4.-El duelo

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Los siguientes días, semanas, le parecieron una tortura, una lenta y despiadada, mayormente ejercida por su propio cerebro y sus recuerdos. Bebía más de lo que no lo había hecho en mucho tiempo, se hacía preguntas, lloraba de cuando en cuando y maldecía un poco pero sabía que no podría odiar al ángel, jamás.

Lo amaba más de lo que hubiera querido aceptar y aunque era extraño ahora tener certeza plena de algo que aunque llevaba siglos existiendo, se había negado a reconocer, el solo hecho de sentirse o saberse capaz de amar, era como si hubiera cambiado algo, aunque no fuera plenamente consciente de eso.

Cuando pensaba en Azira, es cierto que iba de la tristeza al enojo, a la negación y luego caía de nuevo en recordar algo de todo lo que habían vivido en más de 6mil años, y terminaba envuelto en una melancolía extraña que aunque le dejaba ganas de llorar, lo mantenía en cierta calma. Algo en él o tal vez en el recuerdo de Azirafell, le hacía mantener un atisbo de esperanza, querer ver otro amanecer, otra puesta de sol en la tierra, como si un día simplemente el ángel fuera a volver y decirle que todo fue un error, que podrían seguir adelante, o solo volver y ya y él podría olvidarse de lo sufrido en ese punto y seguir adelante. Terminó por creer que tenía que hacer algo o iba a volverse loco con todo aquello. No quería simplemente echarse a dormir y apagar su cerebro por una temporada hasta que las cosas dolieran menos o algo más sucediera, no.

Una tarde, casi 4 semanas después de la partida del ángel, estaba dormitando en su silla favorita en su estudio luego de intentar torpemente ver algo en el televisor, los programas que abordaban temas amorosos hasta el momento habían sido de lo más aburrido, le recomendaban un terapeuta o buscarse distracciones en el mejor de los casos y en los peores, sugerían aplicaciones de citas, cosas tan humanas. Y en eso, reparó en el boceto original de la Mona Lisa que colgaba detrás suyo en la pared, pensó en que tal vez podría sacar todo aquello que sentía de otra forma, los humanos hablaban del arte y sus tantas variantes como formas de expresarse, incluso como una forma de favorecer el desarrollo personal o también de su función terapéutica. Tal vez pintando como lo hacían muchos humanos podría ayudarse a si mismo, aunque no tenía ni idea de como empezar con ello. Empezó a teclear cosas en la computadora que tenía y se convenció de que podría empezar a intentar algo así. Estaba con esa idea cuando recordó la vez que sin otra cosa que hacer, empezó a ver los libros de arte de Azira y se encontró que entre los de historia del arte y el estante donde empezaban a dividirse los libros por pintores y por periodos y movimientos artísticos, había unos de bocetos y otros que parecían que estaban planeados para principiantes, se preguntó si sería lo suficientemente fuerte para poder ir a la librería y luego pensó en el ángel atolondrado que se había quedado cuidándola y que no tenía mucho de haber llegado a la tierra.

La librería era ahora un lugar que le parecía agridulce, había tantos recuerdos ahí. Si se ponía a pensar, recordaba el día en que Azirafell la abrió y él quiso llevarle una caja de bombones y que tuvo que regresarse con la misma porque justo casi al entrar notó a Gabriel y otros ángeles ahí interrogando a Azirafell, por lo que debió posponer su visita. Tenía tantos recuerdos, tantas conversaciones, y tan vívidos cada uno de ellos hasta llegar a ese último día en que se vieron, si pensaba mucho en eso, volvía a sentir algo que le oprimía pero ya no tanto.

Contrario a lo que había sido siempre su natural forma de ser, no estaba ni siquiera enojado, ¿tendría que estar al menos enojado con el cielo? Tal vez, pero no lo estaba. ¿Era el efecto de haber besado a un ángel? Quizás por eso estaba pudiendo lidiar con esto mejor de lo que habría creído, no lo sabía y ciertamente no había reparado en ello. Había pensado y sobre pensado en tantas cosas en el tiempo que había pasado. Ir a sentarse a una banca del parque Saint James se sentía diferente ahora que sabía que no acudiría nadie, ni bueno, ni malo, ni su Ángel y mejor solo caminaba. Daba largos paseos que a veces se prolongaban durante toda la noche mientras seguía sus pensamientos y sin embargo ese día se le ocurrió por primera vez después de pensar en los libros de arte, en que podría ir a la librería. Vería como le estaba yendo a Muriel y fingiría ver los libros de arte para husmear un poco, no estaba evadiendo ya los sentimientos con los que se peleó al principio, si no evadía el hecho que podía amar, tampoco iba a evadir el resto, él era un demonio, no tenía por qué evadir el dolor ni nada, podría incluso vivir de aquello. Meditaba al respecto en eso cuando de pronto se sintió demasiado cansado y con ganas solo de dormir, tanto que apenas alcanzó a llegar a su cama, cayó sobre ella y se sumergió en un sueño profundo.

De pronto, en medio de un resplandor, una presencia conocida apareció. 

Imborrable: Una Historia De Good OmensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora