yo, su rostro está pálido y demacrado y sus ojeras son enormes, a pesar de que se nota, que se ha maquillado, quizás aún quiera impresionarme, no lo sé, su hermoso cabello está recogido y aun así se ve sucio y sin brillo, me conmueve esa imagen, pero, aunque no quiera aceptarlo, son las consecuencias de sus actos.

Sandra
Estoy inmóvil en la dura cama de mi celda, escucho que alguien se acerca, son varias personas, escucho sus pisadas, la reja se abre, pero no hago el intento de levantarme. No puedo, me siento demasiado débil y adolorida.

Escucho los gritos y los insultos y alguien me levanta con brusquedad, todo mi ser se estremece, un grito involuntario de dolor se me escapa, pero ellos no tienen consideración, me avientan de nuevo a la plancha de concreto que tengo por cama.

_ ¡Siéntate! - me ordena la voz de Vélez. _ ¡y ustedes! - grita a unas mujeres que van con él y con los guardias. _ ¡dense prisa, tiene que verse presentable! ¡No tienen mucho tiempo! ¡y tú mujerzuela! - se vuelve hacia mí. _ ¡escucha bien lo que te voy a decir!

Las mujeres empiezan a maquillarme y a intentar peinarme, lo que es casi imposible, porque mi cabello está sucio, revuelto y en partes lleno de mi propia sangre ya seca. También, me obligan a quitarme la ropa sucia y desgarrada que traigo y me ayudan a ponerme ropa limpia, porque para mí ya es imposible hacerlo por mí misma, mientras eso sucede escucho todas las indicaciones que Vélez me ha estado haciendo

Por fin después de varios minutos que me parecieron una eternidad, él considera que ya estoy lista y me sacan de ahí, me llevan a otro lugar y me dejan en un cuarto en donde solo hay una silla. Y me sientan en ella, dejándome sola. No pasa mucho tiempo cuando la puerta se abre y lo veo aparecer a él, a Carlos, el hombre que ha destrozado mi vida. Se que no tiene la culpa, pero si tan solo se hubiera tomado unos minutos y me hubiera dejado explicarle aquella primera vez, ahora ya es demasiado tarde y aunque quisiera, no puedo. Me mira con sorpresa y yo no puedo mirarlo a los ojos, tengo tantos sentimientos encontrados, si solo hubiera confiado en mí, si mirara su teléfono, si investigara hacia atrás, se daría cuenta del error que cometió, pero no lo ha hecho, al menos eso quiero pensar, porque si lo hizo, si vio mis mensajes y yo sigo aquí, entonces ya no tengo más esperanza y mi vida se acaba aquí, sé que no resistiré mucho más.

Lo miro acercarse a mí.

_ ¡Sé que confesaste haber secuestrado a los niños! - me dice sin más preámbulo. _ ¿es verdad? ¿lo confesaste?

_ Si. - digo casi en un susurro, después de todo no estaba mintiendo, me los había llevado sin su consentimiento.

_ ¿De verdad te dedicas a eso? - su expresión ha cambiado.

No quiero hablar, solo asiento con la cabeza.

_ ¡Dímelo a la cara! - se acerca más a mí. _ ¡dime qué le entregabas niños a esos delincuentes! - noto que se está conteniendo, aunque está a punto de explotar.

No contesto.

_ ¿Te obligaron? - toma mi mano mirándome con súplica, esperando que justifique mis acciones. _ ¿te amenazaron con algo?

Mis ojos se cristalizan, quisiera gritar que no, que no me obligaron, ni me amenazaron, porque no hice nada de lo que me acusan, pero tengo que decir que no y aceptar que lo hice porque quise, sin ninguna excusa.

El escucha mi negativa, su rostro se transforma.

_ ¿Lo hiciste por dinero? - aprieta su agarre, me lástima, pero no me puedo soltar. _ ¿no era suficiente lo que te pagaba? - veo la furia reflejada en sus ojos. _ ¡MALDICION! ¡DI ALGO! - grita ante mi silencio. _ ¿fuiste capaz de llevarte a mis hijos? ¿los ibas a entregar a esos delincuentes? ¡CONTESTA!

_ Sí. - me obligué a contestar.

_ ¡NO LO PUEDO CREER! - estalló furioso volviéndose contra la pared dando un puñetazo a la misma. _ ¡NO LO PUEDO CREER! - se volvió hacia mi furioso levantándome y acorralándome contra la pared. ¿TE ATREVISTE A VENDER A MIS HIJOS? ¡TRAICIONASTE A UNOS NIÑOS QUE TE AMABAN... QUE TE AMAN! - escupió las palabras en mi rostro. ¡ME TRAICIONASTE A MI! - gritó una vez más golpeando de nuevo la pared, tan cerca de mi cabeza, que pensé que la estrellaría contra el concreto. _ ¡ERES UNA BASURA! ¡MIS NIÑOS NO TE MERECEN! - tomó con brusquedad mi rostro con su mano. ¡ELLOS ME ODIAN POR HABERLOS SEPARADO DE TI! ¡AHORA ME ALEGRO! ¡TODO LO QUE TE PASE AQUÍ ADENTRO TE LO MERECES! - me soltó con brusquedad.

Cuando él se apartó de mí no fui capaz de sostenerme, caí al suelo y ahí me quedé, aunque quisiera no podía ponerme de pie, lo miré dirigirse hacia la puerta.

_ ¡Espera! - lo detuve. _ sé, que no es el momento, pero tú socio llamó el último día que estuve en tu casa, dijo que te comunicaras a este teléfono. - se lo di. - dijo que uno de sus negocios dependía de que te comunicaras ahí. El me miró indiferente, creo que ni siquiera escuchó lo que dije, su mirada estaba perdida, había dolor, rencor y furia. Esa fue su despedida, salió sin decir palabra.

Yo permanecí ahí, no podía hacer otra cosa, la misma gente que me llevo ahí, me regresó a mi celda, esta vez se compadecieron de mí y me llevaron casi cargando, o quizás fue porque Vélez no estaba presente, no sé si era mi imaginación, pero algunos de los guardias me tenían lástima, sin embargo, cuando ese hombre estaba presente tenían que ser duros conmigo.

Agradecí volver a recostarme, aunque la dureza de mi cama me lastimaba más que reconfortarme, pero era peor estar de pie o en otra posición. Cuando me quedé sola, me derrumbé una vez más, estaba tan cansada que ya no quería luchar, no soportaba el dolor y mi cuerpo me pedía a gritos que ya lo dejara descansar, nunca en mi vida había sido una cobarde y nunca había dejado de luchar, jamás deseé la muerte, pero ahora la deseaba, de corazón, pero él pensar en mis niñas no me dejaba ser débil, ni rendirme, solo que ahora no dependía de mí, ahora yo no tenía el control y poco a poco y aunque me resistí, la inconciencia me invadió.

OTRA OPORTUNIDAD/No. 3 De La Serie: HERMANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora