20. Oceans Six

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By Chloe

Lo dijo la Biblia toda la vida, ahí está, en el Éxodo 20 con los Diez Mandamientos en orden, bien explicaditos, fáciles de entender, hasta un niño los comprendería.

I) Amarás a Dios sobre todas las cosas. 

II) No tomarás el nombre de Dios en vano. 

III) Santificarás las fiestas en nombre de Dios. 

IV) Honrarás a tu padre y a tu madre. 

V) No matarás. 

VI) No cometerás actos impuros. 

VII) No robarás. 

VIII) No darás falso testimonio ni mentirás. 

IX) No consentirás pensamientos ni deseos impuros. 

X) No codiciarás los bienes ajenos.

NO ROBARÁS. Mandamiento número siete, lo deja más que claro. ¿Y qué estoy haciendo? No sólo sé que otras personas van a cometer un delito y un pecado, sino que además lo estoy apoyando e incluso participando en dicha fechoría. A ver quién salva mi alma después de esto... Nadie, nadie nunca más en la vida. Creía que ser lesbiana sería lo más bajo de mi fe, y aquí me encuentro, pateando el pobre libro sagrado una vez más en el suelo para que muerda el polvo. Por no hablar de que estamos codiciando bienes ajenos, vamos a mentir, y un sinfín de tareas más que se reirán de las sagradas tablas que un día Moisés alzó entre sus callosas manos después de haber salvado a su pueblo. ¿Así pagamos todo ese sacrificio? Todo el esfuerzo hecho por todos los narrados en las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento, y aquí estamos nosotros, arruinando todos sus avances.

Suspiro antes de dirigirme a la lujosa sala de apuestas. Matheo mira a todos lados, asombrado por tanto brillo de joyas, todas altamente costosas.

—¿Está bien que tenga esta sensación de pobreza absoluta? —se cuestiona.

—No, tranquilo, yo también me siento así —otro pecado para el libro—. Bueno, viejo amigo, ¿Estás listo? —pregunto.

—Qué remedio nos queda.

Matheo muestra su brazo y yo me agarro a él, cual pareja feliz. Nos sentamos en una mesa reservada con otras personas, listos para pujar. Inspecciono el lugar en busca del señor Dubois. Recorro el lugar con la vista hasta que lo veo, en una mesa al fondo. Es un hombre que debe rondar los cuarenta, con patillas y bigote recortados, pelo completamente negro y trajeado.

—Psst, el señor Dubois está en esa mesa... —le susurro.

Estoy completamente segura de que Matheo, en su otra vida, ha sido un búho, porque literalmente su cabeza gira 360 grados en dirección a la mesa.

—¿Es el de las patillas recortadas? —dice casi chillando.

Gracias a Dios que la música de los violines, el barullo de la gente y la lejanía juegan a nuestro favor y no nos ha escuchado.

—Matheo, da gracias que no nos ha oído, porque si no, sabe Dios lo que ocurriría... —le riño.

—¿Algo así como que se dirija directamente hacia nuestra mesa? —me dice, totalmente alarmado.

¿Espera qué? Veo cómo el señor Dubois coge un asiento al lado del mío.

—Buenas noches —dice, estrechándole la mano a Matheo—. ¿Es su mujer? —pregunta, mirándome de arriba a abajo.

—¡No! —casi chillo.

—Oh, no, señor, somos hermanos, pero de distintos padres. —¿Es en serio, Matheo?

Un infierno tras de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora