By Arioch
Camino entre las sombras, mi furia es un rugido incesante que retumba en cada paso que doy. El dolor en mis articulaciones ha desaparecido hace tiempo, reemplazado por una rabia que conecta todos mis músculos y nervios, transformándome en una versión más oscura de mí mismo. La ira me consume, me convierte en una fuerza casi primitiva, llevándome a través de este interminable tormento que es el infierno.
A medida que avanzo, el ambiente cambia sutilmente. La opresiva oscuridad se disipa un poco, dando paso a una luz difusa y melancólica. El aire aquí es más ligero, pero cargado de una tristeza palpable que se siente en cada rincón. Un aroma extraño y desconcertante a flores marchitas y tierra húmeda llena mis fosas nasales, y por un momento, el paisaje parece estar envuelto en una tristeza profunda.
Sigo caminando, mis pasos resonando en el suelo grisáceo y polvoriento. Los recuerdos de mis batallas anteriores se mezclan con una nueva y desconcertante sensación de aflicción. Estoy en el anillo de Samael, el que una vez fue el primer demonio en liberar a sus semejantes en la Tierra. Aquí, la atmósfera es extrañamente serena, casi apacible, pero la furia que arde en mi pecho no me permite disfrutar de este respiro.
El paisaje a mi alrededor es un jardín desolado. Los árboles tienen ramas caídas, sus hojas secas como si lloraran pétalos de cristal. Un río oscuro fluye suavemente, reflejando un cielo gris perla. Todo esto es una ironía cruel, un contraste marcado con el sufrimiento que he experimentado y con la misión que me ha llevado hasta aquí.
Finalmente, llego al centro del anillo, donde veo a Samael en su trono de piedra. El trono está adornado con enredaderas y flores marchitas, una muestra de la belleza que alguna vez floreció aquí y ahora se encuentra en decadencia. Samael está sentado con una gracia casi etérea, una serenidad que parece desafiar la furia que llevo dentro.
Cuando levanta la vista, sus ojos de ámbar se encuentran con los míos. No hay sorpresa en su rostro, solo una aceptación tranquila, casi resignada.
—Arioch —dice Samael con una voz tan suave que parece un susurro en el viento—. ¿Qué te trae por aquí, en este momento oscuro?
Su voz me golpea como una oleada de tristeza, una calma perturbadora en medio de mi tormenta interna. Me detengo frente a él, sintiendo un conflicto interno agudo. La dulzura de Samael es una burla cruel, un recordatorio de lo que estoy a punto de hacer y la razón de mi tormento.
—He venido a acabar contigo, Samael —digo, intentando que mi voz suene firme, pero no puedo evitar que tiemble con una mezcla de ira y dolor—. No porque lo desee, sino porque es necesario.
Samael se levanta con una elegancia que apenas se ve perturbada por el desafío que enfrenta. Su presencia serena sigue siendo una burla de la realidad violenta que estamos a punto de enfrentar. Se acerca a mí, y la tristeza en su mirada parece absorber la furia que me consume.
—¿Por qué, Arioch? —pregunta Samael, y su voz está llena de una tristeza genuina—. ¿Por qué te has vuelto contra mí?
Las palabras me atraviesan como cuchillos afilados. La dulzura de Samael me hace vacilar, su presencia serena es un golpe directo a la rabia que arde en mi pecho. A pesar de mi furia, me encuentro incapaz de deshacerme de la pequeña chispa de pena que siento al enfrentarme a él.
—Mi cabeza no me permiten contemplar otra opción —respondo, mi voz quebrándose—. El sufrimiento que he experimentado, la pérdida, todo ha llevado a este momento. No hay lugar para la misericordia.
Samael me observa con una comprensión dolorosa, como si pudiera ver a través de mi furia ciega. Su mirada no muestra juicio, sino una tristeza profunda, como si entendiera mi tormento.
—No siempre tenemos control sobre nuestro destino, Arioch —dice Samael con calma—. A veces, los caminos que tomamos son los únicos que creemos posibles.
La ironía de sus palabras me golpea con más fuerza. La dulzura de Samael es una tortura, un recordatorio de lo que he perdido y lo que todavía me queda por enfrentar. Grito, dejando que la rabia y la desesperación me lleven a un frenesí de acción. Me lanzo hacia él, mis garras afiladas transformándose en armas de furia y destrucción.
Samael se defiende con una gracia sobrenatural, esquivando mis ataques con movimientos fluidos y serenos. Cada vez que lo golpeo, su respuesta es calmada, casi como si aceptara el destino que se le impone. La lucha se convierte en una danza frenética de ira y tristeza, cada golpe que doy impregnado con un dolor que no puedo ignorar.
Con un último esfuerzo desesperado, logro herir gravemente a Samael. Lo veo caer al suelo, su rostro aún sereno pero marcado por el dolor. La tristeza en sus ojos es un reflejo de la derrota inminente, una aceptación pacífica de lo que no puede ser evitado.
Me acerco a él, mi respiración agitada, mi cuerpo temblando con una mezcla de rabia y aflicción. Samael levanta la mano, como si tratara de tocarme una última vez, y sus palabras resuenan en mi mente.
—Lo siento, Samael —digo, mi voz quebrándose mientras miro su rostro en agonía—. No quería esto.
—No hay nada que lamentar, Arioch —responde Samael con un susurro que apenas alcanza mis oídos—. Todo forma parte del gran ciclo. Que encuentres paz en tu propio tormento.
Sus palabras se quedan conmigo mientras su cuerpo se desvanece lentamente en la oscuridad, desintegrándose en una nube de sombras. La melancolía de su anillo se siente ahora más profunda, una manifestación de la tristeza que he llevado conmigo durante toda mi misión.
Me alejo del anillo de Samael, el corazón pesado con el dolor y la tristeza de lo que he hecho. El rostro de Samael, su dulzura y serenidad, permanecerán en mi memoria como un recordatorio de la carga que llevo y de lo que aún me queda por enfrentar. No importa lo que venga en el último círculo, estoy decidido a enfrentar todo y reclamar lo que es mío.
ESTÁS LEYENDO
Un infierno tras de mí
Teen FictionSegunda parte de El Despertar de los Mundos. Historia coescrita con Blondewriter. Desde la muerte de Camila, todo ha cambiado para nuestros personajes, ahora se sienten perdidos y rotos. ❌🚫 No se permite la impresión de esta obra, ni la venta ilega...