43. Leviatán

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By Lilith

Al cruzar el umbral del sexto círculo, me encontré en un reino infernal que parecía tan vasto e interminable como el propio océano. La atmósfera estaba cargada de una humedad espesa y nauseabunda, y el suelo se hundía bajo mis pies como si fuera arena movediza negra. El aire estaba cargado de un hedor a podredumbre y descomposición, y la escena se iluminaba con un brillo rojo enfermizo que emanaba de ninguna parte en particular, dándole al entorno un matiz irreal y perturbador.

Allí, en medio de este caos acuático, se alzaba Leviatán, el monstruo bíblico del caos y del mar, un ser cuya presencia desbordaba cualquier descripción. Su cuerpo serpenteante era tan vasto que parecía ocupar toda la extensión del círculo, y sus escamas de un verde viscoso reflejaban la luz de manera distorsionada. Cada movimiento de sus escamas producía un sonido sordo, casi como un susurro de las profundidades del abismo.

Leviatán tenía una apariencia tan monstruosa que desafiaba toda lógica. Su cabeza era una amalgama de visiones infernales, con múltiples ojos que giraban de manera inquietante, observándome desde todas las direcciones posibles. Estos ojos, de un rojo brillante, estaban rodeados de un halo de furia que parecía consumir todo lo que tocaba. La boca de Leviatán era una abertura gigantesca llena de dientes afilados y manchados de una sustancia negra y repugnante que goteaba lentamente.

Mientras avanzaba, el monstruo se movía con una gracia inquietante a través de las aguas negras. Sus aletas, adornadas con espinas y protuberancias, cortaban el agua en tiras, creando oleadas de espuma negra que se estrellaban contra las paredes del círculo infernal. La enormidad de Leviatán era tan opresiva que sentí que el aire a mi alrededor se volvía cada vez más denso, como si estuviera sumergiéndome en una pesadilla palpable.

De repente, entre las sombras y el vapor caliente que emanaba del cuerpo del monstruo, apareció una visión que me congeló en seco. Era Daiani, su figura se alzaba entre la niebla de humo negro, con una expresión de desprecio y burla que me atravesó como un cuchillo. La veía como si fuera una sombra grotesca, sus ojos eran fríos y crueles, y su boca se curvaba en una sonrisa que destilaba desdén.

Ella comenzó a hablarme, sus palabras eran veneno, llenas de acusaciones y desprecio. Me decía que nunca me amaría de nuevo, que todo lo que había sido entre nosotras era una ilusión, una mentira. Las palabras eran un golpe tras otro, desgarradoras y crueles, y sentí cómo mi corazón se hundía bajo el peso de su ira y desdén.

Luché contra las lágrimas y la desesperación, intentando atacar a las visiones con la furia que sentía dentro de mí. Pero la tortura psicológica era intensa, y el desdén en los ojos de la figura de Daiani era una tortura continua, alimentada por la propia envidia y el dolor. Mi grito de desafío hacia Leviatán, mi juramento de que nunca caeré, resonó en el círculo, pero parecía tan vacío como las aguas negras que me rodeaban.

Leviatán permanecía inmóvil, su presencia era una constante amenaza, una prueba de la desesperación y la tortura psicológica. El monstruo no solo gobernaba con la fuerza física, sino también con la influencia corrosiva de la envidia, que se filtraba en cada rincón de mi mente, convirtiendo cada pensamiento en un tormento. Su mirada y su poder eran una prueba constante de la desesperación y el caos, un recordatorio de que, en el infierno, el dolor no solo era físico, sino también emocional y mental.

Mientras me encuentro en el sexto círculo del infierno, el peso de la desesperación y la tristeza me aplasta como una ola gigantesca. Cada paso que doy sobre la arena negra y viscosa me sumerge aún más en la pesadilla interminable que se despliega ante mí. La presencia de Leviatán, ese monstruo bíblico del caos, es tan opresiva que casi puedo sentir su malicia y su poder invadiendo cada rincón de mi ser.

Mis piernas tiemblan y se sienten como si fueran de plomo. Cada movimiento es una lucha contra el peso de la tristeza que se ha apoderado de mí. Mis manos están frías y húmedas, y mi respiración se vuelve errática, un reflejo del caos emocional que siento dentro. El dolor es casi físico, un retorcimiento constante en mi pecho, como si un peso invisible me empujara hacia el suelo.

La visión de Daiani, distorsionada por la niebla negra y el vapor caliente, se ha convertido en una tortura psicológica. Sus palabras resuenan en mi mente como ecos crueles, destilando desdén y burla. La imagen de ella riéndose de mí, diciendo que nunca me amará de nuevo, me hiere profundamente. Cada palabra que me dirige es como una daga afilada, cortando a través de mis defensas emocionales.

Las lágrimas caen sin cesar, mezclándose con la humedad y la arena negra que cubre el suelo. Siento un dolor agudo en mi pecho, como si mi corazón estuviera siendo apretado por una mano invisible. El dolor y la tristeza se entrelazan en un abrazo brutal, y mi cuerpo se sacude involuntariamente mientras lucho por contener mis sollozos.

El poder de Leviatán parece amplificar mi dolor, cada vistazo hacia él me recuerda la inmensidad de mi sufrimiento. La enormidad del monstruo y la atmósfera infernal contribuyen a un sentimiento de impotencia, como si estuviera atrapada en una tormenta interminable sin escape. El caos y la tristeza que experimenta se vuelven una mezcla opresiva, una presión constante que amenaza con abrumarme por completo.

Mi mente está atrapada en un torbellino de emociones encontradas. El amor y la devoción que sentía por Daiani se enfrentan a la cruel realidad de su rechazo, y el dolor de su aparente desprecio se siente como una traición personal. La tristeza me consume, dejándome sin aliento y sin esperanza, mientras la enormidad de Leviatán y el peso de las visiones infernales me aplastan bajo su inmenso poder.

La lucha es tanto interna como externa, y cada paso hacia adelante es una batalla contra el dolor que parece infinito. La tristeza y el temblor son mis constantes compañeros en esta prueba infernal, recordándome que en el infierno, el verdadero tormento es tan psicológico como físico, y el dolor que siento es un reflejo de la tortura emocional que Leviatán ha desatado sobre mí.

Un infierno tras de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora