capítulo 22

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Tenía dificultad a la hora de respirar, llevaba mucho tiempo en una profunda depresión y ya los antidepresivos y las pastillas no le hacían demasiado efecto. Desde que su único hijo murió su esperanza e ilusión se había ido muy lejos de su vida y desde entonces le costaba sonreír. Se encontraba sola en aquella gran terraza de su lujosa casa mientras tomaba una taza de café, Lucía Allen siempre se había caracterizado por tener siempre una sonrisa en la cara y tener una actitud amable y servicial con los que la rodeaban. Se acababa de tomar unas cuántas pastillas relajantes pero las acciones de su serio y recto marido no dejó que aquellos ansiolíticos surtieran efecto en ella. Se levantó y se dirigió hacia el lujoso salón, y al ver la escena con la que se encontró no podía creer la situación.

-mira a quien tenemos en casa cariño- le dijo su marido con una sonrisa que en mucho tiempo no había visto en él.

El asombro de Lucía no se podía disimular, su marido llevaba de la mano a una pequeña niña de cabellos rojos la cual al verla ella supo que se trataba de su nieta. No pudo contener las lágrimas en sus ojos porque aunque la niña tenía las pecas y los cabellos rojos de su madre, era la viva imagen de su hijo Germán.

Mirando seriamente a su esposo negaba con la cabeza lo cruel de la situación e intentando no asustar a la niña, se recompuso.

-hola cielo, mira yo me llamó Lucía ¿Y tú? ¿Como te llamas tú?- le preguntó cariñosamente a la pequeña.

-mi mamá me dice que no hable con desconocidos- dijo tímidamente la niña.

Lucia soltó un leve resoplo e intentando que la pequeña estuviese más cómoda dijo:
-¿Te gustan los helados?

-sí- dijo la pequeña rápidamente.

- pues te vas a quedar con Leire, ella te dará tu helado favorito- le dijo a la niña dejándola a manos de la ama de llaves.

Victoria tomó la mano de la amable y joven mujer.

-hola yo soy Leire ¿Te gustan las muñecas? ¿Por qué tengo varias para ti -le  dijo Leire mientras intentaba tener una conversación amena con la pequeña.

Ambas salieron de la sala de estar y Lucía en un ataque de nervios no pudo gritarle a su esposo su mala decisión.

-¿Se puede saber que has hecho? ¿Cómo has sido capaz de separarla de su madre?

-Su madre es una criminal, esa niña es nuestra nieta y su lugar está aquí, en esta casa.- sentenció Pablo.

-¿Acaso no tienes corazón? Alicia estará sufriendo, ella sufrió demasiado la muerte de Germán y lo sabes- le dijo ella.

-Sé que ella ha sufrido pero nosotros también, por dios Lucía, es nuestra nieta ¿Acaso no la quieres?- le contestó su esposo

-claro que la quiero, no preguntes ridiculeces, cuando la he visto por primera vez me ha dado ganas de abrazarla de mimarla...pero no podemos separarla de su madre Pablo, entra en razón- pidió ella.

-Victoria se queda y no voy a discutir más esto- sentenció él

-no sólo estoy hablando de Alicia, sino también de nuestra nieta, ¿la has visto? Ella no nos conoce, está incómoda y cohibida por demás, está atemorizada porque un desconocido la ha traído de la mano a otra casa-

-Está así porque aún es pronto, pero ya se adaptará a nosotros, ella será la princesa de la casa, le voy a preparar la habitación más grande y la voy a decorar con las princesas que a ella más le gusten- explicó su esposo con una emoción que ya tocaba el corazón de su esposa.

Ella más que nadie necesitaba la compañía de su nieta. Desde que Germán se fue su casa había estado gris, triste y silenciosa en la que todos los días el matrimonio Allen lloraba la muerte de su único hijo pero no podría permitir eso.

-Pablo, yo más que nadie sé lo que duele perder a un hijo, no quiero que Alicia sienta ni la mitad de lo que hemos sufrido nosotros ¿No te da pena? No voy a permitir tal cosa, yo sí tengo corazón, la voy a llamar- dijo ella para después tomar el teléfono

-ni se te ocurra- le ordenó su marido agarrándole fuertemente la mano con la que sostenía el teléfono.

-llevamos casados treinta y tres años y nunca te he puesto una mano encima, no me hagas elegir entre mi nieta y tú porque saldrías perdiendo- amenazó su esposo con frialdad.

Ella llevó su mirada hacia aquel hombre que no reconocía y mirándolo a los ojos pensaba encontrarse con la frialdad con la que hablaba pero en definitiva todo aquello también le dolía a su esposo. Sorprendida por sus lágrimas se las secó con los pulgares añadiendo.

-¿Sabes que estamos haciendo mal verdad? ¿Eres consciente de que esto no está moralmente bien?- le preguntó ella.

-yo sólo sé que nos estábamos muriendo en una enfermedad llamada tristeza, nuestra nieta es nuestra cura- explicó el hombre con lágrimas que no salían y su esposa no vio a un hombre cruel, sino a un hombre que, aún sabiendo que estaba obrando mal, sólo pensaba en salir del fango donde la muerte de su único hijo le dejó.
No lo culpaba de querer salir de la depresión que arrastraban durante años pero ella sentía mucho por la que fue su nuera y estaba entre la espada y la pared.  Ahora ella entendía por qué su esposo hizo modo y manera para irse de Madrid y mudarse a otra casa de forma tan precipitada, ella estaba en contra de todo esto pero ver a su nieta con ella y darle todo el cariño que tenía para esa niña le haría feliz haciendo que mirara para otro lado ignorando lo que hizo su esposo.

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Un atraco al deseo (Sergio Marquina Y Alicia Sierra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora