35.- Esperanza

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La humanidad estaba a salvo una vez más, Miguel y Remiel volvieron a casa, tenían mucho trabajo que hacer, empezando por restaurar el vínculo y la cercanía que les había sido negado con el creador y que supieron en medio del campo de batalla que seguía estando ahí, todos lo sintieron, envueltos en su abrazo aún cuando se habían equivocado tanto. Sabían ahora que debían estar más unidos que nunca y tal vez hacer un poco de lado tanta burocracia y jerarquías, enfocándose más en cuidar y amar la creación que en títulos de poder por más ostentosos que fueran. Gabriel y Beelz volvieron también a su hogar, Gabriel no pudo evitar darle un abrazo a Crowley; después de todo, había cuidado de él en los días que fue Jim y desde entonces descubrieron que tenían más de un par de cosas en común, ahora con Crowley restaurado, también había recuperado a uno de sus hermanos. Aunque no tenía intención de volver a usar su antiguo nombre. Beelz también le dió un abrazo, las cosas ahora estaban en paz entre ellos, y podía haber cierta complicidad, los dos se habían enamorado de angeles y ese amor habría transformado sus vidas. Crowley, Sachiel y Muriel partieron de regreso a la casa de campo, aunque habían "ganado" no celebraron, no sabía del todo a una victoria.

Ni bien entrar a la antigua casa, Crowley corrió al estudio, Muriel y Sachiel no lo siguieron, sabían que necesitaría espacio. Muriel que había aprendido a conocerlo mejor en los últimos ocho años, sabía que él hablaría cuando se sintiera listo, al menos así era con Anthony. En el viejo y cómodo sillón donde su "yo" humano había dormido en esos días en la escuela de arte que ahora se sentían tan lejanos, ahí había recostado a Azirafell antes de marcharse; para su sorpresa al entrar, encontró solo la manta con la que lo había cubierto e incrédulo al rebuscar entre ellas como si de pronto Azira se hubiera encogido, encontró un par de plumas blancas que al moverlas a contraluz producían destellos en dorado; levantó la manta de forma brusca y entonces un objeto salió disparado y dio saltos en el suelo produciendo un tintineo metálico, lo recogió y observó con atención el curioso círculo dorado, era el anillo que Azirafell llevaba siempre en el quinto dedo de su mano izquierda. Fue en ese momento que el peso de su realidad pareció caerle encima, como una sensación de vacío en el abdomen que acompañado de una opresión asfixiante parecía subir hacia su pecho, un nudo en su garganta que dio paso a sollozos entrecortados y de bajo volumen, se había quedado de nuevo sin su compañero de toda una vida o mejor dicho, de cientos de ellas si contamos los miles de años que llevaban uno en la vida del otro. El llanto se abrió paso, no hubo gritos esta vez pero cada lágrima dolía, quemaba. Le venía el recuerdo tan vívido de aquella tarde en la calle, de pie al lado de su auto y Azirafell dándole una última mirada antes de subir al elevador que lo llevaría de vuelta al cielo aunque en esta ocasión era diferente. Esta vez el ángel se había ido a un lugar donde no podría seguirlo, al menos ahora se habían despedido, se amaban y lo sabían, ya no era algo que se negaban a ver, estaba ahí y los había mantenido unidos contra todo pronóstico. Le vinieron a la mente esas últimas palabras "Crowley, nunca olvides que te amo", habían sido también las últimas que su ángel le había dicho la ocasión anterior después de hacerlo caer en un sueño profundo y convertirlo en humano para ponerlo a salvo. Esta vez él le había suplicado "¡No puedes abandonarme!" y Azirafell dijo que no lo haría, el siempre cumplía su palabra ¿no? Apretó el anillo en la palma de su mano.

El camino de la negación lo conocía bien, era peligroso, no tenía mucho de haber atravesado un duelo, todavía le dolía recordar su secuencia de pérdidas, el humano que lo había amado y que probablemente él también había amado, aunque hubiera sido por asociación tal vez, pero lo había hecho. ¿Uno podía amar a dos personas a la vez? Estaba seguro que si, los humanos decían que si y había distintas clases de amor. Como fuera, hasta ese momento a él, el amor le había dado todo, las más grandes alegrías y también las mayores tristezas "¡Que cosa más complicada!" pensó.

Cerró los ojos, miles de cosas daban vueltas en su mente, no estaba molesto como tal vez lo habría estado el Crowley de hace 8 años (casi 9), tampoco quería anestesiarse con botella tras botella de alcohol, el pensamiento de Azirafell en si no era del todo triste, no quería perderlo, pensar en él era tenerlo consigo. Quería pensar y quería creer, daría todo por creer que en cualquier momento el ángel entraría por la puerta para decirle que todo estaba bien, o tal vez descendería en medio de un resplandor o habría un ave que se posaría fuera de la ventana vigilando sus sueños, o en medio de estos, la sombra de un hombre iluminada por la luz de la luna, como antes. Se abrazó a la manta que yacía ahora en el suelo, le pareció percibir el aroma del ángel impregnado aún en el tejido. No hay forma de poner en palabras todo aquello que pasaba por su mente y por su corazón mientras inhalaba lento y profundo, como si quisiera conservar dentro de él hasta lo último de la esencia. Se recostó en el sillón y mirando al techo con los ojos cristalinos, las palabras del ángel volvían a repetirse una y otra vez... "siempre voy a estar contigo, no importa lo que pase", "nos veremos algún día, lo siento", "Crowley, nunca olvides que te amo". Este no podía ser el fin, no era verdad, él volvería, lo prometió. ¿Por qué siempre le sucedía lo mismo? Siempre parecía ser demasiado tarde.

Imborrable: Una Historia De Good OmensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora