🦎 Capítulo 67

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Eco no lograba entender su estado anímico, por lo que insegura prefirió creer que el malestar era por la traición de Edward o porque simplemente había comido algo malo.

—¿Mamá? —la llamó tratando de sonar casual, sin llamar la atención de más.

—¿Hmm? —musitó Esme curiosa mientras limpiaba un vaso para servir agua en la cocina.

—Sigo enojada con ellos, pero... ya es menor, aunque hoy... —quiso decir algo Eco pero le dio pena y empezó a usar su camuflaje para perderse entre el ambiente de la cocina.

Eco sentía muchos escalofríos, su cabeza daba horribles punzadas aún cuando había terminado de comer; creyó que el dolor se debía al hambre, pero al parecer no era así esta vez.

—¿Qué pasa, mi niña? —preguntó Esme preocupada al verla avergonzada.

—Yo...

Y sin poder evitarlo, Eco sintió una onda blanca casi transparente atraer a su madre hacia ella. Tras ello, Eco cayó de sentón al suelo, sintiendo escalofríos en la nuca; las cosas a su alrededor parecían moverse como si estuviera pisando arena movediza.

—¡Por dios, mi niña! —exclamó Esme al acercarse y posar su mano instintivamente en la frente de la joven morenita de ojos verdes.—Tienes fiebre.

Eco ya no se sentía lo suficientemente bien como para evitar el tema.

—Yo... lo siento, mami, pensé que era por falta de hambre o no sé... solo no quería preocuparlos en vano... —murmuró sintiendo el dolor en la garganta como si todo su estado de salud estuviera empeorando a cada segundo—Lo siento...

Esme la vio comprensiva, la tomó entre sus brazos y sin mirar atrás la llevó a su cuarto. No la reprendería ahora; debía tratar de cuidarla mejor.

—No tienes que pedir disculpas, a veces los humanos enferman con facilidad —comentó mientras buscaba entre los cajones de Eco un paño limpio para mojarlo con agua y colocarlo en su frente. La joven se acostó a duras penas en la cama, respirando con dificultad ya con la nariz congestionada.—¿Dónde tienes el termómetro, mi niña?

—En el cajón derecho de la mesita... de noche cof cof... —su garganta picaba como si hubiera comido algo rasposo.—No quiero faltar hoy... pero no me veo capaz de ser eficiente en las clases.

—De eso no te preocupes, tu papá lo solucionará con un certificado médico. Es obvio que no estás en tu mejor momento... —dijo Esme tras colocar el termómetro bajo su axila, esperando unos minutos e intentando calmar la fiebre con la frialdad de su piel vampírica.

—Está bien... t-tengo mucho sueño... mi cuerpo pesa mucho... yo no quiero a Ed... y Alice... aquí... por fa... —susurró antes de quedar totalmente dormida.

Esme sospechaba que su estado de salud se debía al malestar emocional que había en Eco hacia los mencionados, por lo que decidió comprobar su teoría con la compañía de su compañero y alejándolos de ella.

La perfecta excusa era ir a clases.

Al sacar el termómetro de la axila derecha de su niña, se asustó al ver que la fiebre estaba en 48°; además, todo parecía indicar que era un resfriado que había pescado.

Bajó rápidamente hacia la planta baja en busca de su botiquín de medicinas, que había preparado específicamente para estos casos por si ella enfermaba. Había sido ayudada por su esposo a tener todo listo para que nada faltara. Notó que sus hijos no habían emprendido aún su camino hacia el instituto, por lo que decidió decir:

—Hijo, no es necesario que lleves la mochila de Eco. Hoy no irá —se dirigió a Jasper mientras buscaba rápidamente en la cocina pastillas de vitamina y un vaso con agua.—Emmett, trae el terrario y luego puedes retirarte a clases.

—¿Qué pasa? —preguntó Edward con dolor de cabeza al no poder leer los pensamientos de Esme.

—La niña tiene fiebre alta. No irá hoy, así que espero que, por la salud de vuestra compañera, vayan con calma y no hagan problemas en la escuela —expresó Esme mientras subía rápidamente al segundo piso.

Esme había notado la mueca de dolor en su hijo, pero ahora su prioridad era Eco. Más tarde iría a ver qué le había ocurrido a su hijo mayor.

Aunque no pudo evitar escuchar lo que pasaba en la planta baja mientras solventaba la medicina a su niña, que en un estado muy perdido casi como un zombi había accedido a ingerir la medicina para luego volver a dormir. No se demoró en cambiar a su forma camaleón justo después.

—Genial. Tu patética actitud está afectándola. —exclamó molesta Rosalie al dirigirse hacia Edward con la mano firme y estirar el cuello de la camisa de su hermano mayor—En serio, analiza lo que has hecho y retráctate. Cuando lo haces tarde, cuesta más su perdón; yo lo estoy aprendiendo. ¿Cuándo lo harás tú?

Esme se sintió tan orgullosa de escucharla cambiar para bien, aunque tenía la sospecha de que todo este cambio se debía a la nueva conexión con la hija del sheriff. Esperaba que solo hiciera reaccionar para bien a sus hijos y no causara más estrés a su niña.

Poco después, Emmett apareció con lo pedido:

—En verdad está mal; debemos ponerla rápido a que vuelva a su temperatura correcta o su salud se volverá problemática —intervino preocupado con el terrario, colocándolo justo en la mesa de noche.

Conectando todo y listo para dejar reposar a su pequeña compañera en su lugar seguro. Aunque dolió no recibir siquiera una respuesta refleja por su toque, «en verdad está mal su ecomuelita» pensó perturbado.

[...]

Carlisle había podido atender la llamada y, preocupado, preguntó:

—¿Cariño? ¿Está todo bien?

—No, no está nada bien. Ven, te necesitamos. Eco tiene fiebre alta; logré que entrara en su terrario hasta que vengas, pero creo que es grave, no responde a las medicinas —dijo afligida, ya que su instinto maternal sufría al verla con los pequeños sonidos rasposos de los bronquios de su niña, solo hacía temblar mientras tenía su teléfono en la mano.

—Voy para allá. Intenta que no se deshidrate. Calma, mi dulce Esme... Todo se podrá solucionar —pidió Carlisle con ese tono de seguridad y calma.

Esme, con los ojos cristalizados al ver a su pequeña camaleón tan delicada, sentía que su corazón se rompía. Asintió al consuelo de su compañero para luego reafirmar con una frase:

—Sí... Te estaremos esperando...

Y tras ello, Carlisle cortó la llamada. Esme solo esperaba que fuera tratable entre los conocimientos de su esposo, porque si no, el hecho de verla en un hospital tan público como lo era en Forks la tendría en un estado que no quería siquiera imaginar, pero debía enfrentarlo como toda matriarca. No dejaría que nadie le pusiera una mano con malas intenciones; la protegería de todos.

Ella era y siempre sería su bebé.

CAMUFLAJE (Cullen) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora