33.- Oscuridad infecciosa

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Hastur fue el primer duque del infierno con el que tuvo contacto Metatrón cuando tomó la decisión de echar andar su idea, conoció después a más de ellos, por más que fingía considerarlos poderosos y respetarlos, la verdad es que los repudiaba a todos y en medio de su arrogancia creía que eran herramientas que manipulaba a su antojo y es que había que darle algo de razón, era realmente hábil para eso último, manipular. Cuando convenció a 6 de los principales de reunirse con él y de otorgarle parte de sus poderes con la promesa de asegurar el triunfo del infierno en la tierra enjuiciando a la humanidad con ayuda del infierno y ostentándose como el más poderoso de los ángeles en ese momento, buscó una manera en que le resultara sencillo hacerse con sus habilidades. Inicialmente se le había ocurrido pedirle a Hastur que los degollara con una daga hecha de acero celestial pero sabía que se negaría a sabiendas que ser cortado con una de esas armas para ellos no solo significaba orir, sino desaparecer de la existencia por completo y aparte incitar a uno de ellos a dañar al resto, aunque la traición fuera común allá abajo, los haría dudar de sus intenciones. Entonces pensó en incitarlos a concentrar su poder en un objeto que pudiese integrar a su cuerpo para hacerse de sus dones, eran celestiales caídos después de todos, claro que podrían. Fue idea de Azazel que materializaran algunas de sus plumas para que pudiera integrarlas en sí pero, luego Belial manifestó que no tenía ninguna intención de esforzarse creando algo cuyo solo recuerdo le molestaba y mencionó al respecto de sus alas que incluso se las había cortado el mismo, así que propuso que no les haría mal derramar algo de sangre, podrían enfocarse en concentrar su poder, hacerse un corte, verterlo en un contenedor y asunto arreglado. Uno a uno, los seis duques del infierno hicieron lo acordado, las navajas forjadas por Mammón eran especialmente eficaces en eso y para ellos no dejarían marca. El líquido negro y con olor a putrefacción que emanaban con toda la maldad y poder infernal concentrado fue llenando poco a poco un contenedor y para cuando volvieron a encontrarse con Hastur cerca de la cumbre del volcán Sakurajima (a donde lo había seguido Miguel sin que él lo notara), el contenedor estaba listo y beber su contenido fue menos terrible de lo que había pensado. No pasó mucho tiempo para que notara que la oscuridad empezaba a hacer estragos en él, no solo su cuerpo celestial se estaba corrompiendo (más) sino que en su mente la criatura que ya se había empezado a gestar, alimentada de la propia malicia que había en él y potenciada ahora con la maldad de los señores del infierno, lo estaba dominando. Ya no podía ocultarla tan fácil ni silenciarla, a veces hablaba sin su consentimiento.

Miguel había escuchado una de las primeras conversaciones de Metatrón con su ser dividido y también el día que le siguió había visto a la bestia nacer, al gran dragón que aun sin estar transformado en todo su esplendor, con el paso de los días, se fue haciendo terrible. El día que Uriel le encaró, supo que estaba perdido, Uriel era uno de los grandes guerreros, no tan legendario como Miguel pero no por eso era menos fuerte y podría haberlo terminado si hubiera estado solo, por suerte no lo estaba, la bestia que se formó de los seis emergió para proteger a su receptor al sentir la amenaza, sus dientes había surgido de sus propios huesos y en su pensamiento tenían integrado metal de la forja de la ciudad de plata, aquel que Dios mismo les había regalado, por eso pudo herir de muerte a un arcángel y manipular la evidencia después. Al principio se sintió como si hubiera cavado su propia tumba, cuando vio sus manos llenas de la sangre de Uriel pensó que era cuestión de tiempo para que Dios hiciera descender la hueste principal pero no pasó nada y creyó que los poderes infernales lo mantenían oculto del ojo omnipresente del altísimo y se sintió más poderoso que nunca, por ende descendió tras un Uriel gravemente herido con el objetivo de terminar lo que había empezado. No lo encontró, después de todo, él era solo un ángel y no tenía ni por asomo los poderes del creador, por lo que intentó volver al cielo y fue entonces que se dio cuenta que había sellado parte de su destino, si Dios no lo había reducido a la nada dentro del cielo, no era porque no pudiera, sus propósitos y motivos después de todo seguían siendo solo suyos y no era necesario que nadie más los supiera. Cuando desplegó sus alas angelicales y alcanzó la atmosfera del segundo cielo, sintió entonces el dolor más terrible que hubiera experimentado jamás, las alas de las que siempre había estado orgulloso, ardieron y se volvieron dos pedazos de carbones encendidos. Cayó como una antorcha desde el cielo ¿Lo sabrían los otros hijos? Al principio le preocupó pero, luego se dio cuenta que al parecer allá arriba, en ausencia de Azirafell y aparentemente también de Miguel ahora, los demás seguían con sus ocupaciones. Entonces contacto a Remiel mediante un portal y le encargó liderar el consejo, seguir con los planes y mintió descaradamente sobre el asunto con Uriel alegando que le buscaría él mismo. Después de eso, se ocultó en otra parte, en las entrañas mismas de la tierra, alimentando ahora con el dolor de la caída su maldad y la bestia que continuaba creciendo dentro suyo.

Imborrable: Una Historia De Good OmensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora