.Zadckiel.
No lograba concentrarse. Aún el entrenamiento con Pearcy no lo ayudaba.
No podía concentrarse en el sudor recorriendo su torso descubierto, ni en la espada que se dirigía a él, pero aún así lograba esquivarla con facilidad. Pearcy lo ayudaba a mejorar su destreza y agilidad a la hora de pelear con una espada. Aunque era más una excusa, ya que era el más hábil de todos. Por esa razón el rey había decidido ponerlo al frente de la armada.
No veía con claridad cada ataque que recibía y devolvía. Se cubría, atacaba y defendía bien, hasta que los recuerdos comenzaron a adornar su mente. Y cuando menos lo espero, se detuvieron. Pearcy había logrado quitarle su espada y el filo de la suya rozaba el cuello de Zadckiel. Ambos hombres jadeaban cuando se detuvieron.
Pearcy comenzó a negar con su cabeza.
-No estás concentrado, Zadckiel-le dijo devolviendole su espada.
Él la tomó rusticamente y la giró varias veces con ayuda de su muñeca.
-No es nada-masculló con gravedad.
-Recuerda que para un buen guerrero, lo principal es tener la mente en blanco--le aconsejó Pearcy dirigiendose a una mesa para tomar una jarra de plata llena de agua y vertirla en una copa-Y ya sé qué te mantiene desconcentrado.
Zadckiel resopló.
-No es momento, Pearcy.
Pero a Pearcy no le importó.
-Sé que te preocupa la princesa-le dijo haciendo que cada músculo de su ser de tensara-A todo nos preocupa; pero somos concientes de que ella sabe lo que hace, y sabe cuidarse sola.
-Claro que lo sé, mejor que nadie, yo mismo le enseñé a defenderse-exclamó el joven-Pero no me pidas que me tranquilice cuando la única heredera al trono de Armar está bajo las garras de nuestros más perversos enemigos.
Las palabras de Zadckiel hicieron eco por toda la habitación, dejando a Pearcy sin nada más que decir.
Al menos no a él.-No debes subestimarla, Zadckiel-la voz del rey resonó en la habitación donde estaban.
Zadckiel y Pearcy se giraron enseguida y se inclinaron ante el rey Evander. El mismo venía caminando lentamente hacia los hombres que entrenaban. Llevaba su ropas clásicas de cuero, mismas que siempre que rondaba por el palacio sin hacer algo importante. Aunque quizá fuera mucho de que hablar, a Zadckiel no le importaba en lo absoluto que el rey lo viera en tales atuendos: Sudoroso, despeinado levemente, mientras que unos cabellos salían rebeldes de un moño que ataba parte de su cabello en lo alto de su cabeza. Tampoco le importaba llevar el trozo descubierto ante el rey, o que las cicatrices de su pecho y brazos se vieran reveladas. En especial la gran cicatriz que se trazaba desde la base de su cuello en diagonal a lo largo del lado derecho de su pecho. Esa y la de su mejilla eran las cicatrices que marcaban una noche fatal en su vida.
Pero el mismo rey le había enseñado, al pasar de los años, que no era una simple marca, era una de valentía y honor. Por eso se esforzaba en guardar un gran respeto hacia el rey, quien lo había criado desde aquella fatídica noche.
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LA ESPOSA DEL REY {Los Cuatro Reinos #1}
FantasyNi ser llamado valiente justifica las heridas, ni vivir como un cobarde garantiza paz. Las cicatrices que verdaderamente importan no están en la carne, sino en el alma, donde el dolor es silencioso pero insoportable, y cada latido es un recordatori...