capítulo 34

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El ruido que parecía venir de la cocina la despertó y haciendo a un lado la fina manta que la tapaba se levantó del sillón donde se había quedado dormida vencida por el cansancio. Se metió en la cocina la cual estaba a oscuras, una pequeña vela estaba encendida encima de la mesa la cual iluminaba parte de la cocina. Con los ojos aún medio cerrados por el sueño vió que el grifo estaba abierto, lo cerró y al girarse su corazón bombeó a la velocidad máxima en la que podría latir. Un hombre sentado en la mesa de la cocina  estaba bebiendo un café mientras miraba hacia el frente.  Sólo podía ver su silueta debido a la oscuridad nocturna, quiso llamar al profesor pero la voz no le salía. Sin quitar la mirada de aquel hombre encendió la luz de la cocina y al ver de quién se trataba sentía el dolor de cómo su alma se partía en pedazos muy pequeños. Se sentó a su lado mientras lo observaba sorprendida mientras las lágrimas mojaban sus pecas, hacia demasiado tiempo que no lo veía y llegó a olvidar los detalles de su rostro, su mandibula tersa y sus pestañas negras y largas. Ella sabía que estaba en medio de un sueño pero ver a Germán tan cerca aunque fuese soñando era un privilegio para ella.

-¿Germán?

Él mantenía su mirada hacia el frente, seguía tomando sorbos de su caliente y humectante taza de café mientras miraba una y otra vez su reloj de muñeca.  Ella seguía mirándolo, lo repasaba con los ojos, cada detalle, cada rasgo, para poder memorizarlos una vez que terminara el sueño pero de repente él dejó bruscamente su taza en la mesa y mirándola a los ojos le dijo:

"No confíes

-¿Qué? - le preguntó Alicia sintiendo cómo una gran confusión arrugaba su rostro. Germán bajó la mirada hacia las manos de Alicia para después levantarse de la silla espantado, ella puso su mirada en sus manos y entró en pánico al ver cómo las tenía manchadas de lo que parecía ser sangre. Rápidamente fue hacia el grifo para lavarse las manos pero la sangre no se iba con el agua. La repulsión de tener las manos manchadas era demasiada, no lo soportaba y mientras seguía lavándose las manos de forma bruta la voz de su hija sonó detrás de ella.

-¿Mami?

La pelirroja se volteó y su hija estaba enfrente sus ojos con su pijama manchado de sangre y una herida grande cubría gran parte de su rostro.

-¿Mi amor que te ha pasado? ¿Quién te ha echo esto?- preguntó ella asustada.

-¿Por qué no lo ayudaste mami?

-¿A quien cariño?

- a él-  contestó la pequeña mientras apuntaba con su dedo.

Su mirada se fijó en el lugar donde señalaba su pequeña hija, su rostro se descompuso al ver a Sergio ensangrentado sobre la alfombra del salón y mirando sus manos un horrible mal estar se apoderó de ella. Se desplomó en el suelo, su cabeza golpeó fuertemente el suelo y tras sentir aquel soporífero dolor en la cabeza sus ojos se abrieron repentinamente, sus pupilas estaban dilatadas y su boca seca.

Se sentó sobre el sofá en donde se había quedado dormida anoche, en las manos tenía un vestido de princesa a medio coser y recordó que trasnochó para hacerle un disfraz a Victoria para el colegio. Su pulso estaba acelerado y llevándose la mano al pecho intentó que su respiración volviese a la normalidad. Tras eso subió las escaleras y se dirigió hacia la habitación de Victoria, la niña dormía plácidamente con su peluche en la mano. Besando su frente y arropándola con las mantas se paró delante de la puerta donde dormía Sergio, sigilosamente abrió la puerta y la confusión hizo estragos en ella al ver su cama hecha e intacta además de que el pequeño Diego tampoco estaba en la casa. Miró su reloj, eran las cuatro de la madrugada y ella no tenía ni idea de dónde podría estar el profesor y llamándolo por teléfono esperaba respuesta pero él no atendía la llamada. Guardando el móvil en el bolsillo de su pantalón bajó las escaleras cuando unos ruidos  llamaron su atención. Sus pies se pegaron al suelo e intentando saber de dónde venía el ruido inspeccionó toda la parte baja de la casa. Ella pudo concluir que el leve ruido provenía del garaje y poniéndose el abrigo se dirigió hacia allí. Se encontró la puerta del garaje medio abierta y encendiendo la linterna que habia cogido  echó mano al arma que reposaba en el bolsillo de su chaqueta.

Un atraco al deseo (Sergio Marquina Y Alicia Sierra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora