34.- El gran dragón y el ángel con la armadura del sol

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Se escucharon sonar trompetas desde más allá de los confines del universo conocido, el lugar planeado para la batalla, volviendo a lo tradicional y de acuerdo a lo anunciado sería el valle de Megido pero todo se re escribió, la bestia surgió de su escondite en el interior de la tierra y voló hasta un área desértica, una enorme extensión de tierra árida bajo un sol abrasador. Ahí fueron descendiendo los ángeles, legiones de guerreros y de pronto, se cimbró la tierra, un abismo se abrió y de él, acompañado de un olor pestilente y humo tan negro como la oscuridad primigenia, emergió una bestia alada, un dragón, enorme más que una montaña, dos cabezas terribles con grandes cuernos, una de ellas saliendo del lado derecho llevaba una corona dentada sobre la frente y dos cuernos oscuros se retorcían hacia atrás y arriba quedando con las puntas en alto; la otra tenía dos filas de cuernos, una a cada lado de la cabeza que iniciaban en la frente y se extendían hasta la parte posterior del cráneo, haciéndose más grandes mientras más atrás se encontraban, en total 7 cuernos en cada hilera; la piel cubierta con gruesas escamas rojas, gruesas, una armadura sin un solo punto blando, impenetrable para cualquier arma humana, su aliento no hacía sino incrementar el calor y acabar con la vida terrestre en los alrededores haciendo que un vapor se levantara desde abajo de la superficie. El último sello de transformación se rompió, la bestia es imperfecta aunque ya está completa porque no es la bestia original sino corrupción e ira fusionados con la oscuridad infernal almacenada en las entrañas del averno tras milenios de vacío. Cuando la bestia habló identificándose como simiente de Metatrón, los ángeles confundidos dudaron un segundo pero, el veneno en sus mentes seguía corrompiéndolos y en ese estado aceptaron lo que veían y escuchaban de él. Este último, siendo incapaz de tomar su forma angelical o su forma antropomórfica a voluntad, permaneció con apariencia de dragón.

Al mismo tiempo y muy lejos de ahí, Crowley lloraba aún sosteniendo el cuerpo de Azirafell en sus brazos y cuando escucharon sonar las trompetas fue que Gabriel se atrevió a dirigirle la palabra, dudó en tocar su hombro cuando le habló, sin embargo, antes de tocarlo fue este quien giró la cabeza mirándolo. Notó el residuo de lágrimas en el rostro de Gabriel y sus bellos ojos violetas con un reflejo cristalino, entonces se pasó la mano por la cara secando sus ojos con la manga de su ropa usando el dorso de la mano y su antebrazo

- Gabriel... ¡Hay que ir a acabar con ese maldito! – La ira sonaba en su voz y se sentía en cada palabra.

- Por supuesto – Inmediatamente Gabriel le extendió un objeto que él conocía y no dudó en tomar.

- Es... - sintió que se quedaba sin aliento - su espada... - una sensación opresiva y palpitaciones al contemplar la larga hoja plateada y refulgente, la empuñadura al tocarla le parecía que le transmitía algo, como si saliera de ella una corriente eléctrica que recorría su cuerpo. Colocó a Azirafell en un sillón y acarició su mejilla, lo cubrió con una manta, lucía como si durmiera y le dio un beso en la frente.

Tal vez por el shock de la reciente pérdida, su mente no aceptaba ni siquiera procesar lo que había ocurrido con Azira ¿habría algo que hacer al respecto? Tenia que haberlo y si no, no se cansaría de buscarlo, Azirafell no se hubiera cansado de buscarlo si se tratara de él y él no iba a rendirse tan fácil. Aunque no tenía del todo claro lo que podría hacer, sabía que tenían que empezar por aniquilar la raíz de sus males. Remiel le puso la mano en el hombro, y con su toque lo arrancó de pronto de sus pensamientos, no fue necesario decir nada más, él lo entendió. Sachiel lo observaba y sabía que no tenía palabras que decirle salvo que era momento de ir a detener a una guerra antes de que estallara.

Los seis ángeles y el retirado príncipe del infierno en menos de un minuto supieron a donde dirigirse. Llegaron al desierto, la bestia los olfateó, se giró enseguida a verlos, así como las legiones de ángeles, cada uno con su general esperando al enemigo, sin embargo, lo que vieron en cambio los confundió más. Ahí estaban seis angeles, cinco con alas desplegadas y llevando sus espadas en el cinto, algunos apenas y reconocieron a Beelz al lado de ellos y sin embargo, no estaba Azirafell a quien consideraban el traidor, ni había rastro de legiones infernales como metatrón les había hecho creer en la visión que le dio a Raguel. Surgió entonces un atisbo de duda en algunos que se esparció casi tan rápido como la oscuridad lo hizo en sus mentes, como si de pronto la bruma del veneno fuera amenazada con ser disuelta. Algo les decía que lo que estaban haciendo no era correcto, sin embargo, pareciera que por mas que intentaban despertar, la niebla engañosa aún opacaba la luz.

Imborrable: Una Historia De Good OmensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora