🦎 Capítulo 41

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Confusión, desespero, angustia, miedo...

Cada uno de estos sentimientos invade a la joven de ojos verdes todos los días. En su mente se repite, día tras día, la visión de aquella mujer que la hechizaba y la alejaba de algún lugar, que quizás fue su hogar. Esos ojos, esa molestia, esa necesidad de deshacerse de ella le hieren como mil agujas encajadas en su corazón. La pregunta más dolorosa es: ¿Quién es esa rubia para ella? ¿Por qué duele tanto intentar recordarla? ¿Por qué siente tanta rabia hacia ella? ¿Qué ganaba enjaulándola en el tiempo, matándola?

La mirada perdida de la joven de ojos verdes ha sido la misma desde ese domingo. Si cierra los ojos y logra dormir con tranquilidad, despierta agitada y gritando con temor ante la presencia juzgadora de Rosalie, aliada con esa rubia malvada. Es la peor pesadilla que ha tenido en años, un terror que ni el resguardo de Jasper, la vigilancia de Edward ni la protección de sus padres pueden mitigar. Aun así, se siente desprotegida en su mente.

La mente y el mundo onírico son una batalla constante. Hubo ocasiones en que tuvo que recurrir a medidas extremas para dormir. Durante cinco días, jugó videojuegos con Emmett; esto parecía calmarla y cansarla lo suficiente para evitar los sueños perturbadores. Despertaba en blanco y se sentía un poco mejor. Pero su padre decía que jugar tanto tiempo dañaría su visión y no era saludable, por lo que solo podía usar esa táctica de viernes a lunes. A menudo, deseaba dormir, pero su compañero empático la traicionaba.

Sabía que no era traición, en el fondo de su ser. Más que nada porque querían ayudarla. Había días en que despertaba deseando contarles sobre su sueño, pero sus cuerdas vocales se negaban a emitir palabras. Su boca se cerraba abruptamente, comenzaba a tartamudear y temblar.

Odiaba ser tan débil. Quería ser valiente, pero su cuerpo no respondía. Su corazón dudaba y dolía por la rubia que le había roto el corazón. Se odiaba por seguirla necesitando, por querer verla, pero apenas tenía el valor de acercarse a ella. La otra rubia aparecía y la hacía correr hacia los brazos de Alice, llorando de pesar y miedo.

Aunque no era necesario hablar con un lector de mentes como compañero, debería ser fácil charlar con él sobre sus sueños para liberarse de los malos sentimientos que causaban las pesadillas. Sin embargo, lo que parecía fácil se convertía en un dolor de cabeza. La primera vez que su compañero cobrizo vio su pasado, la dejó avergonzada. Su mirada reflejaba un dolor que incluso ella sentía sin ser empática.

Edward había descubierto que podía comunicarse telepáticamente con los demás cuando realmente se concentraba en ello. Su habilidad, normalmente abierta y percibiendo todos los pensamientos en su entorno, se centraba en el anfitrión solo cuando él lo necesitaba. A través de la concentración, podía filtrar los pensamientos ajenos y dirigir su don específicamente hacia lo que deseaba transmitir, en este caso, hacia Eco. Esto le permitía focalizar su mente en transmitir un mensaje claro, dejando de lado el ruido mental general.

Edward no sabía cómo ayudarla. Según la doctora, hablar sobre ello aliviaría la situación. Pero ver la angustia de ese pasado le causaba impotencia.

A veces, no era necesario hablar para transmitir lo que uno siente, y esto pasaba con Eco. No hacía falta ser lector de mentes para entender la angustia en su compañero. A veces solo buscaba una caricia o un abrazo y quedarse sin pensar en nada.

Quería huir, tener la mente en blanco, quedarse en un tiempo detenido y estar allí con su familia como estatuas, parecía ser lo más seguro y relajante.

«Princesa, sé que duele hablar de ello. Pero todos sabemos que cuanto menos hables, más te consumirá», piensa Edward con firmeza, llegando a su mente.

«¿Te dolerá mi dolor?» pregunta, esperanzada de no causar daño.

«Me dolerá aunque no sea dolor. Todo lo que te pesa, me pesa. Todo lo que te molesta, me molesta. Eres mi alma, mi compañera. Aunque no quieras, el dolor es parte de ti y de mí, y no desaparecerá si no lo enfrentamos», contesta con amargura, pero su tono demuestra seguridad.

«¿Por qué te sabe amargo?»pregunta extrañada, mientras siente la caricia de Edward en su cabeza.

Ambos están en el cuarto, ella en una cama y él sentado en un sillón frente a ella.

«Porque nunca creí ver a mi compañera sufrir, ni ser capaz de encontrarte tarde. Hubiera querido ahorrarte esto, protegerte y evitar todo daño para tu alma», contesta Edward, mientras acerca sus labios a su frente.

La joven cierra los ojos, sintiendo seguridad y calma con el contacto de sus labios. Su cuerpo reconoce a su compañero.

«Mejor tarde que nunca», contesta, sin más que decir.

Esto hace que Edward sonría ligeramente, separándose para darle espacio a respirar.

-Ellos esperan que me dejes ayudarte. ¿Crees que puedas hacerlo? Sabemos que hablar cuesta, pero tal vez sea menos doloroso si lo piensas y me dejas ver para saber cómo ayudarte -comenta Edward en voz alta, para que sepa que no la ha dormido.

«Ellos escuchan y sienten todo. Por eso me siento culpable de ser una problemática para ustedes», responde con pesar y pena.

Edward levanta suavemente el rostro de su compañera, mirándola con seriedad, causando nervios en ella.

«Nunca vuelvas a decir eso ni a insinuarlo. Eres nuestra felicidad, no un problema. Así que deja de pensar en eso y enfoquémonos en superar esto», dice decidido.

-Porque los quiero, solo por eso me vuelvo tan insegura. Nunca tuve la oportunidad de amar a más de uno. Cuesta tener una autoestima alta con todo lo ocurrido con Rose, pero intentaré ser fuerte y no hacerlo sola. Los necesito... Ya no puedo seguir así -responde con angustia.

Tal vez se ha tomado dos semanas para reaccionar, pero todo comienza en algún momento. Espera que Edward sea lo suficientemente fuerte para enfrentar lo que van a hablar, porque si lo daña, se sentiría como un monstruo.

CAMUFLAJE (Cullen) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora